El uso nocivo de bebidas alcohólicas en las playas bonaerenses, expuesto tras el asesinato de Fernando Báez Sosa, forma parte de una situación epidemiológica nacional, donde el consumo episódico excesivo de alcohol (el porcentaje de la población que tomó cinco tragos o más en una oportunidad durante los 30 días anteriores a la entrevista) creció 27,9% entre 2013 y 2018 (de 10,4% a 13,3%), de acuerdo con la última Encuesta de Factores de Riesgo. Este indicador contrasta, por ejemplo, con el de la población fumadora, que en ese período descendió 11,6 % (de 25,1% a 22,2%).
También contrastan entre sí las leyes 24.788 (de lucha contra el alcoholismo) y 26.687 (de control del tabaco): por ejemplo, mientras que la primera prohíbe el consumo de alcohol en la vía pública y en acontecimientos culturales, deportivos o educativos, la segunda prohíbe el de tabaco en todo espacio cerrado destinado al acceso de público. Así, a la par de la evolución opuesta de sus tasas de consumo, existen diferencias en las normas de prevención del tabaquismo y el alcoholismo.
El director del Programa Universitario para el Estudio de las Adicciones, Ramiro Hernández, interpreta que el consumo de tabaco bajó porque la sociedad lo desnaturalizó. “Se ha convertido en algo extraño en todos lados porque hay una ley integral que regula la publicidad y el consumo y ofrece información y tratamiento gratuitos. Por eso la campaña contra el tabaco ha sido exitosa a pesar de que quizá sea una de las drogas más difíciles de dejar”, argumenta.
En cambio, el alcohol continúa incorporado a la cultura, lamenta Hernández. “Los chicos tienen en la cabeza que el consumo de alcohol está bien: las previas se han arraigado en sus costumbres y son aceptadas por sus padres -protesta-, y las campañas que ha habido no han sido exitosas porque no buscaban cambiar la conducta. Debería haber una ley integral, pero sobre todo debería haber campañas que comuniquen los riesgos y disminuyan el atractivo”.
Impacto en la salud
Por su parte, el psiquiatra Luis Carbonetti, especialista en drogadependencia, no ve que haya demasiada conciencia sobre el riesgo sanitario que implica el consumo de alcohol: “se asocia el tabaco con una situación de perjuicio para la salud, pero eso no sucede con el alcohol, que se asocia con una cuestión de celebración y, en el caso de la dependencia, con una cuestión ética o moral”.
Carbonetti advierte además que el alcohol no tan solo produce un efecto psíquico, sino que también causa un gran deterioro clínico. “Pareciera que el alcohol, por ser legal, es menos tóxico que las sustancias prohibidas. Pero el alcohol es una sustancia legal que impacta en la salud hepática, cardíaca, renal, etcétera”, alerta.
Objeto de deseo
La publicidad de productos elaborados con tabaco está prohibida en principio, mientras que la de bebidas alcohólicas posee apenas cinco reglas (por ejemplo, prohíbe sugerir que el alcohol mejora el rendimiento físico o intelectual). Y mientras que los paquetes de cigarrillos contienen advertencias gráficas y textuales sobre el daño a la salud que ocasionan, las botellas de alcohol solo incluyen las leyendas “Prohibida su venta a menores de 18 años” y “Beber con moderación”.
Romina Torasso, docente de Comunicación Visual Gráfica de la Universidad Nacional de Tucumán, observa que, en la medida en que la publicidad sobredimensiona ciertas acciones sociales como la diversión, la exaltación del grupo y la rebeldía, ejerce una enorme influencia, que se convierte luego en motivo de consumo. “De esta forma -explica- el objeto de deseo termina por definir la identidad juvenil. Es difícil no creer esto si se tiene en cuenta la gran cantidad de jóvenes que tapan sus necesidades afectivas con el consumo de alcohol”.
Frente a la publicidad de las marcas de bebidas alcohólicas, Hernández llama a retrasar el inicio de la edad de introducción al alcohol, que hoy promedia los 14 años, y propiciar el consumo responsable. “Es fundamental intervenir preventivamente -destaca-, en las edades en las que los chicos están a punto de comenzar o apenas han comenzado. Y no solo para aumentar la edad de inicio y reducir los riesgos y daños asociados, sino también porque el alcohol, al ser la droga de inicio más temprano, es la puerta de entrada al consumo de otras sustancias”.
¿Qué pueden hacer los padres?
1- Promueva resistir la presión de los amigos. Enséñele a valorar su individualidad, a reflexionar de forma crítica sobre la amistad. Enséñele a decir no.
2- Destaque las ventajas de no consumir alcohol, como ser mejor en el deporte, en las relaciones con los demás, en el estudio. Facilite otras alternativas de ocio y diversión.
3- Cree un clima de confianza. Hable sobre el alcohol de forma abierta, relajada y no amenazadora. Si se emborracha, dígale que no dude en llamar para buscarlo.
4- Establezca límites claros. Prohibir el consumo de alcohol no es represión ni castigo.
5- Actúe de forma razonable pero firme. Es probable que discutan la prohibición del consumo.
6- Transmita valores. Un entorno que prescinda al máximo del alcohol es fundamental para cuando crezca y tenga que tomar decisiones por sí solo.
7- Si detecta el consumo de alcohol, explore las razones que lo han llevado a beber. Si se torna habitual, busque la ayuda de profesionales.