Diarios de un hombre de otra época

Un caso sin precedentes nacionales.

LA CONSAGRACIÓN DEL OMITIDO. Durante una noche de la década del 90, Castillo descubre, con asombro y resignación, que fue un verdadero escritor mientras todavía no tenía las presiones de ser considerado como tal.  LA CONSAGRACIÓN DEL OMITIDO. Durante una noche de la década del 90, Castillo descubre, con asombro y resignación, que fue un verdadero escritor mientras todavía no tenía las presiones de ser considerado como tal.
23 Junio 2019

TESTIMONIO

DIARIOS 1992-2006

ABELARDO CASTILLO

(Alfaguara - Buenos Aires)

No hay muchos precedentes de diarios de escritores en nuestras letras. Salvo que consideremos a Gombrowicz, cuya excentricidad lo hace inmune a cualquier comparación, o los diarios de Piglia, cuyo primer volumen salió casi en simultáneo al de Castillo, o el Borges de Bioy Casares, que no admite comparación porque es un diario de homenaje a otra persona. El diario de Castillo, libre de precedentes nacionales, tiene más elementos en común con la línea de grandes diarios universales como el de Kafka, y aun de grandes ficciones como La novela Luminosa de Mario Levrero.

El primer tomo de los diarios de Castillo, que va de 1954 a 1991, fue publicado antes de la muerte del autor. El segundo tomo, póstumo, comprende el período 1992-2006. A pesar de no ser publicado en vida, alcanzó a ser revisado casi en su totalidad. Escritor emblema de los 60, impulsor de revistas fundamentales como El escarabajo de Oro y El ornitorrinco, Abelardo Castillo nunca se resignó a participar del presente: era un hombre de otra época, y así lo atestiguan sus diarios. De ello se desprende que sus principales influencias y recuerdos significativos del ambiente literario involucren a figuras como Ernesto Sabato, Leopoldo Marechal, Cortázar, Borges, Carlos Fuentes, entre otros.

Refugio contra su tiempo

Si en el primer volumen el diario funciona como registro de descubrimientos y perplejidades de juventud, en el segundo tomo vemos un refugio contra la época, en diálogo con los autores de siempre. A su vez, Castillo comprende que la crítica literaria nacional corre en un sentido que no lo incluye: “Para los ponencias universitarias, hoy no existen en la Argentina más que tres o cuatro escritores. Piglia, Saer, Aira. Si dijera que la ausencia de mi nombre no me molesta, mentiría. Pero también mentiría si dijera que me molesta”.

El autor, pese a las omisiones de la academia, en la década del 90 era un escritor plenamente consagrado. Castillo se siente fuera del circuito literario, pero a la vez demasiado adentro como para escribir con libertad: una noche descubre con asombro y resignación que fue un verdadero escritor mientras todavía no tenía las presiones de ser considerado como tal. Hay un coqueteo, o quizás una fantasía, con dejar de escribir: la falta de orden, la dilación continua y las distracciones lo alejaban de la escritura y, a su vez, lo acercaban a los diarios, esa otra escritura secreta que no pedía nada a cambio.

Un mundo interno

Parte del encanto de leer los diarios de un escritor del siglo pasado es la chispa que generan los puntos de contacto con la realidad. La televisión y la computadora se convierten en dos elementos que siempre están a mano de Castillo, quien, debido a su afición a vivir entre las sombras de la noche, salía poco de su casa. Su mundo era mental, interno, doméstico, y en muy buena parte eso se volcaba en los diarios, donde confluyen en una misma página reflexiones sesudas sobre Kierkegaard y lamentos sobre el mal funcionamiento de la computadora.

Los contactos con el entorno no son solo de orden tecnológico, sino que comprenden también, y sobre todo, las noticias de actualidad. El 7 de septiembre de 1997, Castillo anota: “Muerte de la madre Teresa de Calcuta y de Diana de Inglaterra. Ver por televisión los noticieros y comparar los funerales de esas dos mujeres es una verdadera experiencia ‘posmoderna’”. La lucidez con que comenta el atentado a la AMIA o el atentado de las torres gemelas es propia de quien mira los hechos sin estar contaminado por la época.

Procrastinación y creación

Se dice que, como Castillo no quería publicar sus diarios, lo convencieron con el argumento de que podrían ser de utilidad o inspiración para los jóvenes. La conjetura se cumple: el escritor joven entenderá, con la misma perplejidad que frente a los diarios de Kafka o los de Tolstoi, que la procrastinación y la culpa por no hacer lo que se tiene que hacer no son atributos que nacieron de la era digital. Pero sobre todo, nadie mejor que un escritor joven para mirar de cerca los procesos creativos de libros como El evangelio según Van Hutten, y las dudas y observaciones, siempre agudas, que sin proponérselo enseñan que un escritor es, primero, un lector independiente.

© LA GACETA

PABLO NARDI

> PERFIL

Abelardo Castillo (1935-2017) nació en San Pedro (provincia de Buenos Aires). Fundó y dirigió las legendarias revistas El Escarabajo de Oro, considerada por la crítica especializada como una de las más prestigiosas publicaciones literarias de los años 60, y El Ornitorrinco, la primera y más importante revista literaria de la resistencia cultural durante los años de la dictadura. Dramaturgo y narrador, ha publicado, entre otros títulos, El otro Judas, Las otras puertas, Israfel, Cuentos crueles, Crónica de un iniciado, El oficio de mentir, El evangelio según Van Hutten y El espejo que tiembla. Entre otros galardones, recibió el Primer Premio Municipal, el Konex de Platino y por el conjunto de su obra el Premio Nacional Esteban Echeverría.

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