El penoso estado del templo de San Francisco

Significa desagradecimiento, olvido o desprecio de los beneficios recibidos. Dicen que es hija de la soberbia, pero también de la indiferencia. La ingratitud es una actitud que forma parte de la idiosincrasia de algunas comunidades. Se puede ser ingrato con las personas, los próceres, con la historia y sus testigos... La iglesia de San Francisco es un ejemplo del desamor de los tucumanos, en particular por su patrimonio arquitectónico. Desde hace muchos años el histórico templo viene en un franco proceso de deterioro. Su construcción comenzó en 1873, y se inauguró el 26 de septiembre de 1891. Declarado monumento histórico nacional en 1963, el templo fue diseñado y construido por el arquitecto franciscano italiano, fray Luis Giorgi. Es uno de los más antiguos de la provincia y quizás único en el país por su valor histórico, cultural y artístico. El predio del convento funcionó en 1812 como cuartel general del Ejército del Norte comandando por el general Manuel Belgrano y en ese suelo recibieron sepultura los héroes caídos en la Batalla de Tucumán el 24 de septiembre de ese año. Durante el combate sirvió además como hospital para atención de los heridos.

Su estado edilicio es penoso; las medias sombras impiden que el polvo o algún desprendimiento de la mampostería impacte en la cabeza de los fieles. Lucen descascaradas las figuras de las paredes, pintadas por el artista italiano Aristenes Papi, aproximadamente en 1925. Las imponentes arañas de cristal están opacadas por el polvo. La escasez de luces impide admirar las imágenes de gran valor cultural como el Arcángel San Miguel que fue traído desde Ibatín cuando se trasladó la capital, o el Cristo Yacente que perteneció a los padres jesuitas, constructores del convento. El guardián del convento dijo que aún se halla en estudio la tercera etapa de la restauración que comenzó hace ocho años, y que está a cargo de la Municipalidad y de la Dirección Nacional de Arquitectura. Se deben efectuar trabajos en la instalación eléctrica, así como en los techos de la parte antigua del edificio. “Las arañas tienen muchos focos y no tenemos dinero para reponerlos ni escalera. La fachada está a oscuras. No hay claridad sobre quién se tiene que hacer cargo de su mantenimiento. Los frailes tampoco tenemos dinero para hacerlo, apenas logramos pagar la luz y empleados. Tres veces mandé notas a la Secretaría de la Gobernación desde 2011 pero no tuve eco. Sólo una vez me contestaron. Que no había presupuesto”, afirmó el sacerdote.

Esta es, por cierto, una historia de larga data. “Iglesia histórica en peligro” se titulaba el editorial de LA GACETA de enero de 1985. Comentaba que el convento de San Francisco se encontraba en peligro de derrumbe. “Los técnicos opinan que el estado de conservación del templo, que ha sufrido en tantos años muchos cambios y remodelaciones, es crítico. La restauración requiere considerables fondos y se ha solicitado el apoyo de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos”, señalaba la nota.

El penoso estado del templo no habla bien de la clase dirigente local, que parece haberse desentendido del asunto, enarbolando el conocido argumento de las jurisdicciones e incumbencias, como también de la feligresía que podría haber iniciado una colecta para la reparación del convento. Si el Papa hubiese asistido al XI Congreso Eucarístico Nacional, se habría desilusionado al ver la ingratitud de los tucumanos para con su admirado San Francisco de Asís.

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