Esa queja que nos mira desde el espejo

Lamentarse consuetudinariamente por cualquier aspecto de la realidad desnuda frustraciones.

Palabra que mira de reojo. Dedo que fusila. Lengua que golpea. Reproche que pulula. Acusación que se guarece en el anonimato. Consuetudinaria. Resentida. Enojada. Insatisfecha. Descomprometida. Siempre dispuesta a despellejar al que hace. Al que se equivoca. Al que acierta. Al que habla. Al que calla. Inmoviliza la desdicha. La paja en el ojo ajeno. Incapaz de mirarse a sí misma. Nada le viene bien. A veces, razonable. Otras, enfermiza. Estandarte del fracaso. Víctima del semejante que no hace nada por taparle la boca. De la realidad. Se refocila en el infortunio de nunca haber sido y en la angustia de lo que nunca se será por inercia propia. Histérica como la famosa gata. Fastidia con fruición. Murmura: “pasale al otro si no sos potro”. La queja es ese otro yo que se regodea en la frustración. Ella nos mira socarronamente desde ese espejo, donde no queremos vernos. Tal vez porque las quejas son de nosotros y las culpas, ajenas.

Los argentinos somos un buen ejemplo de bipolaridad, pasamos de ser los mejores del mundo a los peores, del optimismo exagerado al pesimismo trágico. Da la impresión de que nos gusta regodearnos en los defectos propios hasta el punto de que hablamos de ese dolor de ser argentino. Es una suerte de autodenigración constante (nos quejamos a diario de este país o de políticos corruptos), pero poco o nada hacemos para revertir esta cultura de la queja. ¿Por qué somos tan quejosos? ¿Dónde se origina este descontento? ¿Es enfermizo? ¿Qué nos lleva a autocompadecernos? ¿Por qué nos resignamos a vivir una realidad que trae desdicha? ¿Por qué esperamos que otro nos saque las castañas del fuego? ¿Por qué no actuamos?

No cambia las cosas

Alejandra Muratore
Cantante-psicóloga

La mayoría de las personas (si no todas) practicamos la queja y en toda dirección: hacia la familia, el gobierno de turno, las políticas implementadas, el sistema educativo, las diferentes generaciones etarias, las costumbres culturales, las relaciones amorosas o amistades… quejas físicas, quejas somáticas, quejas inespecíficas… Quien se queja, está descontento, disconforme, y de alguna manera, quiere expresarse y conseguir algo. La queja es el deseo de ser escuchados. Sin embargo, quejarse no cambia las situaciones, tampoco a las personas ni a las cosas, tan sólo informa que la realidad no nos agrada y puede servirnos de desahogo. Pero si este mecanismo se torna constante y repetitivo puede resultar inoperante, sumergiéndonos en un proceso de victimización, en donde la persona nada tiene de responsabilidad sobre lo que acontece. Como una suerte de sentirnos separados y ajenos al contexto, a lo que nos rodea, al mundo y a los demás y todo lo que sucede es producto del gran Otro. Aun así, lejos de considerarlo un estado enfermizo, creo que es el primer paso de un proceso de cambio. Lo interesante radica en no relajarnos en un circuito de palabras quejosas y críticas, sino, además, movernos en un proceso creativo de nuevas propuestas y acciones que propicien los resultados que anhelamos. Pues cada ser humano, es fundamental en este tejido social infinito en el que todos somos protagonistas de cada acontecer.

Identidad no definida

Ricardo Salim
Arquitecto-teatrista

La historia de nuestro país moldeó nuestra forma de ver la vida y el mundo. Durante años, los países desarrollados consideraron a la Argentina como “la meca en América Latina”, “el granero del mundo”, y nos colonizaron. Como resultado, los argentinos, descendientes en su mayoría de inmigrantes, vivimos y nos educamos, con la mirada puesta en Europa, anhelando parecernos a los europeos. Diferente experiencia tuvieron otros países de América Latina, quienes pudieron mantener fuerte su orgullo y la alegría de ser latinoamericanos. El nuestro es un problema de identidad no definida. Arturo Jauretche, tiene un texto que describe esta situación: “nada grande se puede hacer sin alegría, nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos. Los pueblos deprimidos no vencen ni en el laboratorio ni en las disputas económicas. Por eso venimos a combatir alegremente, seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores a corto o largo plazo…” Las opciones que tenemos son infinitas, todos es posible. Lo importante es la voluntad, definir “quiénes somos”, y “hacia dónde queremos ir”. El avance de los medios de comunicación resulta ser un arma potente, que nos ayuda a vincularnos con la información, con pares en otros países, con los que podemos medirnos en nuestros logros. Es posible revertir este proceso, dependemos de nuestra capacidad intelectual, y de nuestro empuje.

