Tenemos los políticos que nos merecemos. Ya hemos hablado de esto. Y en esa línea podemos decir que manejamos como realmente somos. La anomia es la reina en la ciudad, y eso se hace carne cuando vemos cómo conductores de autos particulares circulan sin ruborizarse por las semipeatonales; cuando el peatón cruza por donde quiere; cuando hay mucha gente que maneja sin casco, con dos, tres o hasta cuatro personas en una moto; cuando los conductores, sea cual fuere su vehículo, no respeta algo tan sencillo como la luz roja del semáforo. Y hay un porcentaje que empeora nuestra realidad, según un estudio hecho por antropólogos viales: nueve de cada 10 argentinos consideran que manejan mal o muy mal, pero señalan que la culpa es del otro. Entonces, ¿Y si nos hacemos cargo cada uno de lo que nos corresponde? En ese caso, ¿cómo deberías manejar esta Nochebuena en la que se mezclan los buenos deseos con litros de alcohol y velocidad? Si pasa algo, todos somos responsables, más allá de que sean o no suficientes los controles que realizarán los municipios y la Provincia sobre el tránsito y el consumo de alcohol.

La conducta vial no es caprichosa, sostiene Pablo Wright, investigador del Conicet y miembro de Culturalia (equipo de reconocidos antropólogos viales). Con ello quiere decir que la actitud de los ciudadanos respecto de las normas viales es aprendida junto con valores que tienen que ver con la historia del país o de la región, y con la historia de la ciudadanía. “Podemos afirmar que la forma en que nos conducimos como usuarios de la vía pública, tanto en calidad de peatones como de conductores de cualquier vehículo, es algo aprendido en un marco socio-histórico y estatal dado, en nuestro caso, el argentino”, explica uno de los integrantes del equipo que realizó el informe sobre la cultura vial de quienes habitamos este país. El informe consistió en una encuesta de opinión sobre casos divididos en cuatro segmentos: conductores de autos, de motos, ciclistas y peatones, en un rango etario de entre 18 y 50 años. Entre ellos -o entre nosotros- notaron que la vara con la que se juzga el propio accionar no es igual que la que se aplica con el de otros, a quienes se les exige total cumplimiento de las normas. Ese resultado no es ajeno a los tucumanos: este año fueron noticia hijos de ex funcionarios legislativos que no respetaron las normas, y como medidas ejemplificadoras las autoridades municipales les exigieron que hicieran cursos de reeducación vial, previa inhabilitación de las licencias.

Ya lo dijo en nuestro diario la referente del movimiento Estrellas Amarillas Clara Pucheta: el problema está en los orígenes, en “la educación, que es primera responsabilidad de la casa, pero faltan la educación formal en temas viales y el control del Estado”. Son dos caras -sostiene- en las que están los ciudadanos y las autoridades; las dos tienen que funcionar y están fallando.

Entonces, esa anomia, esa falta de respeto por las leyes, se traduce en que todos somos responsables de que en Tucumán la tasa de mortalidad (muertes cada 100.000 habitantes) en siniestros viales sea de 18.1. La cifra es significativa, si se tiene en cuenta que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que una enfermedad con una tasa mayor a 10 es epidemia. Hoy es un buen día para empezar a cambiar y a reconocer que somos parte de ese engranaje que es el tránsito. Reconocer que tenemos una enfermedad es el primer paso.

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