Inclusión en Villa Urquiza: están presos y hacen ciencia tras las rejas

Los presos también participan de la Feria de Ciencias y Tecnología. Unos 1.200 reclusos estudian en la cárcel.

FILTRO CASERO DE AGUA. Un trabajo de los internos de Concepción. FILTRO CASERO DE AGUA. Un trabajo de los internos de Concepción. LA GACETA / JOSÉ NUNO

Viven tras rejas pero su mente vuela hacia el momento en que volverán a su casa. Estudian pensando en ese día, en esa segunda oportunidad que les da la vida para reinsertarse a la misma sociedad con la que se pelearon alguna vez. Quizás no lo hagan todos, pero al menos ese parece ser el sentir de los alumnos privados de su libertad que participan en la Feria de Innovación Educativa, Ciencias, Arte y Tecnología 2019. 

La instancia provincial se realizó en el penal de Villa Urquiza. Se presentaron 370 trabajos. En algunos casos aprovecharon la investigación para sensibilizar sobre algunas situaciones que les toca vivir de cerca. El “Mocho” Mauro, Axel y Exequiel, todos de la unidad 5 (no se publican los apellidos por pedido del Servicio Penitenciario), eligieron investigar sobre cómo los ve la sociedad a partir de la ficción. “Tomamos la película ‘El Motoarrebatador’ y la serie ‘El Marginal’. En ambas se habla de nosotros, los presos, desde una imagen distorsionada. Ahí muestran violencia y gente con armas de fuego, pero nada se dice de la parte humana, de los vínculos de amistad que formamos entre nosotros en todo el tiempo que estamos acá”, reflexiona Mocho.

“No quiere decir que no haya peleas, pero esto no es como se muestra en las películas. Aquí no se usan armas y cuando alguien se enferma nos llevan al hospital y nos atienden rápido”, añade Exequiel. “Aquí no hay Diosito como el personaje de El Marginal, ni un cabecilla como el Sapo. No hay jefes entre nosotros”, aclara.

“Nos preocupa porque la gente compra una imagen errada de la realidad que nos va a perjudiciar cuando salgamos a la sociedad. Por ejemplo, (Ricardo) Bussi dijo que ‘preso que no trabaja no come’. Nosotros aquí no comemos la comida del penal porque no es buena, no se la puede comer. Nosotros nos alimentamos con lo que nos traen nuestros familiares que nos visitan”, dice Mocho. “Tampoco cobramos un sueldo como la gente se imagina. Es apenas un incentivo por hacer algunas tareas como la limpieza del pabellón, o el trabajo en la huerta, herrería o carpintería. No es mucho, oscila entre $ 300 y $ 1.200 por mes y además no los reciben todos los presos. Apenas alcanza para comprar los elementos de higiene que necesitamos. Es algo que nos sirve para reinsertarnos el día de mañana en la sociedad”, remarcan los jóvenes.

“Cuando sale alguien de la cárcel, la gente piensa que ha salido un monstruo. Pero no es así, aquí hay personas que se equivocaron, pero que tienen mucho talento y los medios de comunicación no ven esa parte”, se lamenta el “Mocho”, que cumple una condena de seis años.

José tiene 36 años y es padre de cinco hijos. Lo condenaron a 12 años y ya lleva siete. “Con la profe de Lengua y Literatura hemos ideado un manual con los códigos que se usan en los penales”, dice mostrando su mini diccionario organizado en forma alfabética. Allí se puede leer: “ayudín: ayuda extra por medio de estupefacientes”, “empomar: introducir”, “encanutar: guardar, esconder”, “batidora: patrullero”, bigote: policía”, “brillo: azúcar”, “burra: nalgas femeninas”, “cortacuero: ladrón de carteras”, “cuchillos largos: presos peligrosos”, entre muchos otros términos.

Desde la unidad n° 3, de Concepción, José entrevistó a todos sus compañeros para poder escribir su diccionario. También recogió frases tumberas como esta: “loco ¿a qué hora te pilló la yuta? A mí me pillaron de mulita y me guardaron. ¡Qué hago loco!” José es albañil y él ya no le tiene miedo a la Policía. Dice que no ve la hora de salir para ayudar a los chicos en la escuela.

A Cristian, de 33 años, le quedan dos años y 10 meses para salir en libertad. Asegura que en los seis años y ocho meses que lleva preso aprendió muchas cosas, entre ellas, a valorar más la familia y, por supuesto, la libertad. Junto a su compañero del nivel secundario, Walter, de 44 años, investigaron sobre cómo hacer un purificador de agua casero.

La idea no se le ocurrió porque sí. “En donde estamos (la unidad 3 de Concepción) no consumimos agua potable al 100%. Según pudimos averiguar con los internos más viejos, desde 2013 no se limpian los tanques. Las palomas caen y ensucian el agua. El tanque no tiene tapa. Muchos se enferman de los intestinos o con problemas en la piel. Por eso decidimos traer nuestra inquietud aquí, para mejor las condiciones de todos los internos”, afirma Cristian.

En el stand hicieron un prototipo de filtro casero con un bidón de plástico con el pico hacia abajo. En su interior colocaron algodón, piedras, granza, arena gruesa, arena fina y carbón. En esa especie de embudo colocan el agua para filtrar, que sale visiblemente más blanca desde el pico del bidón.

“Colamos el agua tres y cuatro veces y ya está lista para consumir. Nosotros ya implementamos en nuestra celda este sistema para tomar agua más pura, como también para lavar las verduras y cocinar. Pero para asegurarnos también le colocamos unas tres gotitas de lavandina”, cuenta satisfecho.

Las internas del instituto Santa Esther, de Banda del Río Salí, también presentaron un trabajo en la Feria de Ciencias. Su stand se llama “Los requechos de la huerta”. “Nuestra propuesta fue hacer abono para las plantas con todo lo que sobra en la cocina”, dice una de las 12 chicas de la unidad n° 4. Y su reflexión final: “estudiar es la mejor manera de hacer que el tiempo pase más rápido”.

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