La muerte del joven patoteado en Villa Gesell

Este ha sido un verano particularmente violento en la Costa argentina. El año había comenzado hacía pocas horas cuando llegó la noticia de una pelea en Mar del Plata, a la salida de un boliche, y de la posterior intervención brutal de un patovica que golpeó contra el piso y dejó inconsciente a uno de los protagonistas de la gresca.

Así empezó 2020. Y desde ese 1 de enero casi todas las semanas llegaron noticias preocupantes sobre escenas de violencia entre adolescentes y jóvenes en Mar del Plata, principalmente. El 8 de enero, en esa misma ciudad, trascendió un video de otra agresión por parte de personal de seguridad de un boliche, que golpeó ferozmente a dos hermanos; uno de ellos quedó internado.

Pero también la violencia trascendió las fronteras Argentinas: una noticia que llegó incluso a medios europeos fue la de una pelea en Punta del Este, Uruguay, donde un joven rugbista de ese país le pegó una trompada “a traición” a un argentino, le quebró la mandíbula, y tuvieron que trasladarlo de urgencia a Buenos Aires para que lo operaran.

El punto máximo de esta ola de violencia veraniega llegó este fin de semana. El país entero está conmocionado por la muerte de Fernando Báez Sosa, un joven de 19 años que fue patoteado por al menos 11 jugadores de rugby a la salida de un boliche en Villa Gesell. Los 11 están detenidos.

En todos los casos que se conocieron se hizo referencia a los excesos de los jóvenes antes y durante las fiestas en los boliches. También a reacciones desmedidas por parte del personal de seguridad de los locales bailables, que siempre aducen que sus intervenciones son en respuesta a las agresiones de los asistentes. En definitiva, un círculo vicioso de violencia que nadie parece capaz de cortar.

Lo que está claro es que en ningún caso los protagonistas son capaces de medir las consecuencias de las agresiones que proporcionan. Todo esto excede ampliamente lo que podría considerarse “peleas entre jóvenes” o la intención de medir fuerzas entre grupos opuestos. Estas acciones rozan el salvajismo y demuestran el total desprecio por la vida humana y la completa indiferencia por el sufrimiento de familias enteras que pierden un pedazo suyo cuando deben despedir a un familiar en estas circunstancias.

En Tucumán, lo ocurrido en Villa Gesell necesariamente recuerda lo que pasó la madrugada del 27 de julio de 1996, cuando Álvaro Pérez Acosta (entonces tenía 23 años) fue atrozmente patoteado por los hermanos Cristian y Fabián Jensen. Pérez Acosta nunca volvió a ser la misma persona que la que entró a esa discoteca y quedó postrado en una silla de ruedas para el resto de su vida.

Como ningún otro año se conocieron casos de peleas extremadamente violentas en las playas de la Argentina. ¿Acaso fue un efecto contagio? ¿O es que siempre ha sido así, sólo que ahora las redes sociales se encargan de hacernos conocer rápidamente estas atrocidades?

En cualquier caso, cabe pensar qué está pasando como sociedad, qué ejemplo se está dando a la juventud desde las instituciones y desde las familias y qué tiene pensado hacer el Estado ante este flagelo.

Por lo pronto, se espera que la Justicia actúe con celeridad y que arribe a condenas ejemplares para que se entienda, de una buena vez, que todo acto tiene sus consecuencias.

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