FLORENCIA, Italia.- En un martes reciente, unas 24 horas antes de que metiera los dedos en la nariz de un hombre, dejara caer su codo en el cuello de otro y pusiera los pies de uno más donde se supone que van las orejas, Rodrigue Nana consideró, solo por un momento, la idea básica del miedo. ¿Quiere saber a qué le temo?”, dijo, con los dedos recorriendo la cicatriz sobre su ceja izquierda: “Le temo a ducharme”.
No se rió. Ni tampoco sus compañeros de equipo sentados cerca. Nana y el resto de su equipo estaban a punto de iniciar su última sesión de entrenamiento antes del partido final de “calcio storico”, una competencia de siglos que incluye muy pocas reglas y el tipo de daños humanos generalmente asociados con la época de los gladiadores.
Nana y sus amigos tienen historias interminables. Hubo un jugador cuyo tobillo se hizo astillas sobre un montón de perros. Aquel que entró en coma después de ser golpeado en la parte posterior de la cabeza. El tipo cuya oreja le fue arrancada en medio de una aglomeración de jugadores. En un juego, Nana sufrió en su cráneo afeitado una cortada como un sobre que fuera abierto con un abrecartas. “La cosa es que cuando uno está jugando no siente nada. Pero luego un se calma y va a tomar una ducha. Y ahí es cuando todo empieza a arder”, dijo.
Algunos de los otros hombres, cuyas edades fluctuaban entre los casi 20 y más allá de los 40, asintieron. Ninguno de ellos pudo decir por qué, exactamente, estaban sentados en bancas ruinosas al lado de un campo en mal estado; no pudieron poner en palabras lo que, exactamente, los hacía pasar cuatro meses preparándose para jugar, cuando mucho, dos partidos que casi siempre requerían alguna forma de atención médica posteriormente.
Para muchos, era simplemente historia innata. Esta grandiosa ciudad tiene cuatro distritos históricos, cada uno con un iglesia al centro, y el calcio storico, que se cree data del siglo XV, es jugado por un equipo de cada barrio. Para jugar para el equipo de tu barrio -usan el color de los Verdi (verde) de San Giovanni o los Azzurri (azul) de Santa Croce o los Bianchi (blanco) de Santo Spirito o los Rossi (rojo) de Santa Maria Novella- es, como lo expresó Niccolò Innocenti de los Verdi, “profundamente florentino”. “Cuando jugué por primera vez, la sensación que tuve fue la de ser verdaderamente un hombre”, dijo.
El juego
Para otros, sin embargo, la atracción es más primitiva. Con dos equipos de 27 jugadores colocados en una superficie de arena y a los que se les dice que hagan lo que sea necesario para meter la pelota en la meta del otro equipo, el deporte es una extraña mezcla de fútbol americano, rugby y peleas callejeras. Al verlo en vivo, la comparación más directa pudiera ser el juego infantil de echarse a correr tratando de cruzar la cadena de niños del equipo contrario, pero con perforaciones y tatuajes.
La brutalidad está en todas partes. Ningún jugador ha muerto jamás durante el calcio storico, pero Luciano Artusi, un ex director del organismo que supervisa los juegos, admitió que “a uno se le tuvo que extraer el bazo”. Filippo Allegri, uno de los asistentes médicos en el campo, dijo que su grupo generalmente espera que siete u ocho jugadores de cada equipo no terminen un partido y recordó, sin que se le pidiera, que 10 jugadores, o un 20 % de los participantes, requirieron hospitalización después de una final particularmente brutal en 2013. No hay sustitutos, así que el agotamiento es común. También lo son la deshidratación y las conmociones cerebrales.
Todo esto podría tener más sentido para el forastero promedio si hubiera millones de dólares (o al menos fama perdurable) en juego. Pero a los jugadores no se les paga en el calcio storico, y no hay un premio importante. El equipo ganador recibía antes un becerro de Toscana sacrificado, pero ahora los campeones simplemente reciben el costo de su cena posterior al juego, que es pagado por la federación. Ni siquiera hay medallas.
“Es como una guerra; nadie lo hace por el dinero”, dijo Nana, que juega para los Bianchi. “Uno lo hace porque siente la obligación de pelear”. Se encogió de hombros. “Así que uno pelea. Y si regresa vivo, se emborracha y habla sobre el juego”.
El inicio
El partido empezó lenta y cautelosamente. La arena del campo tiene casi 40.6 centímetros de profundidad, así que los jugadores rondan más que golpean. Pese a la relativa sencillez del calcio storico -un equipo anota un punto si lleva la pelota a donde sea en el área detrás de la línea de meta y puede recibir medio punto por una variedad de otras jugadas menos comunes-, hay involucrada cierta estrategia legítima. Los delanteros de los Bianchi esporádicamente hicieron incursiones en el área defensiva de los Verdi, atrayendo la atención de los defensores y abriendo espacio. Los Verdi, por otra parte, jugaron más deliberadamente, tratando de abrir rutas a través de la defensa de los Bianchi con la fuerza bruta.
No fue evidente si la mayoría de los espectadores entendía mucho de esta maniobra (o, francamente, si les importaba). Querían sangre, y llegó rápidamente: Una aglomeración de ocho jugadores después de dos minutos de juego resultó en al menos una nariz posiblemente rota y la expulsión de un jugador de cada equipo. ¿Las faltas de los perpetradores? No fue evidente, pero hay algunas reglas simbólicas diseñadas para evitar el caos total: no golpear por el lado ciego, no azotar a un jugador contra el piso, nada de objetos extraños y el árbitro, que también usa un atuendo de época y lleva una espada, había notado una violación.
“Tratar de sacar a otros jugadores del juego es una estrategia muy básica”, dijo Fabrizio Valleri, un delantero del equipo blanco. “Si sacamos a uno, por supuesto, nos da ventaja de un hombre. Eso puede significar todo”. Él no se refería a que esperara literalmente sacar a alguien inconsciente; aunque eso sucede. Se refería a que los equipos a menudo tratan de lesionar a un oponente hasta el punto en que ya no pueda continuar. Y conforme el juego avanzaba, parecía cada vez más probable que eso ocurriría.
Los Verdi, encabezados por la leyenda del calcio storico, Gianluca Lapi, aventajaron al principio cuando anotaron medio punto por arrojar la pelota a la meta pero habiéndola desviado en su camino. Los fanáticos de los Bianchi se quejaron, pero para el medio tiempo su humor había cambiado por la fuerza de dos caccias, o goles. En un deporte lento por los constantes choques y tirones, esto constituía un impulso serio. Alentados por la bravuconería, los fanáticos del equipo blanco entonaban, “¡Bianchi! ¡Bianchi!” Luego sugirieron una actividad particularmente obscena para que los fanáticos de los Verdi consideraran intentarla.
El resto del partido continuó de manera similar. Para los minutos finales, los Bianchi iban a la cabeza, y los jugadores expulsados de los Verdi estaban fumando ansiosamente detrás de la valla. Con el silbatazo final, los fanáticos de los Bianchi se lanzaron al campo. Al menos uno de los jugadores de los Verdi se tiró en la arena y lloró. Eventualmente, la masa de los blancos se fue por la Via de’ Benci, alejándose de la basílica y adentrándose en la noche. Cuando los jugadores cruzaron el Ponte alle Grazie, encaminándose hacia el Santo Spirito y el barrio donde ondeaban con la brisa solo banderas blancas, se pasaron los brazos unos sobre otros. “¡Bianchi! ¡Bianchi!”, gritaron. Luego se pararon sobre el puente y cantaron.