Análisis sobre el FMI: un organismo que es severo con los pobres y complaciente con los ricos

Su nacimiento, su desarrollo y su peso real en la economía global

FMI. FOTO TOMADA DE INVERSIAN.COM FMI. FOTO TOMADA DE INVERSIAN.COM

El mundo que vio nacer al Fondo Monetario Internacional estaba inmerso en la II Guerra Mundial. Y antes de que estallara esa conflagración había detonado una guerra económica, alimentada por los nacionalismos pero también por las políticas de retraimiento de los países, como reacción a la devastadora Crisis de 1929, lo cual segó todo vestigio de solidaridad económica, monetaria y comercial.

Los representantes de 44 países se reunieron en 1944 en la localidad estadounidense de Bretton Woods para concebir un nuevo orden económico mundial. Lo que gestaron, de hecho, fue un nuevo sistema monetario internacional. Uno en el cual el oro se mantuvo en el centro de la escena y en el que cada moneda debía ser cotizada por su peso en ese metal (EEUU tenía las dos terceras partes de las reservas mundiales). Cada país se obligó a establecer la convertibilidad de su moneda en otras (es decir, abolir el control de cambio) y a garantizar su estabilidad (que las variaciones no superen el 1% diario). A la vez, cada Estado acordó mantener el equilibrio de su balanza comercial, para conjurar fuertes procesos inflacionarios.

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El FMI nació, justamente, como encargado de procurar a los países miembro con desequilibrio en su balanza los recursos para afrontar sus obligaciones. Es decir, financiar déficits transitorios.

Si bien esta génesis define la funcionalidad del organismo, también enseña otros perfiles limitantes. Por caso, lo concebido fue más una respuesta a la crisis de la década del 30 que una anticipación a cómo evolucionaría la segunda la mitad del siglo XX. Y la gran diferencia con 1929 es el excepcional enriquecimiento de EEUU, que dejará atrás el aislacionismo para jugar a fondo en la reconstrucción de Europa, con el plan Marshall, a partir de 1948.

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Justamente, con el Programa de Recuperación Europea, EEUU no planea restaurar la economía del Viejo Continente, sino fundar una nueva (como plantean Aracil, Oliver, y Segura en El mundo actual. De la Segunda Guerra Mundial a nuestros días). Y lo que plantean es políticas “de saneamiento” basadas en la contracción del gasto público, equilibrio presupuestario, estabilidad monetaria, beneficios para inversores y sistema fiscal que estimulara esos beneficios y esas inversiones. Esto trajo aparejado reducción de gastos en la seguridad social, salarios bajos, consumo resentido para las clases obreras y desempleo.

En todo caso, el advenimiento del Estado de Bienestar solapó estos efectos, pero el FMI (que perduró más allá de ese ciclo dorado del capitalismo) mantuvo estas recetas con escasa tolerancia al cambio, pese a las críticas de décadas: políticas de austeridad en las economías periféricas, sin flexibilidad y con mucho resultado negativo.

Esto, por cierto, fue reconocido por el propio FMI en 2011, cuando hizo una feroz autocrítica de su papel durante la gestión de Rodrigo Rato (2004-2007), y admitió no haber previsto el descalabro de 2008, la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión. Qué trágica ironía: el FMI fue concebido para conjurar la reedición de ese escenario. El “mea culpa” asumió la existencia de un devastador doble estándar: el “Fondo” era muy severo con los países emergentes, pero se mostraba complaciente con los países ricos, en especial Estados Unidos, epicentro de la crisis... y lugar de nacimiento del organismo internacional.

La propia devaluación

Pero el FMI fue perdiendo predicamento y gravitación mucho antes de que sus deficiencias internas y la autocensura de la primera década de este siglo evidenciaran sus fracasos. Y mucho después de que las críticas ideológicas lo golpearan desde todas direcciones. Mientras la izquierda le facturó incansablemente los estragos sociales de las políticas fiscales que recomienda, nadie menos que Milton Friedman (asesor en los 80 de los gobiernos de Ronald Reagan y de Margareth Thatcher) decía en 2012, a los 90 años, que el mundo necesitaba libre mercado y no más un FMI que era responsable del caos económico con su intervención, que incluía subsidiar a bancos privados norteamericanos con dinero de los contribuyentes.

Advierte meridianamente el economista tucumano Víctor Elías que el FMI fue perdiendo peso en la medida que fue ganándolo el mercado de capitales de los Estados Unidos. En su metáfora geográfica, en la medida en que el poder fue mudándose de Washington (sede de la Casa Blanca) a Nueva York (sede de Wall Street).

Por antipático que resulte, la permanencia del FMI también revela el lado útil de la institución. Según su página web, hoy “es administrado por 189 países”. Lo que equivale, como analiza Elías, a que ha adquirido, subsidiariamente, roles de las Naciones Unidas, que cuenta 193 miembros.

A ello se suma una cuestión instrumental nada menor: la elaboración anual del análisis del estado económico de cada país. Un informe que hace pública la situación financiera de las naciones, que a muchos gobernantes les ha resultado tan incómodo que han denunciado indebidas “injerencias” del FMI en sus gestiones, a veces con más enojo político que con legítima convicción.

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