La caravana del Dakar pasó por Colalao del Valle

La gente acompañó con entusiasmo a los competidores.

UNIDOS. Jenny y Fabián están casados desde 2012 y además del amor comparten la pasión por el deporte motor. UNIDOS. Jenny y Fabián están casados desde 2012 y además del amor comparten la pasión por el deporte motor.
No sólo los tramos de carrera en velocidad son interesantes en el Dakar. Ayer la caravana pasó nuevamente por caminos tucumanos, esta vez en enlace. De todos modos hubo público que se apostó al costado de la ruta 40, en los Valles Calchaquíes. Obviamente la convocatoria no fue la misma que hace una semana, cuando las máquinas pasaron a plena velocidad de competencia. El enlace también resultó seductor para grupos de amigos y familias que desafiaron el fuerte sol y el intenso calor, mitigado por una brisa que hizo más amena la espera del paso de los vehículos.

Colalao del Valle fue el pueblo tucumano que se llevó la mejor parte de la exhibición dakariana. La ruta nacional es la calle por excelencia de la ciudad. Durante la mañana del lunes fue transformada por los habitantes en una especie de “vehiculódromo”, si vale el término en comparación a un corsódromo. Sacaron las sillas playeras y los juegos de jardín a la vereda. Termo y mate de por medio vieron pasar a los hermanos Patronelli, bien pegaditos, y se maravillaron con el Hummer de asistencia que tiraba un inmenso acoplado del showman, Robby Gordon.

En la ruta
Oscar Morales quiso disfrutar de otra manera el paso del Dakar por su tierra natal. Junto a tres amigos se fue a la ruta a ver lo que él calificó como todo un acontecimiento. “Es una alegría para Colalao del Valle, un pueblito que no tiene difusión”, reconoció con un poco de resignación. “Siempre es Tafí del Valle, Cafayate o Amaicha del Valle. Y Colalao, nada”, lamentó mientras seguían pasando las motos de competencia. Sus amigos seguían saludando y la respuesta de los pilotos era una señal con los cinco dedos extendidos o bien el pulgar arriba. Del costado, los dakarianos recibían todos esos gestos, sumados a gritos de aliento mientras una que otra bandera argentina era agitada.

Al menos por un día, la confusión que según Morales suele producirse no tuvo lugar, porque el Dakar los puso con nombre y apellido completo en el globo terráqueo. “Cuando uno va a la ciudad dice que viene de Colalao y se confunden, piensan que soy de San Pedro. Somos el último pueblito de Tucumán”, destacó Morales.

Esta vez el pueblito picó en punta. Por qué no pensar que el español Carlos Sainz recordará que cuando pasó por la ruta 40 vio a Oscar, un hombre corpulento y de tez morena, junto a Abenamar Guanca, su amigo, que apostó sobre un trípode una antigua cámara de filmación. “Soy de El Pichao, estoy a ocho kilómetros de mi casa y es un gusto estar sobre la ruta”, destacó Oscar. Mientras, Guanca la pasaba bien porque un árbol le brindaba la sombra necesaria. “Es una dicha estar aquí”, destacó nuevamente.

Ya en el corazón del pueblo, también debajo de la sombra de un árbol, tres damas estaban esperando la caravana. Agitaban una bandera. “Representamos al pueblo diaguita de Quilmes”, comentó Gabriela Flores. Ella había llegado desde Talapasto, una comunidad de 17 casas. Flores encontró un buen plan para disfrutar un día de las vacaciones junto a su hija, Alondra Chocobar, y a su sobrina, Claudia Cruz. “Queremos que todos vean la bandera para que sepan que los pueblos diaguitas están acá”, explicó Flores.

El día invitaba a llegar al límite con Salta. Lo que hay después es garantía de un carnaval visual por Tolombón, que casi ni se inmutó. Salvo alguna “inquietud” cuando los vehículos de asistencia de Peugeot pararon. Los asistentes de estrellas como Sainz, Sébastien Loeb y Cyril Despres aparentemente tuvieron necesidades comunes y bajaron generando una singular postal de hombres a espaldas de la ruta que miraban hacia el suelo.

En Cafayate el Dakar hizo volar la imaginación de los veraneantes. “Los chicos se entusiasman y hasta mi esposo dice que en otra vida quiere estar en uno de esos coches”, comentó entre risas Soledad Granadé, de Jujuy. Es que a velocidad de competencia o no, las máquinas imponentes del Dakar provocan sueños difíciles de frenar.

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