Priscila Álvarez, una chica “Maravilla”

Además de ser preparadora física del campeón Natación, Álvarez salvó vidas.

 la gaceta / FOTO DE DIEGO ARáOZ la gaceta / FOTO DE DIEGO ARáOZ

Mientras Priscila Álvarez está concentrada en hacer funcionar una máquina de café expreso, de a poco va contando su historia. Es casi un relato fantástico, por cómo fue hilvanándose su futuro, primero en Guarulhos, Brasil, donde nació; después en Las Breñas, Chaco, donde pasó su adolescencia, y por último en Tucumán, donde reside y estudió. Aquí, asegura, es feliz pese a sentirse rara por estar tantos años en el mismo lugar.

Ella salvó vidas, pero en otra etapa, antes de aceptar el trabajo de coordinar las divisiones inferiores de Natación y Gimnasia.

Jugó al voley en Las Breñas y puede que su profesor, José Calderón, haya sido quien encendió esa llama de pasión por el deporte en ella. A Tucumán vino a estudiar arquitectura, pero se cruzó con la carrera universitaria de educación física y no lo dudó. “Allá había terciario y no me gustaba”, recuerda la número uno de 18 preparadores físicos que tiene Natación. “Después de que acepté el trabajo y me di con que tenía 200 chicos a mi cargo, no sabía qué hacer, je”, reconoce a nueve años de haber iniciado su proyecto deportivo.

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Llegó al rugby casi de casualidad. Bernardo Urdaneta, por entonces entrenador de los seleccionados juveniles M18 y M19 de Tucumám, la conoció en la facultad y la invitó a sumarse a su grupo.

Hablar de que ella pertenece al sexo débil por ser mujer, la sulfura. Nunca se sintió o cree haber sido discriminada por formar parte de en un ambiente casi pleno de hombres. “Si habrá pasado, no me enteré. Nunca me dijeron nada en la cara. Incluso, siempre he estado rodeada de un equipo de trabajo que me ha defendido y dado el lugar que corresponde. No creo que alguien se anime s hablar mal de mí delante de ellos. Lo matarían”, “Pri” refiere al “ellos” al staff encabezado por el head coach José Macome.

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“José es un genio. Él me subió al plantel superior... A veces me da más espacio del que merezco. Es un grande”, agradece.

Priscila es una persona inquieta, poco acostumbrada a estar tanto tiempo en un sólo lugar. ¿Qué tiene Natación para retenerla? “Cuando llegué en 2009, después del descenso, los dirigentes hicieron un clic y empezaron a invertir en un proyecto con los juveniles. Hablé de planificar algo a largo plazo sin que importen los resultados inmediatos. Porque cuando vos querés resultados al corto plazo te metés en el ‘vale todo’. Hay temas que se pasan por alto. Aceptaron u resultó”, suspira.

“Nosotros intentamos formar deportistas, y que esos deportistas aprendan a cuidarse. Desde la alimentación a cómo se entrenan. Los docentes somos un puente”, reconoce orgullosa Priscila, cuyo mayor emoción fue ver cuando los chicos que entrenó en juveniles empezaron a ganarse un lugar activo en el plantel superior de Natación y sumaron rodaje nacional.

A su cargo tiene a 18 profesores, tres de ellos son mujeres. “Somos todos iguales, compañeros. Trato de buscar a los mejores para aprender de ellos, ja”.

No cree en la discriminación; cree en gente capaz. “No siento haber tenido suerte para estar en este lugar. Tampoco siento que me haya costado llegar. Al lugar te lo ganás siendo mujer o varón. Si no te sale algo es una excusa”.

Involucrada en la política -es secretaria de deportes de Yerba Buena-, reparte sus días entre sus obligaciones y el estudio. Actualmente está haciendo una maestría en alto rendimiento en Buenos Aires. Va y viene; comparte información con otros colegas. “De eso de trata”, afirma. De compartir conocimiento y también recibirlo.

Puede ser cabeza dura, pero también sabe escuchar. El deporte ha evolucionado tanto que el famoso test de cooper en el rugby no sirve de nada. “No es aplicable. El entrenamiento ha avanzado un montón. Los jugadores han cambiado, el juego también. No hay lugar para viejas costumbres”, asegura Álvarez, guardavidas en su pasado. Esa es su otra historia.

Salvadora

“Hice el curso en la Cruz Roja”, cuenta “Pri” de una etapa quizás poco conocida, cuando se unió a ese movimiento internacional. Estuvo en Europa, en Tenerife, España. Allí fue rescatista, como también lo fue en El Cadillal. “He hecho cientos de rescates, pero más que rescates era entrar al agua y levantar de los pelos a los que se estaban ‘ahogando’. Era solo levantarlos casi del suelo, ja. El agua apenas los tapaba hasta las rodillas”, se ríe de la anécdota aunque también se indigna. “Estamos lejos de otros países. No medimos consecuencias”.

Ha salvado vidas, sí. En el mar. “La más heavy, heavy, fue en Villa Gesell. Fue un día de bandera roja. La playa estaba casi desierta. Hacía frío y el mar estaba muy picado. Eran las 18.50, faltaban 10 minutos para que nos vayamos a casa. Cinco cordobeses llegaron y no se aguantaron las ganas de meterse a nadar. En ocasiones se forman bancos de arena y la misma corriente te chupa. Uno de los cordobeses se estaba ahogando; un amigo intentó ayudarlo y así fueron complicándose los cinco. Fueron 20 minutos, pero pareció la eternidad misma. Éramos ocho rescatistas intentando socorrerlos con una moto de agua y un malacate que nos tiraba a todos desde la orilla. Salvamos a todos. Ese día realmente no dimensioné lo que había pasado. Después me cayó la ficha. Fue muy fuerte saber que evitaste que alguien se ahogue. A los cordobeses los salvamos y ellos casi nos matan de tantas medialunas que nos llevaban todos los días, ja”.

Álvarez ha salvado vidas. Un vez en un colectivo urbano. “Fue acá en Tucumán. No recuerdo la línea ni el año, pero sí haberle hecho RCP a un señor. Había sufrido un paro cardiorespiratorio”.

En el rugby no ha salvado vidas, aunque sí cree haberlas mejorado. “Aunque el rugby es amateur, los chicos se preparan como profesionales sin recibir dinero alguno. Hay otra consciencia para encarar el deporte. Hacen muchos sacrificios sin saber cuál puede ser el premio. Eso resume la pasión. Y cuando la pasión está, nada es imposible”, lo firma Priscila Álvarez. La brasileña llegó a Tucumán con la idea de ser arquitecta y que después se volcó por la educación física, por la docencia, el socorrismo y por salvar vidas, cuando el destino la invitó a convertirse en una chica “Maravilla”.

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