Por Fernando Stanich
17 Agosto 2015
Ya no hay tiempo para lamentos. Los pocos días que restan para la elección servirán sólo para que los operadores del alperovichismo y del canismo dediquen sus fuerzas a garantizar la fidelidad de sus dirigentes y a orquestar un riguroso control en cada mesa de votación. Es que por primera vez en mucho tiempo, el resultado de las urnas sigue siendo un misterio. Tampoco existe ya la supremacía oficialista de la última década y eso, de por sí, ya resulta positivo para el sistema político. La alternancia en el poder, ausente desde que la Casa de Gobierno y la Corte Suprema de Justicia se “comieron” el primer mandato de José Alperovich tras la reforma constitucional, vuelve a barajarse como posible a horas de una elección. Nadie, en el oficialismo o en la oposición, firma hoy un resultado. Todos tienen miedos, dudas e inseguridades. Esos elementos, aunque muchos pretendan disimularlo, dan la pauta de que Tucumán está a la víspera de un fin de ciclo.
Cualquiera sea el resultado del domingo, ya no será José Alperovich el ganador. Tampoco serán los mismos intendentes de hace 12 años los que celebren. Ni siquiera habrá una Legislatura o un Concejo Deliberante con mayoría absoluta para alguna facción política. El eje de rotación política cambiará. El gobernador, cuanto mucho, podrá levantarle los brazos a su heredero, pero la alegría real será por primera vez patrimonio de otra persona. Juan Manzur podrá moldear el modelo de su padre político a su antojo o José Cano cortar de raíz y empezar de cero. Así, más tarde o más temprano, el actual gobernador quedará a un costado y su impronta de gestión será reemplazada por la que elija quien resulte su sucesor. Es, ni más ni menos, lo que ocurre con todos los regímenes políticos personalistas que han exagerado su permanencia en el poder.
Cortes a la vista
El domingo habrá una carnicería abierta en Tucumán. El sistema de acoples, la paridad entre los candidatos y el clientelismo harán de las escuelas de votación grandes mostradores en los que se ofrecerán diferentes tipos de cortes. Como en un buen asado criollo, sobre la parrilla se pondrán cientos de pequeñas porciones de achuras, con la única finalidad de potenciar el plato principal. Esa es, lisa y llanamente, la función del millar de listas colectoras que se inscribieron. Actuarán de relleno y complemento, a un costado. Los acoples tendrán la responsabilidad de fiscalizar en cada circuito que los votos emitidos por los tucumanos sean finalmente los que se cuenten para las dos fórmulas más poderosas. San Miguel de Tucumán será el mercado más populoso. Tanto el alperovichismo como el canismo hacen cálculos sobre las ventas que harán ese día. El radical recuerda que en las legislativas de 2013 vendió más que sus competidores. Los peronistas kirchneristas se jactan de que hace una semana les sacaron casi 20.000 votos en ese distrito a los opositores. La incertidumbre, esta vez, la genera la aparición de un tercer vendedor: el amayismo. Tanto el canismo como el alperovichismo miran de reojo a Domingo Amaya y a Germán Alfaro. Tras la paliza de Alperovich en las PASO, en la Casa de Gobierno se encargaron de hacer correr la teoría de que los “municipales” apostarán a lo seguro. Es decir, se refugiarán directamente en su territorio para garantizar el triunfo de Alfaro como intendente, convencidos de que una victoria de Cano aparece cada vez más difusa. Los amayistas, por cierto, rápidamente salieron a aclarar que nunca harían eso porque el arribo del diputado a la Gobernación está al alcance de la mano, y que en consecuencia retener la Municipalidad será más sencillo. Los canistas coinciden con sus actuales aliados, pero por las dudas apuestan a una doble fiscalización: en cada mesa habrá dirigentes de uno y de otro sector. ¿Por mayor seguridad? Seguramente. ¿Por desconfianza? También.
Los puntos clave
Desde la oposición atribuyen la derrota del domingo 9 casi en exclusividad a sus “problemas” de control. Por eso, apuntan allí todos los cargadores. Pretenden apuntalar la victoria provincial desde la Capital, donde hubo unos 27.000 votos en blanco en la última elección. Así, creen que ganando por más de 20 puntos en ese distrito podrán tener un colchón importante de votos para aguantar una derrota por poco en el Oeste y por mucho en el Este. En el alperovichismo, claro está, las cuentas en el aire son diferentes. Especulan con que la alianza Cano-Amaya nunca logró achicar la diferencia de unos 100.000 votos entre el oficialismo y la oposición, establecida en 2013 cuando, mano a mano, el radical se había enfrentado en los comicios de diputados a Juan Manzur. Entonces, tildan a su favor una ventaja de 40.000 votos en el Oeste y de 70.000 en el Este, con la cual podrían tranquilamente soportar una ecuación negativa holgada en San Miguel de Tucumán. En las últimas PASO, Alperovich sólo le ganó por 19.000 votos en la Capital a Silvia Elías de Pérez, la candidata a senadora que el canismo dejó en la más oscura soledad.
