Nicolás Solari - Poliarquía Consultores
NUEVA YORK (Especial para LA GACETA).- Finalmente, Donald Trump y Hillary Clinton se vieron las caras en el primero de los tres debates presidenciales que se celebrarán en Estados Unidos antes de las cruciales elecciones del próximo 8 de noviembre. La expectativa en torno al debate era altísima, fundamentalmente porque desde hace ya varias semanas los sondeos de opinión vienen registrando un escenario de mucha paridad en la intención de voto a ambos candidatos.
Durante los 90 minutos que duró el debate, Hillary Clinton sacó ventaja en los campos que a priori le eran más afines: lució más preparada, propositiva y programática. La demócrata se mantuvo siempre en el centro de la escena y la mayoría de las veces lideró la tónica del debate. Trump, por su parte, comenzó su participación de modo articulado y moderado, tratando sin duda de lucir presidencial, pero apenas media hora después Hillary lograba su objetivo de mostrarlo iracundo y temperamental en sus intervenciones.
Probablemente los intercambios más jugosos se dieron cuando Clinton acusó a Trump de no publicar sus declaraciones impositivas y el millonario contraatacó señalando que la demócrata incumplió la ley al utilizar su cuenta de correo privada mientras era Secretaria de Estado de Barack Obama. Del intercambio salió mejor parada Clinton porque fue más convincente al argumentar que Trump se empecinaba en no mostrar sus impuestos para ocultar que ni es tan rico como dice, ni paga los impuestos que corresponde.
Durante toda la noche, Trump fue incapaz de imponer el mejor manejo de los tiempos, los medios y las audiencias, que verdaderamente maneja a la perfección y que lo han llevado a ser un serio contendiente a la presidencia. La intensa preparación a la que se avocó Hillary Clinton dio resultados no solo en el campo argumentativo sino también en el gestual. Se la vio siempre cómoda, al ataque cuando quiso e, incluso, despertando los aplausos de una platea siempre comedida.
Desarrollo económico, tensiones raciales, seguridad, terrorismo, relaciones exteriores, sexismo. Los temas se encadenaron uno tras otro repitiendo la misma lógica: una Hillary dominante y un Trump que apelaba a un carisma que en esta ocasión no alcanzó para convertirlo, como tanta otras veces, en la estrella de la noche.
El encuentro entre Trump y Clinton no decepcionó y se encuadró en lo que los norteamericanos llaman infotainment, un neologismo que une las palabras información y entretenimiento, y que define a las claras la dimensión de la política como show. Se trata, es cierto, de un formato que se extiende en el mundo y que permite potenciar la comunicación y la persuasión en un contexto caracterizado por la preeminencia de electores apáticos y desinformados. Allí se conjugan definiciones de política exterior con ataques personales de la más baja estofa. Una coctel de irresistible atractivo para el votante medio que admite su responsabilidad electoral pero a la vez demanda entretenimiento real. Una versión contemporánea, si se quiere, del pan y circo romano.
Uno de los interrogantes centrales de la ciencia política moderna es desentrañar por qué, cómo y cuándo los electores deciden su voto. El politólogo norteamericano especializado en opinión pública John Zaller, sostiene que las personas poseen por lo general opiniones ambivalentes acerca de la mayoría de los fenómenos políticos y, que al momento de tomar una decisión, recurren a las ideas y consideraciones que tienen más frescas en la memoria. Para dos candidatos tan resistidos como Hillary Clinton -desaprobada por un 55% de la población- y Donald Trump -desaprobado por un 58%- el desafío de anoche consistió en impregnar la mente de los televidentes con una o dos consideraciones positivas que permitan inclinar la balanza a su favor en el crucial momento de la votación. Las encuestas de opinión pública ya sondean al electorado estadounidense para saber si alguno de los dos candidatos logró quebrar la paridad que hasta hoy angustia a demócratas y republicanos.