Mirada insatisfecha. La buena fe ajena que le da seguridad. Juega a veces a dos puntas. Necesita probarse. Ambiciosos, los ojos driblean las sospechas. Se calzan el antifaz de la hipocresía. Sondean a la víctima. Zarpazo en las sombras. Justificaciones aventan acusaciones. Valerse de otro para trepar. Dios y el diablo, dos amigos, según la circunstancia. Por un mendrugo de poder puede vender a su madre. Mirada con puñales. Panqueques que urden felonías A sus cultores, el Dante los empujó al último círculo del infierno. La traición es la sepulturera de la confianza. ¿El que avisa no traiciona? Aunque puede haber lealtad a la deslealtad, ¿que no?
Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener. Es una palabra que se ha escuchado con frecuencia en los últimos tiempos, no tanto en el sentido amoroso que lleva siglos de práctica, sino en el político o en otros ámbitos. Judas Iscariote y Brutus fueron dos de los cultores famosos de la traición. “Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”, afirmaba el político francés Georges Clemenceau. En el tablero político, vemos a menudo cómo muchos de nuestros representantes cambian de líder o de partido y justifican su mudanza con frases como “cumplió su ciclo”, “era hora de cambiar”, “ya no me representa”. Los famosos tránsfugas. ¿Cuáles son las causas de la traición? ¿Se puede cambiar de bando, de socio, de pareja, sin traicionar? ¿Se puede confiar en el felón? ¿La desconfianza perseguirá al traicionado? ¿La traición es injustificable, como decía Maquiavelo? “Quien hoy te compra con su adulación, mañana te venderá con su traición”, reza el dicho.
> Incómoda cruz
Abel Sayagués | Folclorista
La traición se efectúa por la razón de seguir estando en la cima de la montaña, política más que nada, es el ámbito adonde abundan estas acciones impropias pero muy cotidianas por estos tiempos que corren. Estamos acostumbrados a ver a radicales que luego se aprenden la marcha peronista (como si fuera la canción de moda) y transcurren tres mandatos como gobernadores, levantando las banderas justicialistas, tal como si hubieran estado mojando sus piecitos ese 17 de octubre en la Plaza de Mayo. Eso nos demuestra que solo hacen uso del partido que más los acercará al poder. Las convicciones: bien gracias. Creo que cambiar de bando (para un profesional del fútbol sería normal pasar de Atlético a San Martín o viceversa ya que es un trabajo) para un hincha sería la traición más alta en la escala y no habría recomposición amorosa nunca más. De socios, si no funcionan como tal, lo mejor sería llegar a un acuerdo para el bien común y no lo tomaría como una traición, en la pareja si el amor se ha agotado, es inútil seguir, en este plano lo tomaría como tal; si al estar juntos se comenten infidelidades, ahí si caeríamos en la traición. Es casi imposible darle una nueva oportunidad a quien te ha fallado, la confianza no va de la mano de los traicionados... La desconfianza por parte de los leales, hará más que pesada e incómoda la cruz que deberá cargar el que traiciona, aunque rara vez comprenderá y cambiará su actitud, es su naturaleza y su mala forma de vivir y caminar. La traición carece de justificación alguna, no hay abogado defensor para esas acciones que lastiman y dejan cicatrices a los que la padecen.
> Tóxico o elixir
Nelly Elías de Benavente | Escritora
Muchas pueden ser las causas de la traición, consecuencia del marco vivencial de una familia que naturaliza esas acciones, sello en determinadas personas. La mentira, astilla del mismo palo, se da como rutina y sin remordimientos. No se siente indigno como persona. Es parte de un ser engañoso que no advierte la urdimbre desleal que lo motoriza. En esa trama de artilugios, enredos y perfidia cambia de pareja, socio o partido político sintiéndose leal pero solo lo es a sí mismo, a su ritual subordinándose a la penumbra de su astucia. Se solaza en todas las causas que enarbola su inescrupuloso camino y lo consagra al pedestal de la traición. Actúa con aplomo, promete en vano. En la dicotomía, traicionero y traicionado, este último, componente indispensable, justifica el mal, lo acepta cuando saca provecho (personal o político) y está conectado a una esencia falaz. Al traidor lo mejor es arrancarlo como se saca la mala hierba y así dar vitalidad al espíritu y tranquilidad. La naturaleza del traidor es una espada de Damocles presta a caer sobre nuestra confianza. La traición es, para unos, tóxica y los envenena, para otros un elixir del que disfrutan. El traidor es una amenaza a la credibilidad de quienes confían y un verdadero desafío tomar distancia de él. Sagaz, mide cada paso, sigiloso animal salvaje, pega el salto destruyendo la fe de quienes depositaron su confianza, llámese amigo, pareja o pueblo.
