Ágata Galiffi, cuarta parte: el traslado fue digno de una película de Hollywood

AMANTE Y CÓMPLICE. Arturo “El Gallego” Pláceres llega a Tucumán esposado y bajo la atenta vigilancia de dos investigadores vestidos con traje y sombreo. La imagen se tomó cuando estaba por ingresar a Villa Urquiza. AMANTE Y CÓMPLICE. Arturo “El Gallego” Pláceres llega a Tucumán esposado y bajo la atenta vigilancia de dos investigadores vestidos con traje y sombreo. La imagen se tomó cuando estaba por ingresar a Villa Urquiza.

Era una noche fría en Rosario. El 23 de mayo de 1939, la Policía santafecina irrumpe violentamente en una modesta casa de las afueras de la “Chicago Argentina”. Allí vivía el obrero ferroviario Tomas Clarke, descendiente de ingleses que por alguna razón se vinculó a la cosa nostra, que refugió a Ágata Galiffi y a su amante Arturo “El Gallego” Pláceres. “No lo vayan a matar, él no hizo nada”, les dijo “La Flor de la Mafia” a los uniformados para que no mataran a su eterno amor que en esos momentos estaba afeitándose, lejos del arma que siempre llevaba en una sobaquera. La también conocida como “La Mujer Infernal”, días después, se apoyaría en la figura de su esposo Rolando Lucchini para jurar su inocencia: “soy una dama honesta, esposa de un distinguido profesional y no está lejano el día en que lo probaré y entonces todos se arrepentirán de haberme tratado como a una delincuente”.

Los amantes estaban prófugos desde el 29 de diciembre de 1938. Habían protagonizado un enfrentamiento con la policía rosarina donde fallecieron dos policías y un pistolero que trabajaba para ellos. Por ese trágico hecho, los investigadores descubrieron que la pareja dirigía una organización que estaba por cometer un insólito hecho delictivo en Tucumán. Pretendían ingresar a través de un túnel de más de 100 metros de extensión al banco de la Provincia para dejar allí los billetes falsos que le había entregado como regalo de boda su padre Juan “Chicho Grande” Galiffi y llevarse la moneda legal. Fue un extraño y visionario caso de “blanqueo” de capitales. Los prófugos estuvieron ocultos en varios domicilios de sus conocidos bajo los apodos de “Doña María” y “Don Antonio”, según recuerdan los historiadores. Una curandera, muy conocida en tierra rosarina, fue la que le dio los datos para que detuvieran a ambos.

Problemática

“La Flor de la Mafia”, que también era conocida como “La Gata Galiffi”, era una mujer bella, bellísima. Pero tanta belleza venía acompañada de un carácter fuerte y una espeluznante frialdad, las mismas características que le achacaban a su padre, el famoso “Don Chicho”. Así se entiende también por qué pudo ganarse un espacio dentro de un mundo de hombres rudos, los famosos pistoleros como llamaban los periodistas de la época a los integrantes de la cosa nostra. La sufrieron los policías rosarinos.

Ágata Galiffi, cuarta parte: el traslado fue digno de una película de Hollywood

“Cada vez que era conducida al despacho del jefe de la División de Investigaciones para tomarle declaración, simulaba sufrir una aguda crisis de nervios y prorrumpía en gritos y llanto. Ayer (el 27 de mayo de 1939) debió ser identificada, pero hubo que suspender la tarea porque no quiso que los empleados le sacaran las impresiones digitales”, publicó el diario “La Capital” de Rosario. El mismo medio agregó: “fue trasladada desde el Asilo del Buen Pastor a la sede policial para un nuevo interrogatorio. Un agente la tomó por los brazos para indicarle por dónde debía dirigirse y, toda indignada, le asestó una fuerte bofetada en el rostro”.

