02 Agosto 2016
LA GACETA / DIEGO ARÁOZ
Debajo de cada pisada se oye el crujido de las hojas secas. El sendero dibuja el trayecto como una serpiente en movimiento, con pendientes y caídas del terreno, rodeado por el verde más intenso que puede regalar la selva de yungas. El reacondicionamiento del Jardín Botánico para habilitarlo a las visitas del público comienza a tomar forma dentro de la Reserva Experimental Horco Molle, al pie del cerro, en Yerba Buena.
El predio es supervisado por los expertos de la facultad de Ciencias Naturales y el Instituto Miguel Lillo de la Universidad Nacional de Tucumán. Hay tanto verde alrededor que, inclusive, en los troncos caídos crece el musgo para reforzar el colorido de la selva. Avanzar por los senderos lleva algunas sorpresas para los visitantes. Es posible cruzarse con corzuelas que guían a sus crías entre los pastizales.
La caminata es encabezada por Juan Pablo Juliá, coordinador general y encargado del área académica y de investigación de la Reserva. “Pensamos que a partir de octubre -dice Juliá-, el Jardín Botánico estará abierto al público para recorrerlo, descubrirlo de manera individual o con guías expertos para visitas de grupos y de contingentes estudiantiles”.
Juliá señala un espacio semi redondo, que parece un lunar verde, rodeado por árboles. Dice que ahí estará el sitio para los eventos de carácter público, como se acostumbra en los mejores jardines botánicos. Alrededor pueden verse algunos ejemplares de roble salteño, muy cerca de los eucaliptos. “Esto va a estar señalizado con cartelería y la idea es que vengan los estudiantes de los colegios -resalta Juliá- y reciban información de manera que interactúen con el entorno natural”.
Un camuflaje
Una vez por mes, se organiza una jornada especial para realizar lo que se denomina “anillado de aves”. Expertos y estudiantes extienden las “redes de niebla” (una tela de fibra de plástico casi imperceptible para los pájaros). Sujetadas por cañas huecas en medio de los senderos, camufladas entre las hojas verdes, las redes atrapan a las aves sin lastimarlas. Una vez que el pájaro queda enredado en la tela, se procede a retirarlo con mucho cuidado para no dañar su plumaje. Después, los estudiantes comienzan la clasificación de esa especie. El grupo se mueve bajo la batuta de Diego Ortiz, profesor responsable de Rehabilitación Fauna de la Reserva. Desde niño fue aficionado a las aves, pero de manera profesional hace 16 años que trabaja en Horco Molle.
Uno de los estudiantes toma el ave entre sus manos con la delicadeza de quien acaricia el algodón. Luego le coloca un anillo en la pata y lo traba con una pequeña pinza. Así como el DNI identifica a las personas, ese anillo sirve para identificar al ave en una próxima visita.
“El origen de la tela para atrapar a las aves viene de la cultura china -detalla Ortiz-; ellos tejían las redes más resistentes y más suaves con los cabellos de las mujeres ”, agrega.
El nombre de Horco Molle, quiere decir “el que brilla en el cerro”, y ese bautismo se refiere a un halo de luz que destellan las hojas de este árbol. De un lado es verde oscuro y, del otro, un verde plateado. Además de las aves autóctonas, la reserva es un sitio ideal para las aves migratorias como el “zorzalito norteamericano”. Esta especie vive en Boston y para esta época del año se prepara para su tradicional y largo viaje de varios meses. “A esta altura del año está juntando fuerzas -explica Ortiz- para venirse a Tucumán, donde tiene una gran disposición de frutos para su alimentación. Muchas aves viajan de noche -detalla- y sus puntos de referencias para la ruta de viaje son las estrellas”.
Debajo de los árboles, entre los pastizales rondan los zorros, los hurones, el gato montés, las corzuelas, y el osito lavador, que es el símbolo de la Reserva de Horco Molle. Es un animal de hábito nocturno, muy solitario y su cara tiene la particularidad de que parece usar un antifaz negro sobre los ojos; es muy parecido al mapache.
En cuanto a la flora, lo que abunda es el “siempre verde”. Es un usurpador nefasto, porque ocupa cada vez más territorio y no permite que nada crezca a sus pies. Pablo Quiroga, coordinador general de la Reserva, conoce todos los senderos y cada una de las especies arbóreas que hay dentro de las más de 200 hectáreas. “Hemos consensuado con los ciclistas (bikers) para que ellos dispongan de su recorrido deportivo y quede, por aparte, otra área de recorrido en caminatas”, afirma.
Avanzar por los senderos de tierra húmeda permite descubrir el futuro mariposario. Dentro del predio hay plantas que atraen mariposas locales y de otras especies migrantes. Antes de llegar al cauce de agua, llamado Anta Yacu (Hogar del Tapir) también puede verse una colección de helechos en un espacio que tiene el tamaño de una cancha de tenis.
