El "Pelao" Cabrera, el asesino de perfil bajo encargado de la parrilla de Villa Urquiza
En esta fauna hollywoodense de convictos con alto poder de exposición años atrás fuera de los paredones del penal de Villa Urquiza, hay uno que parece tan manso y educado que a Lassie lo haría quedar tan mal que su amo lo mandaría de penitencia.
Callado y alejado de las cámaras, pero custodiando las brasas de una parrilla que pronto nutrirá de choripanes a los actores del histórico partido entre el Fortín, de Gendarmería, y UPAL, los reos de la cárcel tucumana, surge la imagen de José Humberto Cabrera. En la calle se lo conocía por “Pelao” y dicen los que conocen del asunto que era más malo que las arañas.
Cabrera tiene 45 años, aunque parece que el tiempo lo ha maltratado tanto o más que a las familias que sufrirán eternamente la pérdida de los seres queridos que el “Pelao” se llevó con él. Nadie se resiste a un archivo, menos cuando se trata de imágenes vivas de su accionar pasado.
Entonces surge el interrogante de si Cabrera es otra persona o bien sabe manejar el guion de lobo con piel de cordero. Cabrera ha pasado más tiempo tras las rejas que afuera de ellas: antes de cruzar los 21, la Sala V lo condenó por el homicidio de Roque Hernán Villarroel, un hincha de Talleres de Córdoba que había viajado a Tucumán para presenciar un partido con San Martín, en 1993. En 1995 recibió 15 años de prisión por homicidio agravado, pero obtuvo la libertad condicional antes de cumplir la pena. Estuvo ocho meses preso por el homicidio de Damián Díaz y recuperó la libertad. Fue condenado a 15 años de prisión. Una vez más en Villa Urquiza, asegura estar cumpliendo una pena que no es suya. “Me acusaron de un homicidio que yo no he cometido”, le jura a LA GACETA.
Cabrera es padre de ocho varones y de una mujercita. Dos de sus hijos más chicos juegan al fútbol en Amalia. Los de 16 y 17 años. “Les digo que se cuiden, que no vengan acá, que escuchen a Dios; que trabajen, que estudien”, el mensaje hacia sus herederos pequeños puede tomarse con un salvoconducto de lo que sus herederos mayores no pudieron concretar. Cuatro de sus ocho hijos varones están presos en el mismo lugar que él: José Humberto (h), Jonathan Leonardo, Jorge Adrián y Brahian Emanuel.
Teniendo en cuenta sus antecedentes y el poco contacto del día, puede que Cabrera sea otro Cabrera. Es creer o reventar. Si afuera era un líder peligroso, acá maneja un papel secundario. “Le hago la parrillada a los changos, al club; pá la gente que viene a jugar de afuera”, comenta su función dentro de grupo de Un Pase a la Libertad.
Sus tatuajes tumberos en el rostro son distintivos. Sobre su párpado izquierdo lleva el nombre de Pelao; sobre el derecho, Sandra. “Ella es compañera mía desde los 15 años”. En el labio también lleva escrito Sandra. “Ella me cuida”, asegura. Cierra su collage artístico un “amor”, recostado por encima de su pómulo derecho.
El líder del clan de los Cabrera que llegó hasta amenazar a periodistas de este diario durante uno de los juicios en el que él era la pieza clave del factor muerte, ahora es medido y amable, valga la insistencia. Recuerda que sus tatuajes son obras personalizadas. “Me identifiqué solo porque cuando andaba en la calle la policía ahí nomás me tiraba causas que yo andaba robando, asaltando. Por eso me identifiqué”, dice.
En Villa Urquiza y en La Ciudadela saben todos quién son el “Pelao” Cabrera y sus hijos. Ahora, cómo será fuera de las cámaras y en el día a día del penal, eso sí que es una incógnita. ¿Lobo con piel de cordero?