“Responsabilidad” es la palabra elegida por las autoridades, la dirigencia y los medios de comunicación para concientizar a la sociedad, y a los ciudadanos sobre la necesidad de actuar con prudencia en la contención del coronavirus Covid-19. Este vocablo puede y debe ser aplicado a todo lo que se haga y diga a título personal y colectivo durante estos momentos críticos. La “responsabilidad” obliga a preguntarnos si corresponde o no compartir un mensaje divulgado en las redes sociales, o salir a la calle en plena vigencia del confinamiento forzoso. La misma reflexión cabe respecto de la determinación de la capacidad sanitaria existente en la provincia para enfrentar la pandemia.
Aunque el Gobierno local ha tomado medidas organizativas e incluso inaugurado una guardia específica en el Centro de Salud, en los últimos días ha habido manifestaciones que sugieren que faltan materiales descartables para garantizar la seguridad de los enfermeros y médicos. En las redes sociales abundan testimonios que alertan sobre supuestos déficits de barbijos y otros implementos esenciales para impedir la transmisión del virus. Incluso existen campañas informales que piden donaciones de materiales para la elaboración artesanal del equipamiento que faltaría en los hospitales, sanatorios y centros de atención primaria de la salud.
Todo este movimiento da cuenta, por un lado, de una preocupación que pone en duda el discurso oficial respecto de la solidez de los recaudos adoptados para tratar los casos sospechosos y confirmados, y, por el otro, de la percepción de que las precariedades preexistentes condicionan severamente al Estado en una situación tan excepcional como la presente. Basta con advertir que la provincia carece de medios técnicos para detectar el Covid-19 con la rapidez que su propagación demanda y que, al igual que la mayoría de las jurisdicciones del país, depende de los análisis que practican en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Urge, en definitiva, saber cuán preparados estamos desde el punto de vista sanitario los tucumanos para atacar una pandemia que ha colapsado las infraestructuras de países desarrollados como Italia y España. Por la escasez de recursos y la inmensa cantidad de casos, esas naciones han llegado al lamentable punto de tener que priorizar enfermos. Es una lógica propia de la guerra que está vigente en este instante en las sociedades culturalmente más afines a la Argentina.
Si es cierto que en Tucumán la capacidad de respuesta es muy estrecha y limitada como deslizan algunos, urge que las autoridades y el personal del sistema de Salud se sinceren porque eso llevará automáticamente no sólo a buscar formas de fortalecer la reacción, sino también a incrementar la prevención. Es asimismo imperioso que los médicos, enfermeros y administradores ofrezcan su versión de la coyuntura en voz alta y de manera fidedigna puesto que la comunidad necesita información confiable que le permita tomar las decisiones más inteligentes.
No es momento para propalar rumores y falsedades que alimentan la psicosis y el pánico infundados. Nadie debería temer nunca decir la verdad, máxime cuando de ella depende la posibilidad de salvar vidas. En esta hora, la responsabilidad implica ser capaces de entender que nada importa más que saber dónde estamos parados y qué herramientas disponemos para protegernos de una enfermedad que ha vulnerado los esquemas de protección de la salud en todo el planeta.