Nasif Estéfano se hace cada días más grande

El “Califa”se mantiene vivo en el recuerdo y su leyenda se proyecta con fuerza desde Concepción.

UN MAESTRO. Estéfano manejó numerosos autos y fue con Ford con el que llegó a un subcampeonato en el TC en 1972 y al campeonato post mortem en 1973. La Gaceta / foto de Osvaldo Ripoll UN MAESTRO. Estéfano manejó numerosos autos y fue con Ford con el que llegó a un subcampeonato en el TC en 1972 y al campeonato post mortem en 1973. La Gaceta / foto de Osvaldo Ripoll

Día de la Madre, 21 de octubre de 1973. Día de la Madre, 21 de octubre de 2018. Hace exactamente 45 años, Nasif Estéfano se convertía en leyenda, en una fecha sensible, con su mamá, Elia Chantire, esperándolo en su casa de Concepción, donde terminaba el Gran Premio Reconstrucción Nacional del “viejo” Turismo Carretera, cuya etapa había comenzado en La Rioja. Fue en Aimogasta, en una curva. El Ford Falcon que conducía hacia la victoria pasó de largo y llevó a la eternidad al “Califa”.

¿Cómo logró Nasif, durante cuatro décadas y un lustro mantenerse vivo en la memoria popular? ¿Qué hizo para ocupar un lugar en el olimpo del deporte tucumano? ¿Cuál fue su legado? ¿Quiénes tomaron su posta y qué cosas pasaron en el deporte motor de la provincia en los años de su ausencia?

Preguntas con respuestas ciertas que, sin embargo, nunca podrán ser absolutas. Porque cuando se trata de desmenuzar la obra de un genio, siempre aparece un arista novedoso, un costado insondable, un dato inédito.

Las respuestas ante el recuerdo vivo que de Nasif tiene la gente, y sobre su lugar en el “olimpo”, tienen como base la contundencia de los resultados que consiguió, que se detallan en una nota aparte. Pero también en su don de gentes, en su ascendiente sobre el público de distintas generaciones, en su origen humilde...

Su legado es, con seguridad, el campo más abierto que su trayectoria dejó, aunque ciertamente no todos le hicieron el honor a su memoria. Son tantos los pilotos tucumanos que fueron con los mismos sueños de Nasif a medirse ante rivales nacionales e internacionales en la tierra y en el asfalto, aunque en ningún caso la suerte de cada uno resultó tan efectiva. Y son tantos los desplantes a ese legado, como el oprobio que se hizo con una de las obras a la que se le dio su nombre: el autódromo del parque 9 de Julio, hoy cerrado y sumido en el olvido. Sólo la ceguera y la falta de entendimiento a la pasión tucumana por los motores por parte de las autoridades de turno impidieron que esa pista perdure en el tiempo, se proyecte, se modernice y sea cuna y hogar de tantos que eligieron el camino del automovilismo para hacer deportes. Y justamente en una plaza como la tucumana, “fierrera” por historia y por pasión.

Fue tan grande Nasif con sus conquistas, incluida la post mortem en el Turismo Carretera, que costó años que otros comprovincianos lleguen a cosechas de envergadura. Justamente otro concepcionense, Roberto Sánchez, sumó títulos en alto nivel en el rally y fue quien más cerca estuvo, con otras herramientos y en diferentes realidades.

También otros competidores tucumanos de rally alcanzaron logros en la tierra en divisiones menores, como lo hicieron Víctor Sánchez, Roberto Castro, Juan José Gil De Marchi, Samir Assaf y Gerónimo Padilla.

Sobre asfalto, el panorama fue más complicado. Ninguno pudo hacer carrera en el TC y recién las aisladas participaciones de Pablo Ortega (en la máxima versión de la categoría o en sus variantes) pudieron en los últimos tiempos romper con más de 40 años de “sequía” tucumana. Sí hubo meritorias tareas del propio Ortega y también de Lucas Mohamed en la Clase 2 del TN, en ambos casos con subcampeonatos en 2016 y en 2014, respectivamente.

Se dice de él que tenía velocidad mental y fineza en el manejo. Que era corajudo y que hacía automovilismo “a la criolla”, pero guiado por el conocimiento y por su instinto. Ganó en todas las categorías en las que corrió y, en su mejor momento, se hizo eterno. Que quede claro: los grandes nunca mueren.

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