Es difícil encontrarle defectos a este Brasil. Le sobran estrellas y le sobran obreros. Sabe a lo que juega. Defiende con fiereza, todos corren, todos se ayudan. Son solidarios, máquinas de morder al rival hasta que le quitan la pelota. Y de mitad de cancha hacia adelante se sabe que en cualquier momento, por decantación, el gol llegará. Contra México hubo que aguardar al segundo tiempo, pero nadie se desesperó. Y el gol cayó en el momento justo. Además, Brasil tiene a Neymar, que ayer dio un salto de calidad respecto a lo exhibido en el grupo clasificatorio. Tite llegó a la Copa del Mundo con un equipo, única manera de conquistar el título. Un equipo.
En tren de descubrir alguna falencia de Brasil podría anotarse que en algunos retrocesos defensivos México lo sorprendió mal parado. Pero esas chances se les escurrieron a los mexicanos porque tomaron todas las decisiones equivocadas en el último instante: patearon cuando debían pasar, pasaron cuando debían patear. Y paremos de contar, porque el resto fue del pentacampeón.
Si en los dos primeros partidos (contra Suiza y Costa Rica) la figura había sido Philippe Coutinho, y si frente a Serbia había descollado Paulinho, ayer fue el partido de Willian. Consolidado como uno de esos volantes omnipresentes que hacen todo bien, Willian recorrió la cancha a pura dinámica. Recuperó, tocó de primera, picó a buscar devoluciones, asistió y pisó el área. Acertó todos los pases, gambeteó. Imposible pedirle más a un futbolista todo terreno que derrocha excelente técnica. Al primer gol se lo sirvió a Neymar, que sólo debió definir a centímetros de la línea.
Inapelable
La victoria sobre Alemania en el debut, formidable golpe que inició la demolición del defensor del título, colocó a México en una dimensión distinta. Cuenta con una generación de buenos jugadores, aunque el pase a octavos de final se definió con suspenso, por culpa de la goleada sufrida a manos de Suecia. Ayer planteó un juego similar al enhebrado contra los germanos, pero Brasil es otra cosa. Las atajadas de Ochoa mantuvieron a México con vida. Tras el gol de Neymar no hubo margen para más. Sobre la hora, Roberto Firmino selló el marcador.
Si la última línea fue la pesadilla de Brasil hace cuatro años, con el 7-1 de la semifinal como lápida para sus esperanzas, ahora la defensa luce granítica desde la presencia de Alisson, de la dupla Thiago Silva-Miranda y del sacrificio de Casemiro (sumó dos amarillas y no jugará ante Bélgica) y Paulinho. Sólo recibieron un gol (de Suiza, en el primer partido). Son expeditivos, serios, concentrados. Si tienen que despejar lejos, despejan. Si tienen que hacer tiempo, ponen manos a la obra. Los relevos a Fagner y a Filipe Luis -reemplazante de Marcelo- se respetan como una religión. Así todo es más sencillo.
Queda pendiente la explosión de Gabriel Jesús, artillero con la pólvora mojada hasta aquí. Tal vez en cuartos sea el momento de Firmino entre los titulares, aunque es tal la confianza en Jesús, a quien muchos brasileños consideran en un plano de igualdad con Neymar, que se le perdona la falta de contundencia. Ese es otro de los lujos que se da Tite: mantener en el banco a Firmino, a Fernandinho, a Marquinhos (los tres ingresaron ayer) y a Renato Augusto, que serían titulares en cualquier equipo de alto nivel.
A Brasil sólo le falta la prueba de carácter en las instancias decisivas para que todo lo que insinúa se concrete definitivamente. En un Mundial caracterizado por la implacable demolición de sus candidatos, que van cayendo uno a uno, Brasil sigue en lo suyo con autoridad. México lo sufrió con dignidad, pero sin demasiados argumentos para cambiar la historia. Los de Tite no dejan margen para los batacazos.