Transitan por lo conocido y lo desconocido, a toda velocidad, a sabiendas que una equivocación, un desliz, una desconcentración, los puede llevar a un indeseado golpe, a un humillante abandono. Todos exponen la vida en su afán. Ellos son seres especiales, aventureros, locos, sentimentales, personajes ávidos de probar una máquina y probarse a sí mismos en extremo. Entienden al deporte como algo que debe vivirse a pleno, poniéndolo todo para llegar a una meta, sea ambiciosa, realista, mínima, pero nunca vacía de contenido. Aceleran, frenan, navegan, trazan estrategias, ofician de mecánicos, de showmen. Hacen temblar los cuerpos de los que los siguen, elevan la adrenalina, animan aún a los indeferentes, atizan el fuego que lleva todo hombre y toda mujer, ese que permite entender que siempre hay algo más en el interior de cada uno. Durante dos semanas, trabajan 13 días seguidos, 12, 16, 20 horas diarias. Muchos ni duermen. En el día de descanso, el Dakar les da un sosiego. Los que corren dejan ver que en ellos lo mundano también cabe.

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