ACTÚA MAÑANA
• A las 22 en El Árbol de Galeano (Virgen de la Merced 435)
“Bitácora” es el diario que llevan los navegantes. Allí registran todas las novedades del viaje, tanto las buenas como las malas. Maia Tarcic elaboró el suyo, luego de levar anclas de Tucumán y desembarcar en el puerto de Buenos Aires, con la inquietud de ampliar el horizonte artístico que comenzó al pie de los cerros. Ahora vuelve para presentar su debut como dramaturga, con una obra con ineludibles referencias autobiográficas que fue bautizado como el libro de los marineros.
“En mi obra es todo autobiográfico aunque nada sucedió exactamente como aparece en escena. Son un montón de cosas que me pasaron a mí o a mis amigos, de las que me apropié para darles forma”, le dice Tarcic a LA GACETA, en un diálogo telefónico que de fondo tiene el zumbido de una máquina de tatuar. Mientras habla le están grabando el diseño de un viejo casete en la piel. Es que tatuarse es una vieja costumbre de quienes se lanzan a la mar.
La obra trata de una joven que cambia su vida luego de una separación y trata de registrar lo que le va pasando mientras se adapta a su nuevo estado, adelanta Tarcic, quien dirige a Julieta Koop y a Sebastián Villacorta en esta puesta.
- ¿Cómo nació este texto?
- Surgió de una necesidad de escribir y fue un texto de una carilla y media para una revista; unos dos años después me ofrecieron hacer una obra para el teatro Margarita Xirgú, en un ciclo de jóvenes autores. Lo tomé como un germen, porque una obra nunca está terminada al 100% hasta que la agotaste del todo, por lo que quizás luego sea una película. Uno de mis maestros, Mauricio Kartún, me guió para dónde debían terminar yendo mis personajes.
- La bitácora es obligatoria en los barcos. ¿Te sentiste forzada a escribir algunas cosas?
- Nunca lo pensé como una obligación, pero sí es menester tener un espacio para hacer alquimia. Me gusta hacerlo. En alta mar sirve para documentar las peripecias que ocurren. Como se lo hace al día siguiente y no al mismo momento, puede haber errores de interpretación y fallas en los recuerdos, así que juego con eso también, con la forma en que la memoria aparece. Hay cosas fractales, se puede volver para atrás y hasta crear imágenes de algo que nunca ocurrió.
- El recuerdo como interpretación...
- Más como una sobreinterpretación. Uno necesita de esos artilugios para sobrevivir a la siguiente experiencia que se tenga. Siempre hay un vínculo potencialmente mejor o radicalmente peor que otros. En mi obra lo expreso de ese modo.
- La puesta original fue circular y acá será frontal. ¿Cómo es el vínculo con el público?
- Quisimos armar un entorno más chico, en el piso del escenario y no en toda esa sala, que es enorme. Luego pasamos al Club Cultural Matienzo, pero en todos lados el público se siente muy identificado con lo que pasa en el escenario, tanto gente más joven como mayor, hombres y mujeres. Lo más lindo es cuando el teatro te interpela y hay que dejarse sorprender por lo inesperado. Cada función me emociono y me río más. La obra tiene un final que me está interpelando en este momento, en mi vida real, porque me dice cosas que debería hacer. De algún modo, es una profecía autocumplida.
- ¿Y qué rumbo estás tomando ahora?
- Ahora estoy escribiendo una obra para microteatro, que es un espacio novedoso que ya circula en distintos países. Son obras de 15 minutos y el público circula de una a otra. Apunta a relacionarse de una forma distinta con la gente que le cuesta quedarse una hora en la silla y eso está bueno, porque Internet hizo que nuestra atención se concentre menos tiempo que antes. El mundo está cambiando.
- ¿Hay mucho por hacer en tu lista?
- Soy de curiosear mucho, hago cursos de muchas y distintas cosas, desde dramaturgia hasta astrología, pasando por música y videoclip, y postulé para entrar a una maestría de escritura creativa y me gustaría volver a lo audiovisual. Decirlo en voz alta es una manera de comprometerme. Nunca se sabe de qué te van a servir las cosas que hacés.