El taxista y la colonia

Jorge Montesino
Escritor

Hace unos días subí a un taxi, era un tramo corto y… ¡menos mal!, pues el chofer, no recuerdo por qué, estaba realmente cabreado con el país: la Argentina. Todo lo que le rodeaba parecía molestarle. Vociferaba con grandes ademanes. La cosa es que lo que él quería era: ¡ser colonia inglesa! No veía la hora que llegaran los ingleses y nos convirtieran en colonia. Se daba vuelta y me miraba como buscando aprobación y volvía a repetir: “¡Eso, eso deberíamos ser, colonia inglesa! ¡No veo la hora! ¡Tiene que pasar! ¡Vamos a ser colonia inglesa! ¡Mirá Holanda (sic), era colonia inglesa y ahora es una potencia! ¡Holanda! ¡Si son una hamburguesa! Soltaba el volante y juntando las dos manos, dibujaba el círculo de una hamburguesa y a la vez miraba hacia atrás, lo hacía comparando el tamaño de Holanda con el de Argentina. Constataba la desproporción territorial. No le entraba en la cabeza. Era evidente su enojo y las quejas que profería. En el fondo el hombre tenía razón. La realidad le da la razón histórica, más allá de cualquiera de sus disparates. No. No es bipolaridad de los argentinos. No somos enfermizos. No es que no hagamos nada por cambiar. Es que la construcción de este país está torcida desde los cimientos. Somos sí, engreídos y nos chocamos con la realidad, eso pasa.

La primera pisada

Gabriel Fulgado
Productor de espectáculos

Cuando alguien se queja, siente que es víctima de la culpa de otro o de hechos que le son extraños. Cuando la queja se hace una constante en un grupo humano, lo que origina es distancia entre sus integrantes, desconocimiento del otro como semejante. En distintos momentos de nuestra historia, con mayor o menor profundidad, muchos (analizándonos como habitantes de un mismo territorio o integrantes de una nación), pusieron nombre, describieron o trataron de buscar el origen de este “vacío” que deshace vínculos y aleja posibilidades de proyectos comunes. Cualquiera sea su origen y sin poder saber quiénes son los responsables, como sociedad, repetimos cíclicamente conductas contradictorias que nos dañan, ya que empequeñecen gestos solidarios y actitudes humanitarias maravillosas (como las que asumimos ante desastres naturales, por ejemplo), a la vez que nos hunden en discusiones interminables donde la constante es el agravio, el desconocimiento de la posibilidad de que el otro pueda tener razón en algún tema. Lejos estoy en capacidad para ofrecer una receta adecuada a lo que nos pasa, pero sí me animo a pensar y a sugerir esperanzado un camino del que nada nos desvíe: tenemos que tomar como eje de discusión y acción de todo a la Educación. Hacer, con generosidad de criterio, que esta sea profunda, de calidad y que se extienda a cuanta persona habite este suelo. La buena educación da posibilidades, mejora y fundamentalmente permite ver a los otros como “iguales”, generando diálogo y la elaboración de proyectos comunes. Puede llevar tiempo pero un camino se inicia con la primera pisada.

El montañista

Elena Pedicone                                                                                                                                                                   Doctora en Letras

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Quejarnos nos lleva a perder energías. La metáfora del montañista puede ser ilustrativa: si subís cargando una mochila y te quejas, lo más probable es que pierdas fuerzas y ese desgaste incida en una limitación no sólo psíquica y emocional, sino también física. Lo interesante es reemplazar esa queja por una mirada a futuro alentadora: tener la lucidez de que el descenso de la montaña nos encontrará con una mochila más liviana, sin los tres litros de agua y las provisiones de alimentos porque ya las hemos consumido y, metabolizadas ya en nuestro organismo, nos permiten encontrarnos exultantes para disfrutar la conquista. En lugar de la cultura de la queja, apuesto por la cultura del esfuerzo que va inexorablemente unida a la fruición de la recompensa y a la complacencia por lo obtenido.