En los días que restan, el alperovichismo buscará capitalizar por última vez el tufillo exitista de las Primarias. Daniel Scioli será el abanderado, el miércoles, de esa muestra de fortaleza oficialista. El canismo, por su parte, apela a que los indecisos se vuelquen para allí en busca de un cambio de aire luego de 12 años de un mismo modelo y a resguardar sus votos mediante un estricto control, por lo menos en la Capital y en los municipios del Oeste. Para ambos, ya no hay margen de replanteo. Los errores cometidos y las dudas por el camino que cada uno eligió quedan ahora relegados para un análisis posterior en cada búnker, más allá de que en el fuero íntimo los protagonistas ya sepan cuáles han sido sus fallas.
Cualquiera sea el resultado del domingo, ya no será José Alperovich el ganador. Tampoco serán los mismos intendentes de hace 12 años los que celebren. Ni siquiera habrá una Legislatura o un Concejo Deliberante con mayoría absoluta para alguna facción política. El eje de rotación política cambiará. El gobernador, cuanto mucho, podrá levantarle los brazos a su heredero, pero la alegría real será por primera vez patrimonio de otra persona. Juan Manzur podrá moldear el modelo de su padre político a su antojo o José Cano cortar de raíz y empezar de cero. Así, más tarde o más temprano, el actual gobernador quedará a un costado y su impronta de gestión será reemplazada por la que elija quien resulte su sucesor. Es, ni más ni menos, lo que ocurre con todos los regímenes políticos personalistas que han exagerado su permanencia en el poder.
Cortes a la vista
El domingo habrá una carnicería abierta en Tucumán. El sistema de acoples, la paridad entre los candidatos y el clientelismo harán de las escuelas de votación grandes mostradores en los que se ofrecerán diferentes tipos de cortes. Como en un buen asado criollo, sobre la parrilla se pondrán cientos de pequeñas porciones de achuras, con la única finalidad de potenciar el plato principal. Esa es, lisa y llanamente, la función del millar de listas colectoras que se inscribieron. Actuarán de relleno y complemento, a un costado. Los acoples tendrán la responsabilidad de fiscalizar en cada circuito que los votos emitidos por los tucumanos sean finalmente los que se cuenten para las dos fórmulas más poderosas. San Miguel de Tucumán será el mercado más populoso. Tanto el alperovichismo como el canismo hacen cálculos sobre las ventas que harán ese día. El radical recuerda que en las legislativas de 2013 vendió más que sus competidores. Los peronistas kirchneristas se jactan de que hace una semana les sacaron casi 20.000 votos en ese distrito a los opositores. La incertidumbre, esta vez, la genera la aparición de un tercer vendedor: el amayismo. Tanto el canismo como el alperovichismo miran de reojo a Domingo Amaya y a Germán Alfaro. Tras la paliza de Alperovich en las PASO, en la Casa de Gobierno se encargaron de hacer correr la teoría de que los “municipales” apostarán a lo seguro. Es decir, se refugiarán directamente en su territorio para garantizar el triunfo de Alfaro como intendente, convencidos de que una victoria de Cano aparece cada vez más difusa. Los amayistas, por cierto, rápidamente salieron a aclarar que nunca harían eso porque el arribo del diputado a la Gobernación está al alcance de la mano, y que en consecuencia retener la Municipalidad será más sencillo. Los canistas coinciden con sus actuales aliados, pero por las dudas apuestan a una doble fiscalización: en cada mesa habrá dirigentes de uno y de otro sector. ¿Por mayor seguridad? Seguramente. ¿Por desconfianza? También.
Los puntos clave
Desde la oposición atribuyen la derrota del domingo 9 casi en exclusividad a sus “problemas” de control. Por eso, apuntan allí todos los cargadores. Pretenden apuntalar la victoria provincial desde la Capital, donde hubo unos 27.000 votos en blanco en la última elección. Así, creen que ganando por más de 20 puntos en ese distrito podrán tener un colchón importante de votos para aguantar una derrota por poco en el Oeste y por mucho en el Este. En el alperovichismo, claro está, las cuentas en el aire son diferentes. Especulan con que la alianza Cano-Amaya nunca logró achicar la diferencia de unos 100.000 votos entre el oficialismo y la oposición, establecida en 2013 cuando, mano a mano, el radical se había enfrentado en los comicios de diputados a Juan Manzur. Entonces, tildan a su favor una ventaja de 40.000 votos en el Oeste y de 70.000 en el Este, con la cual podrían tranquilamente soportar una ecuación negativa holgada en San Miguel de Tucumán. En las últimas PASO, Alperovich sólo le ganó por 19.000 votos en la Capital a Silvia Elías de Pérez, la candidata a senadora que el canismo dejó en la más oscura soledad.
En los días que restan, el alperovichismo buscará capitalizar por última vez el tufillo exitista de las Primarias. Daniel Scioli será el abanderado, el miércoles, de esa muestra de fortaleza oficialista. El canismo, por su parte, apela a que los indecisos se vuelquen para allí en busca de un cambio de aire luego de 12 años de un mismo modelo y a resguardar sus votos mediante un estricto control, por lo menos en la Capital y en los municipios del Oeste. Para ambos, ya no hay margen de replanteo. Los errores cometidos y las dudas por el camino que cada uno eligió quedan ahora relegados para un análisis posterior en cada búnker, más allá de que en el fuero íntimo los protagonistas ya sepan cuáles han sido sus fallas.