Cómo viven los venezolanos que llegaron a Tucumán para escapar de la crisis
Las elecciones pusieron una vez más a Venezuela en el centro de las miradas de la región y del mundo. Las expectativas, sin embargo, no fueron las mejores entre los venezolanos que se lanzaron al exilio. Si bien siguieron las instancias del proceso por televisión y por las redes sociales, no creen que la situación cambie en el corto plazo. El régimen de Nicolás Maduro empujó a millones de ciudadanos a buscar una vida mejor en países vecinos y no tan vecinos.
En los últimos dos años, la diáspora venezolana llegó al país y a la provincia. Una oleada migratoria sin precedentes recorrió más de 4.000 kilómetros y alcanzó Tucumán.
El agravamiento de la crisis política y económica y el incremento de la violencia generó que más de 2 millones de ciudadanos hayan dejado el país en los últimos 20 años, desde la llegada del chavismo al poder. La información es del Observatorio de la Voz de la Diáspora Venezolana, con datos publicados por los países que recibieron a los exiliados. Sucede que el Gobierno venezolano niega la existencia de una crisis migratoria.
La semana pasada, los Gobiernos de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú ratificaron su voluntad de asistir y proteger a quienes llegan a sus territorios. Las cifras oficiales aportadas por estas naciones dan cuenta de cifras hasta ahora inéditas: que entre 2017 y 2018 migraron a Colombia aproximadamente 800.000 venezolanos; a Perú, 298.000; a Chile, más de 160.000; a Argentina, 82.000; a México, 66.000; a Panamá, 65.400; a Brasil, 50.000; a Guatemala, 15.700 y a Paraguay, 2.900.
En crecimiento
De acuerdo con datos que la Dirección Nacional de Migraciones confirmó a LA GACETA, en los últimos cinco años, los venezolanos pasaron en todo el país de 2.278 a 31.167. En Tucumán, de 11 a 56 (entre 2013 y 2017, último año disponible), es decir, se quintuplicó. Extraoficialmente, según los venezolanos instalados en la provincia, llegaron a la centena en los primeros meses de 2018.
Facebook como ayuda
Rafael Pinto tiene 44 años, es chef y está desde hace siete años en la provincia tras haber dejado Maracay. El tiempo le dio la experiencia -y la estabilidad- para poder ayudar a sus compatriotas que eligen venir a Tucumán. Pinto notó que la oleada se acrecentó y creó una página de Facebook que se convirtió en un lugar de encuentro. En “Venezolanos en Tucumán”, que tiene más de 300 miembros, se comparte desde dónde conseguir harina pan -la que se emplea para hacer las tradicionales arepas- y cómo tramitar los papeles migratorios hasta ofertas de trabajo.
“Me contacto para que vengan a Tucumán, los ayudo y hay varios que están algunos días en mi casa. También los ayudo a hacer los trámites legales”, contó Rafael. Comentó que la situación de desabastecimiento de alimentos y de violencia se agravó en el último año y que esto generó que cada vez más venezolanos lleguen al país y a Tucumán. Como los pasajes de avión son costosísimos, la mayoría emprende ahora travesías en ómnibus. La comparación de los salarios entre ambos países es devastadora: estima que en dos días en Tucumán gana lo que un año en Venezuela.
“Pasan días y días tratando de pasar la frontera, por Brasil o por Colombia”, comentó. El desarraigo no es sencillo, pero el estar conectados y el encontrarse de vez en cuando ayuda a sobrellevar la distancia y más cuando la situación es adversa en su tierra. “Sueño con poder tener mi restaurante, con comida venezolana”, proyectó Rafael, que trabaja en el rubro, en un local de sushi. Aún no sabe si se quedará en el país o podrá retornar al suyo. Aquí está instalado con su esposa y su hijo, de 16 años. Explica que para los niños no es fácil mudarse, pero que tratan de mantener los lazos mediante la comida, la música y las redes sociales.
Por internet
Luis Gabriel Velásquez, de 25 años, llegó a Tucumán con los bolsillos completamente vacíos. En Jujuy tuvo que vender parte de su ropa para completar el valor del pasaje. El joven cumplió una larga travesía en colectivo desde Venezuela, luego de recibir una invitación. Ulises Boggo, de 26 años, un amigo tucumano que conoció gracias a un juego en red hace ocho años, le ofreció cobijarlo en su casa y ofrecerle un trabajo en una pinturería, propiedad de su familia de su familia. “Mi mamá me dijo que me vaya, que no tenía futuro. Que no se encontraba comida. El Gobierno no está haciendo las cosas bien. Aquí me han tratado como si fuera de la familia, no me siento tan solo”, contó. Velásquez es técnico en informática y no conseguía trabajo en su país. Ulises no dudó en alentarlo para que viniera. Ahora comparten salidas y asados. También el trabajo. Gabriel va y viene toda la jornada en la pinturería; los empleados le hacen chistes y él sonríe. “Es de absoluta confianza”, celebra Ulises.
“De valiente”
“Es de valiente salir y es de valiente quedarse, porque el que no se va es muchas veces porque no tiene el dinero para el pasaje o para no dejar su familia. Yo les diría que sigan luchando, porque es lo que nos queda”. Miguel Zumoza, de 35 años, es docente y extraña “todo”: la familia, los amigos, la comida y las playas. Fue uno de los últimos en llegar a la provincia, tras cumplir un raid de seis días en colectivo que salió de su Cojedes natal y que había incluido como primer destino Perú, donde lo esperaba un primo. Tuvo que vender su computadora y su teléfono para pagar los boletos. Alcanzar esos 300 dólares le llevó tiempo. Llegar a ese país fue una odisea: una decena de horas de espera en la frontera y sin dinero para comer. Una vez que se instaló, estaba solo y deprimido. Sólo consiguió trabajo full time como lavacopas y le alcanzaba apenas para comer. Sus primas, instaladas en Tucumán, lo invitaron a venir y le compraron un pasaje. “Me gusta la ciudad, es muy bonita, colonial”, valoró sonriente.
¿La realidad de Venezuela es tan dura como se muestra? “Muy dura, lo que ves en la televisión se queda corto. No hay libertad de expresión, no se puede elegir. Si no apoyas un gobierno, te excluyen, eres nulo. No hay comida, todo es excesivamente caro. La gente se mata por comprar un producto. Ver un niño buscando (comida) en la basura es muy duro. Tú grande, aguantas. Pero que un niño te diga que tiene hambre es lo más doloroso del mundo”, relató. Miguel pasó hambre muchas veces. “No había trabajo ni comida”, lamentó. Le gustaría poder enseñar y estabilizarse en la provincia. “Amo mi país, más adelante Dios quiera que pueda regresar con mi familia”, se esperanzó.