Las casas de Neruda son tres poemas de amor

LA MÁS FAMOSA. En Isla Negra pasó Neruda su última noche con Matilde, antes de ser llevado al hospital. Allí está enterrado. Danielle Villasana / The New York Times LA MÁS FAMOSA. En Isla Negra pasó Neruda su última noche con Matilde, antes de ser llevado al hospital. Allí está enterrado. Danielle Villasana / The New York Times
02 Enero 2016

Por Tim Mckeough - The New York Times

La idea de hacer una visita a la casa de Pablo Neruda, en Santiago de Chile, fue una ocurrencia de último momento. Mi esposo, Jim, y yo habíamos estado recorriendo el país y nos quedaba solo un día en la capital.

Tomar el funicular hasta la cima del Parque Metropolitano, la clásica actividad turística, parecía una actividad obligada. Cuando llegamos abajo de nuevo nos depositó a una cuadra de La Chascona, la casa que el poeta compró en 1951 (mientras seguía casado con su segunda esposa, Delia del Carril) para la que era entonces su amante secreta, Matilde Urrutia. Una escala prometedora, quizá, pero mis expectativas eran bajas.

Había hecho muchos recorridos de casas en mis viajes; a menudo descubriendo que todas las cosas que más me hubiera gustado ver (las pinturas del artista, su escritorio o su estudio de pintura) habían sido vendidas o enviadas a museos. Si se saca al artista de la casa, lo más probable es que queden, con mucha frecuencia, una colección de habitaciones y algunos muebles viejos. Claro que podemos citar una asombrosa excepción: la Casa Azul, la casa de Frida Kahlo en la Ciudad de México.

En el momento en que entré en el jardín de La Chascona a modifiqué mi plan. “Voy a necesitar pasar mucho tiempo aquí”, le susurré a Jim. Ni siquiera había llegado a la puerta del frente y mi corazón se estaba acelerando como lo hace cuando encuentro una tienda de chatarra particularmente tentadora, o un patio de materiales recuperados, o una prometedora venta de garaje. Y este lugar poseía cualidades de todo eso.

Pura belleza

Pero hay algo más, un elemento no relacionado con la poesía de Neruda. Si Matilde fue, como él la describió en sus poemas, el gran amor de su vida, esta casa era el escenario en el cual él se imaginaba a los dos realizándose. “Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada -escribió en “Cien sonetos de amor”-. El menester del hombre, la mujer y la vida”.

Lo que reconocí, incluso en la entrada -con su variada colección de muebles de jardín de hierro fundido e incrustaciones de mosaicos, el mural de aves y vides que serpenteaba alrededor del arco de la puerta, la escalera circular forjada a mano y las esferas de cristal de boyas de barcos y los árboles anaranjados y las esculturas de ángeles- fue que cualquier inclinación que pudiera sentir por la poesía de Neruda, mi afinidad más sincera con este hombre que murió hace más de 40 años sería con su sentido de la decoración interior.

La Chascona (el nombre se refiere a la maraña del cabello de Matilde, un elemento recurrente en sus poemas) es el tipo de casa que más me gusta. La creación fabulosa, extravagante y excesiva de un hombre para quien los objetos asumían un profundo significado emocional, no necesariamente por su valor intrínseco, y posiblemente no por su belleza convencional tampoco, sino como una expresión de los sueños de la persona que los reunió.

Este lugar es también el hogar de un verdadero romántico, lleno de símbolos y talismanes y mensajes secretos a su amada, sólo una fracción de los cuales entenderá cualquier visitante. Hasta el día de mi visita, todo lo que yo sabía era que Neruda había escrito “Veinte poemas de amor”, pero toda esta casa era un poema de amor.

Tras dar un paso por la estrecha y baja entrada al comedor lo supimos: el hombre que vivía aquí amaba comer. La mesa es larga y está puesta con una vajilla inglesa y cristalería mexicana, maravillosos platones, sillas acomodadas sorprendentemente cerca, en una forma que sugiere calidez y cordialidad.

