Hay victorias sin fecha de vencimiento. Son esas a las que el tiempo no puede vencer. Eso tiene de lindo el fútbol, a veces. Que puede convertirse en una imagen devenida estampilla que sobrevivirá eternamente gracias a la palabra de aquellos fieles que fueron testigos del milagro; de los milagros. Y Atlético hoy es una fotogalería de recuerdos increíbles, cercanos al pasado reciente, a un presente cada vez más maravilloso y también cuenta con un espacio exclusivo de la gloria futura, como puede ser el título de la Copa Argentina, el 6 de diciembre próximo.
Ícono viviente de lo que es Atlético hoy, pero también integrante del pelotón que estuvo de penitencia en el viejo Argentino A hasta su salida, Luis Rodríguez es quizás el futbolista más feliz del “Decano”. Lejos. Y eso que no lo parece.
“Hace 10 años que estoy en el club. Y después de jugar el Argentino conseguir tantas cosas lindas me pone muy feliz”, reconoce el oriundo de Simoca; el arquitecto de goles que forjaron el primer ascenso a la “A”, en la temporada 2008, y después colaboraron para regresar a Primera. Y claro, sumaron para conquistar nuevos horizontes, como las Copas Libertadores, Sudamericana y la mismísima Copa Argentina.
Rodríguez, el “inmortal” de Atlético es, además, el goleador histórico del equipo en Primera, el único en haber marcado en todas las competencias en las cuales participó el “Decano”; fue dos veces artillero de los torneos de la B. Y así, sus lauros consumen cualquier libreta; cualquier biblioteca. Quizás si Atlético debiera jugar a la bolilla o al futgolf, Rodríguez sería su embajador. Porque cuando se trata de hacer goles, es el mejor.
Pero con tanto dulce encima, con tanta gloria actual, “Pulguita” no olvida las malas. Y por eso el mayor goce. “Viví todo el proceso con la institución, entonces, disfruto del día a día, del partido a partido”, reconoce un Rodríguez que acepta no liberarse al 100% cuando los premios llegan. “Sigo jugando; sigo siendo parte de la historia del club”, explica, como dejando en claro que todavía no es el momento de sentarse y dormirse en los laureles. “Seguramente, cuando deje de jugar, miraré para atrás y me llenaré de orgullo. Y quizás más que yo lo estarán mis hijos, que cuando sean grandes disfrutarán mucho más todo lo que consiguió su padre en una cancha de fútbol”, señaló.