El grupo de mujeres que enfrenta a los “transas” de Tucumán

Desde hace ocho años, las Madres del Pañuelo Negro vienen denunciado la venta de drogas, pese a las amenazas que reciben

10 Octubre 2016
La necesidad de crear el grupo nació durante la Navidad de 2008. El 25 de diciembre de ese año, a las 2.30 de la mañana, se escuchó un tiro en La Costanera. Walter Santana, un joven de 23 años, había ido hasta la casa del “transa” de la cuadra para pedirle que le fiara una dosis de “paco”. Santana ya le debía $ 10 al vendedor -el equivalente, en ese momento, a cuatro dosis- y este último no sólo no le fió, sino que además sacó un arma y le pegó un balazo en el pecho. La víctima no resistió y perdió la vida. Pero su muerte hizo nacer a un grupo de mujeres que bajo un pañuelo negro y esquivando las amenazas que les proferían a diestra y siniestra, salieron a combatir la venta de drogas y a denunciar a todos los “transas” de La Costanera, ese barrio que se ubica en el límite de la capital tucumana y Banda del Río Salí.

Durante ocho años, la lucha se dio sin tregua. En todo ese tiempo, hubo un sólo día en que no se vendieron drogas en el barrio: cuando cayó “El Gordo Rogelio”. Al ver el despliegue de las fuerzas federales, bajaron las persianas y suspendieron la venta de “paco”, pastillas y “frula” (cocaína de baja pureza).

Las Madres del Pañuelo Negro vieron morir a decenas de jóvenes. Y no sólo a los que fallecieron por enfrentamientos por deudas, sino también a los que decidieron quitarse la vida por el desasosiego que les causaba la adicción a las drogas. En ese sentido, su lucha no se dedicó solamente a empujar a los investigadores a entrar a La Costanera, sino que también plantearon soluciones para los jóvenes que no podían dejar de drogarse y que, incluso, habían caído en la delincuencia para conseguir ese billete que les permitiera acceder a un “papel”.

En agosto, a las Madres se las vio marchando -y llorando- en la Plaza Independencia. Allí estaban Mercedes Nieva y Petrona Pereira, quienes se abrazaron frente a la Casa de Gobierno para consolarse porque ninguna puede aún lograr que sus hijos abandonen su adicción. También marchaba ese día Lía Ene, una mujer que se encuentra amenazada por “soldaditos” de los narcos a los que denunció tras la muerte por sobredosis de su hijo. Y no faltó Dora Ibáñez, quien suele marchar con la foto de su hijo que se ahorcó en 2010. La mujer ahora lucha porque dos de sus 15 nietos no pueden salir de la adicción.

Ese día rogaron que las atendiera algún funcionario, pero tuvieron que esperar dos semanas para sentarse en la misma mesa que el secretario general de la Gobernación, Pablo Yedlin y obtuvieron el compromiso de que se trataría el petitorio de 15 puntos que les presentaron. Allí también estuvo toda la Hermandad de los Barrios, un grupo de personas de siete villas que luchan contra un enemigo en común.

La última aparición pública del grupo fue esta semana, en la marcha que se realizó por el esclarecimiento de la muerte del cura Juan Viroche. Desde las escalinatas de la Casa de Gobierno, gritaron hasta quedarse sin voz -detrás de sus características banderas- que el sacerdote había muerto por enfrentarse públicamente a los vendedores de drogas del este tucumano y volvieron a reclamar políticas que permitan desterrar este flagelo, por sus hijos y para que ninguna familia más viva el infierno que ellos conocen.

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