No hay espacio para el ego en la política cultural

En el inicio de toda gestion se acostumbra hablar de una suerte de primavera de 100 días hacia el nuevo Gobierno de parte de la opinión pública, hasta que se acomodan todos los cargos en sus funciones. Este criterio difícilmente puede implementarse en una Argentina urgenciada y acosada por su crítica realidad en lo social y económico pero, además, porque muchos de los flamantes funcionarios nacionales son dirigentes de peso y trayectoria pública, que conocen acabadamente el Estado y sus vericuetos administrativos. Más allá de la situación heredada, esa experiencia previa en la función pública acorta el tiempo de adecuación y adaptación a una tarea. Es imperioso, entonces, que los resultados esperados para esta etapa lleguen durante el verano, para que luego se alcance la primavera política ansiada, alterando el orden de las estaciones del año.

Uno de los espacios que más expectación social y menos exposición pública tiene es el cultural, que comprende tanto las realizaciones artistícas independientes y oficiales como la construcción de identidades dentro de un país con múltiples integrantes con variado bagaje, desde lo ancestral hasta lo vanguardista, con el objetivo de que se contemplen y atiendan todos y se respeten al máximo cada idea y cada estética.

La incidencia en las provincias de los planes nacionales es extremadamente alta. Tanto las realizaciones cinematográficas como teatrales (incluyendo el funcionamiento de las salas) se sostienen en buena medida por los aportes del Estado central, a través de sus organismos autárquicos rectores en esas materias, los Institutos Nacionales de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y de Teatro (INT), a los que se suma el de la Música (Inamu). En estas estructuras descansa buena parte de la gestión operativa del renacido Ministerio de Cultura, ahora a cargo del cineasta Tristán Bauer (responsable tanto del sistema de medios públicos con Cristina Fernández de Kirchner, cuando el programa 678 fue la punta de lanza del imaginario oficial, como del Canal Encuentro y de Paka Paka), en tanto articulador de una política global e integradora.

Las designaciones en esas estructuras están demoradas, producto de una silenciosa puja dentro del oficialismo por imponer nombres. Sólo se nombró al reconocido director Luis Puenzo al frente del Incaa, pero no hay noticias del resto, lo cual genera incertidumbre y preocupación ya que hay numerosos expedientes del ejercicio 2019 por resolver. Con su asunción en el cargo, Puenzo expone su bien ganado prestigio internacional como realizador artístico en un territorio burocráticamente complejo y de múltiples reclamos de una industria dividida, con disidencias entre los grandes productores y los independientes, entre los que figuran los documentalistas (grandes castigados de la gestión de Ralph Hyeck en la segunda parte del macrismo).

Desde Tucumán hay mucho por hacer en forma autónoma de la Nación y no se debe esperar. La recreación del Consejo Provincial de Cultura puede significar un soplo de aire fresco en cuanto a organización de actividades y propuestas en todo el territorio. La importancia de este cuerpo, cuyos orígenes se remontan a la década del 60, se verá en el tiempo pero es auspicioso que se haya comenzado dando andamiaje estructural a esta comisión. Buena parte de su éxito pasará por dejar de lado los los egos, los celos y las diferencias políticas entre la ministra de Gobierno y Justicia, Carolina Vargas Aignasse, el ministro del Interior, Miguel Acevedo, y el titular del Ente Cultural de Tucumán, Martín Ruiz Torres, los tres presentes en el acto de constitución del cuerpo.

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