En el universo de María Elena Walsh todo es posible: las guerras se solucionan con estornudos, las ranas rezongan porque suena el despertador y las batatas poseen títulos de nobleza... Sin importar si son poco lógicos o incomprobables, mientras sus cuentos nos sigan robando sonrisas y gestos de duda, la magia de esta célebre escritora argentina jamás va a desaparecer.
La prueba está en que hoy, en el 90° aniversario de su nacimiento, la trampa de crecer no logró atraparnos por completo. Y al hacer el intento, todavía somos capaces de recordar las aventuras en Gulubú o en la Quebrada de Humahuaca.
Desde su infancia -marcada por “un gran caserón, con patios, gallinero, rosales, gatos, limoneros y naranjos” (tal cual supo expresar)- Walsh decidió hacer de las letras un oficio. Sin embargo, sus primeros escritos -como la recopilación de poemas “Otoño imperdonable” (1947)- poco tuvieron que ver con tramas infantiles.
Para presenciar la transformación en juglar de la autora de “El twist del mono liso” y de “La mona Jacinta” hay que esperar hasta 1952. En esta época Walsh se muda a Francia junto a la compositora tucumana Leda Valladares. Con el pasaje fijado rumbo al Viejo Continente, empiezan también los viajes ficcionales a parajes donde las vacas son estudiosas y las tortugas visten a la moda.
Guiones de televisión y teatro, 26 libros infantiles, seis antologías y más de 88 canciones son apenas una parte de la vasta producción que dejó María Elena Walsh en su camino. “Algunos de sus temas son considerados como verdaderos himnos del cancionero popular. Lo mejor es que en sus obras hay juegos, rimas y textos absurdos que disparan la imaginación sin ánimo de generar moralejas o bajadas morales”, comenta Ramiro Grignola, que coordinará este martes -en el Ingenio Cultural (avenida Sáenz Peña y Domingo García- un evento lúdico musical como homenaje a la dramaturga.
Además, su legado resiste al “Nomeacuerdo” en diversos talleres literarios locales; sitios en donde los chicos siguen embelesados por mantecas que hablan en inglés y doctores que curan brujerías con vacunas.
“Hace unos días leímos 'Zoo loco' en un encuentro con niños de cuatro a siete años. Lo que más llama la atención es que ellos responden a su nombre y saben quién es María Elena Walsh porque la mayoría lo aprendió en la escuela. Los participantes estaban fascinados con la rareza de esos poemas-limericks y, en la escucha, no podían dejar de reír por la locura de los animales”, explica Gabriela Molina Aquino, creadora del taller “Supernova”.
En su caso, los escritos de Walsh recién llegaron a las manos de Gabriela cuando era adulta, pero sí recuerda que -a los 12- el nacimiento de su hermana fue la excusa perfecta para repetir, una y otra vez, la música en Winamp.
Resucitar en la prosa
Al igual que otros artistas que vivieron la dictadura militar (1976-1983), a la cantautora le tocó experimentar un período en el que el país estuvo al revés. “Tengo presente cómo me conmovía desde chica la canción 'Como la cigarra'. De seguro, eso tiene que ver con el tiempo en que transcurrió mi infancia. Nací en 1978 y los primeros recuerdos más patentes que tengo están relacionados con la recuperación democrática o ese momento de transición en el cual tenía vecinos con hijos que habían ido a Malvinas”, narra Laura Rafaela García, profesora de “Literatura infantil y juvenil” en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT).
Los tintes de la dictadura, la sensibilidad del exilio y la censura imperante en el país hicieron que su prosa se tiña de un fuerte mensaje social. El ejemplo son piezas como “Canción de cuna para un gobernante” y “Serenata para la tierra de uno”.
“María Elena Walsh fue una autora clave para pensar la pérdida cultural de ese momento histórico. Hay un texto emblemático de ella que se llama 'Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes' y que tuvo una repercusión internacional muy grande. En ese título se encierra la metáfora de la pérdida de libertades que denuncia como parte de los mecanismos de censura y de control cultural”, agrega la investigadora.
Encanto y trabalenguas
De los VHS y los discos a las adaptaciones cinematográficas (como “Manuelita, la tortuga”) y las ediciones de bolsillo, a pesar de los años el nombre de esta poeta aún destaca en las estanterías infantiles. ¿Cuál es el secreto por el que tantas generaciones son interpeladas en sus rimas?
“Su esencia está llena de niños desobedientes, de protagonistas distraídos, de adultos obsesivos que al final nos dan mucha gracia. Recuerdo en la planificación previa a abrir el taller cuando -explorando libros- redescubrimos a Walsh. Ahí decidimos que era indispensable trabajar con ella en algún momento porque estaba loca. Porque era graciosa, profunda, porque sonaba lindo”, reflexiona Gabriela.
Punto de vista
Honoria Zelaya de Nader, doctora en Letras y miembro de número de la Academia de Letras.
Corría la segunda mitad de la década de los 90 cuando, una mañana de agosto, María del Carmen Tacconi de Gómez y yo recibimos la propuesta de entrevistar -en vivo- por Canal 10 a María Elena Walsh. El caso es que lo hicimos y que aquella entrevista nos ha dejado marcas indelebles. Entre ellas, que María Elena era un ser humano pleno de calidez.
Pasaron innumerables soles hasta lograr concepciones como la de María Elena respecto al mundo poético infantil Es decir, el de concederle a la infancia el derecho a los sueños entregándole las llaves para abrir las puertas e ir a jugar. El juego es uno de los términos esenciales para definir la literatura infantil.
No puede haber un solo niño al que no se le acerque el legado de María Elena. Cada día que pasa los valoro muchos más. Especialmente aquellas composiciones en las que aparece Tucumán, como la “Chacarera de los gatos”. Tanto más porque en aquella memorable entrevista nos dijo que amaba nuestra provincia.
Sugerencias de libros
- Dailan Kifki.
- Cuentopos de Gulubú.
- Zoo loco.
- Baladas con ángel.
- El reino del revés.
- Otoño imperdonable.
- Tutú Marambá.
- La rana perdida.
- Manuelita, ¿dónde vas?