Otros refugios

Al enterarme de que Neruda tuvo otras dos casas que él y Matilde ocuparon a lo largo de los últimos 20 años del poeta, sugerí a Jim que añadiéramos a nuestro itinerario una peregrinación por esas otras casas; una, La Sebastiana, en Valparaíso; la otra, la Casa de Isla Negra, a un par de horas de ahí, en la rocosa costa chilena.

La Sebastiana fue comprada en 1959 del legado de un arquitecto, Sebastián Collado, quien murió antes de que se completara la construcción. Neruda compró La Chascona solo, como una sorpresa para su amante, pero él y Matilde (ya su tercera esposa) compraron La Sebastiana juntos. Celebraron su inauguración en 1961 con una de sus famosas cenas y luego con celebraciones de Año Nuevo, donde se reunían los amigos para ver los fuegos pirotécnicos sobre el puerto.

Pasamos una tarde y noche explorando Valparaíso; con suficiente tiempo para que Jim describiera el lugar como una embriagadora mezcla de Nueva Orleáns y el Distrito Misión de San Francisco, combinado con un poco del Distrito Latino en París: pisco sours en un antro donde tocan jazz de los años 30; calles adoquinadas que serpentean hacia el agua; murales y funiculares y macetas que derraman flores; perros en el camino.

A la mañana siguiente nos dirigimos a La Sebastiana. Como con La Chascona, esta casa de Neruda tiene una entrada de plantas entrelazadas y senderos de mosaico, jardines ocultos, escaleras, puertas y techos bajos que dan a una persona la sensación de estar en un barco. Los temas náuticos están en todas partes en sus casas.

Hay un caballo de calesita y una caja de música y una colección de barcos de madera, y mapas (uno que data del siglo XVII). Como siempre, Neruda se hizo de un maravilloso estudio de escritura, lleno de fotografías del poeta con sus amigos más famosos (Picasso y Marcel Marceau, entre ellos) y sus héroes escritores (Edgar Allan Poe, Walt Whitman), junto con fotografías del día en 1971 cuando recibió el Premio Nobel.

El camino a Isla Negra pasa por una serie de pequeños poblados antes de llegar a la costa. Incluso cuando llegamos ahí, pasamos dificultades para encontrar la casa. Por consejo de un taxista, tomamos un camino de terracería a menos de un kilómetro de la localidad. Luego ahí estaba, sobre una pila de rocas que ven hacia una extensión del océano tan agitada que Jim tuvo que elevar la voz para que yo le escuchara. La casa favorita de Neruda: Isla Negra.

Un pedazo de historia

Esta era la casa que había comprado para su esposa, Delia (apodada La Hormiguita). Buscaba, dijo, un lugar para escribir su “Canto General”.

Aquí de nuevo está el bar y la gran mesa de comedor, la enorme chimenea y mullidos sillones (que dan al picado Pacífico esta vez), el estudio de escritura, la romántica recámara a la que se llega por un tramo de escalera especial. En Isla Negra, Neruda se abandonó a su amor por los objetos marítimos más que en cualquiera de las otras casas, con una docena de mascarones de barcos que sobresalen de las paredes en la sala de estar.

Fue aquí donde recibió la noticia del golpe que removió del poder a su aliado socialista Salvador Allende en septiembre de 1973, y del suicidio de Allende ese mismo día.

Y fue aquí -apenas tres semanas después- donde pasó su ultima noche con Matilde, antes de ser llevado al hospital donde murió unos días después.

Tras su fallecimiento, Matilde nunca pasó otra noche en Isla Negra; regresó a Santiago para terminar sus días en La Chascona. Primero, sin embargo, tuvo que reconstruir la casa, que -como la ciudad- fue saqueada y destrozada por miembros de los militares después del golpe.

Quien visite las casas ahora no adivinaría que tantos tesoros y acabados fueron destruidos y quemados. Las fotos de las secuelas mostradas en las paredes de la casa cuentan la historia de la destrucción, de los miles que tomaron las calles tras su muerte para expresar su duelo por su poeta amado. En las fotos está la propia Matilde, con su cabello oculto bajo un velo negro. Murió 10 años después y está sepultada en Isla Negra al lado de su esposo.

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