Entre el cielo, la tierra y el tiempo

LOS HIJOS DEL PRIMER DESCAMISADO, oleo de Víctor Quiroga. LOS HIJOS DEL PRIMER DESCAMISADO, oleo de Víctor Quiroga.

Un rumor de cielo surca caminos de aire. En la noche. En el alba. Gestos de machetes deambulan en el pupo del cañaveral. Fauces perrunas. Ciegos. Sordos. Mudos. Rostros de la indiferencia arropan las garras de la droga. Rojos. Negros. Desvisten el sufrimiento en la inercia del cuerpo. De la mente. Siglo del árbol caído. Cerro de nubes. Ráfagas de baile en el patio de tierra del año nuevo. Vaca suspendida de tiempo. Sin ubre. Changuito escribidor al vesre. Celestes. Retazos de nubes nadan. Brazos desnudos de luz abrazan la pobreza, el insomnio. Un parador ahuyenta desgracias. Presagios, tal vez funestos. Un patrón y el perro del poder especulan bajo un alero. La espalda del zafrero carga un silencio de cañas. Un cuchicheo de feriantes habita las mesas, los puestos. Ranchos vomitan luz por las puertas, serenando la nocturnidad en Los Aguirre. Una humilde niñez pata para arriba ejercita la realidad en un televisor.

Rococos pensamientan los hechizos de una curandera. Una secuencia de árboles mira a esa mujer zigzaguear por la luz de un rayo, escapando de la urgencia, también de la desesperación. O de la nada. El paco vela a un chango en las palmas de la muerte. Los brazos de un descamisado en cruz emponchan de esperanza a un puñado de pobres. Ollas que cocinan la dignidad. Changuitos cardinales inventando posiblemente el futuro. El vestido sol de la más humilde de las abanderadas sonríe bienestar. La punta del lápiz deja ahora escapar los guardianes del paco, despabilando la sorda violencia de la destrucción.

Azul agua. Azul cielo. La luna estira su sensualidad desnuda en una roca. En Las Talitas, un conquistador preside el cuarto, donde la pobreza ofla la honradez del pan. El corsé y los tacos blancos la observan buenamoza en el espejo. La patria cabalga en la bandera gaucha que se abre paso en el cielo. Las alas de la mulánima aletean fuego en el monte ardido. Camilleros pasean la inocencia de una vaca. Una fuga de rayo jinetea entre dos miedos. La amistad se moja en el vino de una truqueada. Sueño de niño en la calle del techo del mundo. Manos de la vergüenza. Del llanto. Cubren la indignación de la Libertad. Un horizonte se bifurca en ese murmullo de cielo que desarropa la vida. Algo de esto vive en las sombras, en el tiempo y en el alma de los pinceles de Víctor Quiroga.

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