> Suena a “tradición”
Darío Albornoz | Fotógrafo
Esa palabra suena a “tradición”. No hace mucho se escuchaba sistemáticamente la frase: “La patria es el otro”. Ciertamente en mis muchos años de vida y corta conciencia, entendí esa definición muy cerca de mis ideas. Entonces confronté el axioma en la dimensión espacial y me encontré con un país, en el sentido de paisaje. Lo examiné con la comunidad y me encontré con la Nación. Lo probé con el Estado y me encontré con la democracia y la división de poderes. Finalmente lo verifiqué con la política, sobre todo de los últimos años y me encontré con la traición. Desde donde se analice, muy pocos políticos se salvan de la traición. No alguna, todas o casi todas. Traición al paisaje cuando no se cuida el medio ambiente y se permite el uso indiscriminado de la biosfera y el subsuelo, pues se trata de todo recurso natural. Traición a la Nación y sus comunidades diversas puesto que el Humano como raza se divide entre los de la panza llena y los de la panza hinchada por el hambre, subalimentación y miseria. Por último la traición a la democracia, como condición que preforma a las dictaduras. La política económica, alimentaria, informativa, legal, educativa, seguridad, salud, desamparo, son sus múltiples modos. Queda una preocupación. El resultado de no ser solidario con la comunidad en la que vivimos. Si la patria no es el otro y en la construcción de la patria no se reconoce a la comunidad como el otro, entonces, la traición es a la patria.
> Luz de desconfianza
Ana María D’ Andrea de Dingevan | Docente-poeta
Irrefrenable el tiempo. Nada se detiene. Preparados o no para los embates. Estudiantes, trabajadores, empleados, profesionales. Más de una vez hemos sentido un sacudón en nuestras vidas. Traición y lealtad: extremos antitéticos que marcan actividades, éxitos, fracasos, relaciones humanas. No somos indiferentes al incumplimiento de la fidelidad prometida. Nos suena a traición, a malestar sin digerir. El pueblo también reacciona. No calla su rabia. Su bronca. Ante el gobernante de turno, alza su voz de protesta porque no han cumplido; ante viejas obras iniciadas y que no podrán concretarse más. Repudiables también los funcionarios que impiden que los ciudadanos conozcan los manejos de los dineros públicos, el costo de las obras, las empresas beneficiadas. No hay lugar para el silencio. Como el docente quiere entrar en las aulas y el científico en el laboratorio, el político aspira a participar activamente en la vida ciudadana y va abriéndose caminos, estudiando posibilidades y si considera necesario, abandona su ámbito de militancia para participar de otro, cercano al que gobierna, donde ve posible el cumplimiento de sus aspiraciones, aunque perciba que traiciona los años aferrados al partido que abandona y se traiciona ante los ojos de sus seguidores. El poder atrae. El poder atrapa y da satisfacciones personales. Quien traiciona enciende una luz de desconfianza que no se apaga más. La fidelidad a nuestros estudios, al trabajo, al cumplimiento de deberes y derechos como ciudadanos y gobernantes preanuncia el respeto por una sociedad oxigenada.
> PUNTO DE VISTA
Traición y ruptura de promesa
MARTA GEREZ AMBERTÍN | POSDOCTORA EN PSICOANÁLISIS
“Hoy un juramento, mañana una traición...” En la visión gardeliana quien jura lealtad luego la quebranta, lo cual ocurre no solo en los amores de estudiante sino casi en todos los órdenes: político, religioso, económico, jurídico, etc.
La traición ejemplifica lo afirmado por Lacan “con la ley y el crimen comenzaba el hombre”, porque aun siendo preciso -para vivir en sociedad- sostener la primacía de la ley que establece lo prohibido y permitido, en toda subjetividad anida la tentación a traspasar los bordes, a romper la promesa. De allí la premisa que sostenía el Derecho romano: pacta sunt servanda (lo pactado obliga). ¿No lo hacen Adán y Eva cuando comen el único fruto prohibido? En castigo son expulsados del paraíso.
Los humanos son ambivalentes: respetan el pacto simbólico, pero se tientan por transgredirlo. Y es que toda promesa de lealtad, de fidelidad puede tener -como los medicamentos- su fecha de vencimiento. Lo cual es común observar en la sociedad actual donde los lazos simbólicos están afectados por la anomia generalizada y hacen de cada uno un traidor en potencia.
La figura del traidor carga con el peso de su consustancial abominación en tanto es el defraudador, el que transgrede los pactos (explícitos o tácitos); pero, precisamente, el resquebrajamiento del contrato social imperante hace circular la moneda falsa de la traición por todos lados, generando un sentimiento de defraudación e inseguridad. Paradójicamente, en estas épocas del “poliamor”, Judas ha devenido el héroe del cambalache moral generalizado. ¿Qué mejor muestra de la degradación ética que la ausencia de condena a los “panqueques”, a los que como Groucho Marx, dicen -diariamente- “estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”? Si da lo mismo que los pactos se cumplan o no, si da lo mismo cumplir las promesas que traicionarlas, da lo mismo acatar la ley que violarla... ¿da lo mismo? La sociedad que festeja las gracias del “poliamoroso” pide a gritos el estricto cumplimiento de la ley. Tal vez (solo tal vez), cuando se ajusticie a los traidores y la ley simplemente se cumpla, no será preciso requerir mano dura.
Finalmente, lector, pregunto: ¿te traicionaron alguna vez?, ¿traicionaste?, ¿qué te dolió más? Si puedes responder, habrás entendido esta nota.