> PUNTO DE VISTA

Si todos son culpables, nadie lo es

MARTA GEREZ AMBERTÍN   /  POSDOCTORA EN PSICOANÁLISIS                   

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Ante circunstancias dramáticas o adversas hay dos posibilidades: intentar revertirlas o quejarse. La primera implica trabajo (sobre uno, sobre los demás); la segunda, no, basta atribuir a otro/s la causa del “mal”. Cuanto más complicada es la realidad, más necesidad tiene la gente de tener respuestas simples... y la queja es la más simple -y fácil- de las respuestas. Si para la opinión pública mayoritaria, tanto somos los mejores como los peores del mundo, es porque el principio de no contradicción funciona en lógica, pero no en lo social o individual. La sociedad, cuyo 66% admite que compraría algo aun sabiendo que es robado, es la misma cuyo 87% se queja porque los argentinos son “poco o nada cumplidores de las leyes”. La solución a este “mal argentino” pasa -para la mayoría- por el “mejoramiento de la educación o de la justicia”, léase: otro tiene que hacer algo para que no compremos cosas robadas o “arreglemos” para evitar una multa. Obvio que un sistema judicial que excluyera amigos/parientes/socios mucho ayudaría, pero responsabilizar por nuestros males a escuela o justicia en bloque es, ni más ni menos, diluir la responsabilidad propia: si todos son culpables nadie lo es. El problema de un diagnóstico que pone fuera de nosotros la causa del “mal” pone, también, fuera de nosotros, el remedio. Si “no tengo nada que ver” con lo que pasa y me pasa nada puedo hacer para impedirlo o solucionarlo... aparte de quejarme, claro, y, así, la “quejosidad” se redobla: me quejo por lo que (me) pasa y me quejo porque “no puedo hacer nada”. La queja es, precisamente, lo contrario a la responsabilidad. El sujeto responsable no se queja, se sabe (en algunos casos mediante un tratamiento psicoanalítico) implicado en sus deseos y actos y trabaja sobre sí y sobre los demás para transformar positivamente la realidad, no espera el “remedio” de afuera porque el análisis le ha mostrado que no está “afuera” sino “dentro” la causa... y también el remedio. El pueblo argentino no es “quejoso”, sólo algunas porciones de él lo son (como en cualquier pueblo del mundo); otras, saben que el remedio a los males sociales está en sus manos. Como indicaba el ¿viejo? adagio: “sólo el pueblo salvará al pueblo”... y es lo que, “responsablemente”, algunos estamos haciendo.



alberto calliera

humorista
 
- ¿Argentinos, un permanente libro de quejas?

 

- No se sabe quién inventó la rueda, pero los palos en la rueda seguro que fue un argentino.

 

- Argentina, país habitado por 40 millones de turistas.

 

- Vivimos en un Paraíso Terrenal, pero estamos haciendo lo posible para convertirlo en un infierno.

 

- Bandera: Símbolo patrio que hacemos flamear en los mundiales de fútbol.

 

- Si un argentino respeta las leyes del tránsito, no arroja papeles en cualquier parte, es amable y educado… seguro que está en otro país.

 

- Si los argentinos tuviéramos la tecnología de los Estados Unidos, la organización de los alemanes y la paciencia de los chinos entonces… ¡seríamos japoneses!

 

- Pero no seamos injustos. Tampoco cometimos las barbaridades de los países “civilizados”.


Alberto Calliera
Humorista

- ¿Argentinos, un permanente libro de quejas?

- No se sabe quién inventó la rueda, pero los palos en la rueda seguro que fue un argentino.
 
- Argentina, país habitado por 40 millones de turistas.
 
- Vivimos en un Paraíso Terrenal, pero estamos haciendo lo posible para convertirlo en un infierno.
 
- Bandera: Símbolo patrio que hacemos flamear en los mundiales de fútbol.
 
- Si un argentino respeta las leyes del tránsito, no arroja papeles en cualquier parte, es amable y educado… seguro que está en otro país.
 
- Si los argentinos tuviéramos la tecnología de los Estados Unidos, la organización de los alemanes y la paciencia de los chinos entonces… ¡seríamos japoneses!
 
- Pero no seamos injustos. Tampoco cometimos las barbaridades de los países “civilizados”.

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