Recorrer el Jardín Botánico regala una conexión con la naturaleza y, además, se puede entender por qué razones se dijo que Tucumán es el Jardín de la República.
El predio es supervisado por los expertos de la facultad de Ciencias Naturales y el Instituto Miguel Lillo de la Universidad Nacional de Tucumán. Hay tanto verde alrededor que, inclusive, en los troncos caídos crece el musgo para reforzar el colorido de la selva. Avanzar por los senderos lleva algunas sorpresas para los visitantes. Es posible cruzarse con corzuelas que guían a sus crías entre los pastizales.
La caminata es encabezada por Juan Pablo Juliá, coordinador general y encargado del área académica y de investigación de la Reserva. “Pensamos que a partir de octubre -dice Juliá-, el Jardín Botánico estará abierto al público para recorrerlo, descubrirlo de manera individual o con guías expertos para visitas de grupos y de contingentes estudiantiles”.
Juliá señala un espacio semi redondo, que parece un lunar verde, rodeado por árboles. Dice que ahí estará el sitio para los eventos de carácter público, como se acostumbra en los mejores jardines botánicos. Alrededor pueden verse algunos ejemplares de roble salteño, muy cerca de los eucaliptos. “Esto va a estar señalizado con cartelería y la idea es que vengan los estudiantes de los colegios -resalta Juliá- y reciban información de manera que interactúen con el entorno natural”.
Un camuflaje
Una vez por mes, se organiza una jornada especial para realizar lo que se denomina “anillado de aves”. Expertos y estudiantes extienden las “redes de niebla” (una tela de fibra de plástico casi imperceptible para los pájaros). Sujetadas por cañas huecas en medio de los senderos, camufladas entre las hojas verdes, las redes atrapan a las aves sin lastimarlas. Una vez que el pájaro queda enredado en la tela, se procede a retirarlo con mucho cuidado para no dañar su plumaje. Después, los estudiantes comienzan la clasificación de esa especie. El grupo se mueve bajo la batuta de Diego Ortiz, profesor responsable de Rehabilitación Fauna de la Reserva. Desde niño fue aficionado a las aves, pero de manera profesional hace 16 años que trabaja en Horco Molle.
Uno de los estudiantes toma el ave entre sus manos con la delicadeza de quien acaricia el algodón. Luego le coloca un anillo en la pata y lo traba con una pequeña pinza. Así como el DNI identifica a las personas, ese anillo sirve para identificar al ave en una próxima visita.
“El origen de la tela para atrapar a las aves viene de la cultura china -detalla Ortiz-; ellos tejían las redes más resistentes y más suaves con los cabellos de las mujeres ”, agrega.
El nombre de Horco Molle, quiere decir “el que brilla en el cerro”, y ese bautismo se refiere a un halo de luz que destellan las hojas de este árbol. De un lado es verde oscuro y, del otro, un verde plateado. Además de las aves autóctonas, la reserva es un sitio ideal para las aves migratorias como el “zorzalito norteamericano”. Esta especie vive en Boston y para esta época del año se prepara para su tradicional y largo viaje de varios meses. “A esta altura del año está juntando fuerzas -explica Ortiz- para venirse a Tucumán, donde tiene una gran disposición de frutos para su alimentación. Muchas aves viajan de noche -detalla- y sus puntos de referencias para la ruta de viaje son las estrellas”.
Debajo de los árboles, entre los pastizales rondan los zorros, los hurones, el gato montés, las corzuelas, y el osito lavador, que es el símbolo de la Reserva de Horco Molle. Es un animal de hábito nocturno, muy solitario y su cara tiene la particularidad de que parece usar un antifaz negro sobre los ojos; es muy parecido al mapache.
En cuanto a la flora, lo que abunda es el “siempre verde”. Es un usurpador nefasto, porque ocupa cada vez más territorio y no permite que nada crezca a sus pies. Pablo Quiroga, coordinador general de la Reserva, conoce todos los senderos y cada una de las especies arbóreas que hay dentro de las más de 200 hectáreas. “Hemos consensuado con los ciclistas (bikers) para que ellos dispongan de su recorrido deportivo y quede, por aparte, otra área de recorrido en caminatas”, afirma.
Avanzar por los senderos de tierra húmeda permite descubrir el futuro mariposario. Dentro del predio hay plantas que atraen mariposas locales y de otras especies migrantes. Antes de llegar al cauce de agua, llamado Anta Yacu (Hogar del Tapir) también puede verse una colección de helechos en un espacio que tiene el tamaño de una cancha de tenis.
Recorrer el Jardín Botánico regala una conexión con la naturaleza y, además, se puede entender por qué razones se dijo que Tucumán es el Jardín de la República.
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