Por LA GACETA
24 Junio 2016
La corrupción, la inclusión social de los sectores más pobres, la necesidad de zanjar la división de una sociedad fragmentada, fueron algunos temas que se abordaron durante el XI Congreso Eucarístico Nacional que concluyó el domingo en San Miguel de Tucumán. También se deliberó acerca de otros problemas que afectan la vida de los argentinos, tales como la inflación, el incremento de los índices de pobreza y los tarifazos. Según los organizadores, las jornadas tuvieron un marco de asistentes que osciló entre 100.000 y 300.000 personas.
El encuentro contó con la visita del presidente Mauricio Macri, del cardenal Giovanni Re, enviado por el papa Francisco y otras autoridades nacionales, provinciales y religiosas. Se destacó por la gran adhesión de jóvenes de todas las edades, que renovaron y afianzaron su fe católica.
Las homilías y discursos tuvieron un tono de crítica a los hechos de corrupción, así como una apelación a la reconciliación que permita cerrar la llamada grieta social. “Para la sociedad actual, marcada por tanto egoísmo, por la especulación desenfrenada, por tensiones y contrastes, por tanta violencia, la Eucaristía es una llamada a la apertura hacia los demás, a saber amar, a saber perdonar; es una invitación a la reconciliación, a la solidaridad y al compromiso con los pobres, con los ancianos, con los sufrientes, con los pequeños y los marginados”, dijo el enviado papal.
En nuestra sección Cartas del 21 de junio, un lector recordó las palabras que pronunció el entonces papa Juan Pablo II en su paso fugaz por Tucumán en 1987. “‘Lo hacemos aquí, en esta ciudad de San Miguel de Tucumán, a la que llamáis Cuna de la Independencia, por haber iniciado aquí vuestro camino en la historia como nación independiente... ¡Debemos concebir nuestra existencia como un acto de servicio, de obediencia, al designio libre, amoroso y soberano de Dios...! La libertad no ha sido dada al hombre por el Creador para hacer lo malo, sino para hacer el bien y crecer en amor a nuestros hermanos. ¡Amad a vuestra patria, cumplid con vuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos, y movidos por vuestra condición de hijos adoptivos de Dios!’ Hasta aquí este pensamiento de su santidad Juan Pablo II, y reflexionando estas palabras vemos con tristeza que, habiendo transcurrido casi 30 años, constatamos que nada o casi nada ha cambiado. Vemos con asombro que la corrupción, la droga, la pobreza, la indigencia, la falta de trabajo y las peleas entre nosotros se acrecientan, y ese amor a la patria, no se manifiesta de manera alguna”, escribió el lector Carlos Dumit.
Acaba de concluir un multitudinario encuentro de reflexión, comunión y fe. Esa sensación de bienestar que han experimentado seguramente sus participantes, no debería desvanecerse con el correr de los días, sino trascender el deseo de buena voluntad y la palabra, y avanzar hacia acciones concretas, comenzando por nuestra clase dirigente en todos los ámbitos, que debería ser la primera en dar el ejemplo. Si la iniciativa no parte de la persona misma, se seguirá mirando la paja en el ojo ajeno, esperando que sean los otros quienes la realicen. Todo entendimiento es posible si hay gestos concretos de diálogo, de tolerancia. Aprender a trabajar por el bien común, a pesar de las diferencias políticas o confesionales, implicará dar un paso significativo como sociedad hacia la reconciliación y el progreso.
El encuentro contó con la visita del presidente Mauricio Macri, del cardenal Giovanni Re, enviado por el papa Francisco y otras autoridades nacionales, provinciales y religiosas. Se destacó por la gran adhesión de jóvenes de todas las edades, que renovaron y afianzaron su fe católica.
Las homilías y discursos tuvieron un tono de crítica a los hechos de corrupción, así como una apelación a la reconciliación que permita cerrar la llamada grieta social. “Para la sociedad actual, marcada por tanto egoísmo, por la especulación desenfrenada, por tensiones y contrastes, por tanta violencia, la Eucaristía es una llamada a la apertura hacia los demás, a saber amar, a saber perdonar; es una invitación a la reconciliación, a la solidaridad y al compromiso con los pobres, con los ancianos, con los sufrientes, con los pequeños y los marginados”, dijo el enviado papal.
En nuestra sección Cartas del 21 de junio, un lector recordó las palabras que pronunció el entonces papa Juan Pablo II en su paso fugaz por Tucumán en 1987. “‘Lo hacemos aquí, en esta ciudad de San Miguel de Tucumán, a la que llamáis Cuna de la Independencia, por haber iniciado aquí vuestro camino en la historia como nación independiente... ¡Debemos concebir nuestra existencia como un acto de servicio, de obediencia, al designio libre, amoroso y soberano de Dios...! La libertad no ha sido dada al hombre por el Creador para hacer lo malo, sino para hacer el bien y crecer en amor a nuestros hermanos. ¡Amad a vuestra patria, cumplid con vuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos, y movidos por vuestra condición de hijos adoptivos de Dios!’ Hasta aquí este pensamiento de su santidad Juan Pablo II, y reflexionando estas palabras vemos con tristeza que, habiendo transcurrido casi 30 años, constatamos que nada o casi nada ha cambiado. Vemos con asombro que la corrupción, la droga, la pobreza, la indigencia, la falta de trabajo y las peleas entre nosotros se acrecientan, y ese amor a la patria, no se manifiesta de manera alguna”, escribió el lector Carlos Dumit.
Acaba de concluir un multitudinario encuentro de reflexión, comunión y fe. Esa sensación de bienestar que han experimentado seguramente sus participantes, no debería desvanecerse con el correr de los días, sino trascender el deseo de buena voluntad y la palabra, y avanzar hacia acciones concretas, comenzando por nuestra clase dirigente en todos los ámbitos, que debería ser la primera en dar el ejemplo. Si la iniciativa no parte de la persona misma, se seguirá mirando la paja en el ojo ajeno, esperando que sean los otros quienes la realicen. Todo entendimiento es posible si hay gestos concretos de diálogo, de tolerancia. Aprender a trabajar por el bien común, a pesar de las diferencias políticas o confesionales, implicará dar un paso significativo como sociedad hacia la reconciliación y el progreso.