Sus días de encierro en la “Chicago Argentina” no fueron tan difíciles. Como no existía un lugar de detención para mujeres, quedó alojada en una amplia oficina de la policía. Mataba el tiempo leyendo las revistas del corazón y de actualidad que algún allegado le hacía llegar con la complicidad de sus cuidadores, puesto que las autoridades habían sido claras al dar la orden de que no debía tener contacto con nadie. Las mismas que habían dispuesto una serie de medidas de seguridad extra porque temían que los miembros de la cosa nostra intentaran rescatarla a los tiros. Pero pese a su innegable peligrosidad, los medios destacaron que en esos días, salvo el golpe que le propinó al custodio, se mostró respetuosa y educada. Hubo una frase que muchos recordaron durante años. Cada vez que alguien la saludaba, ella respondía con la misma frase: “muy bien… Aquí me ve, está Usted ante ‘La mujer infernal’.

Ágata Galiffi, cuarta parte: el traslado fue digno de una película de Hollywood

Los funcionarios santafecinos sabían que tener encerrada a “La Flor de la Mafia” era una brasa caliente. Por eso no dudaron en extraditarla a Tucumán junto a sus dos cómplices por el intento de robo al banco. También fue la excusa perfecta para dejar en el cajón del olvido las dos muertes de los policías.

La llegada

El 4 de junio, Galiffi y “El Gallego” Pláceres fueron trasladados en tren hasta la capital tucumana. El esposo de “La Flor de la Mafia”, el abogado Lucchini, se entregaría varias semanas después. Los tucumanos estaban asombrados por el viaje y su llegada generó una enorme expectativa. “No se conocía dónde iban a ser bajados, pero ello no fue óbice para que muchas personas se apostaran a la vera de las vías con el propósito de verlos”, se publicó en LA GACETA al día siguiente.

“Los pistoleros, Galiffi y Pláceres, fueron conducidos a Tucumán en un coche de primera clase del F. C. Central Argentino, ocupando cada uno un camarote conjuntamente con los policías de Rosario y de la Capital Federal que les escoltaban armados con pistolas y carabinas. Este coche era ocupado únicamente por los delincuentes y trece policías, nueve de Rosario y cuatro de la policía porteña, quienes ejercían una estricta vigilancia y no permitían que aquellos fuesen vistos por los pasajeros”, se pudo leer en la crónica anónima que imprimió nuestra diario.

El periodista de LA GACETA Manuel Riva rescató el año pasado algunos detalles del arribo de los acusados. “El paso del tren era como un imán para los habitantes, sobre todo para los que estaban en las cercanías de las estaciones. Una hora antes de llegar a su destino final, la formación se detuvo en Ranchillos, donde los andenes se hallaban colmados de gente expectantes por ver a la pareja. Esta imprevista parada generó expectativa en el público ante la posibilidad de que Galiffi y Pláceres fueran bajados allí. Pero esto no ocurrió y el tren partió nuevamente al poco tiempo. De todos modos la pareja no iba a llegar a la estación final de Tucumán”, detalló.

Preocupación y susto

“El tren empieza a detenerse. Ha llegado a la calle Muñecas, punto escogido para bajar a los pistoleros y trasladarlos a la Cárcel Penitenciaria, donde momentos después quedaron alojados a disposición del juez federal Benjamín Cossio”, relató nuestro diario. La medida se había tomado sorpresivamente ante la sospecha de que miembros de la banda podían intentar rescatar a sus líderes, situación que nunca se presentó.

En la zona, según relató Riva se instaló una docena de vehículos en cuyo interior se encontraban policías fuertemente armados. “En las bocacalles también se habían apostado efectivos de seguridad con carabinas. El tren se detuvo. Primero bajó la mujer, que rápidamente fue llevada hasta uno de los coches que esperaba, subió a él junto a la guardia que la acompañaba desde Rosario. Luego bajó Pláceres, que no se cubrió la cara como lo hizo su compañera; estaba esposado y fue subido a otro vehículo”, cronicó.

Los que pocos recuerdan (o no conocen) es que, a pesar de semejante operativo, se produjo un problema que dejó helados y pálidos a los responsables y a los funcionarios de la época. Los “pistoleros” fueron subidos a dos vehículos que transitaban a alta velocidad. Por detrás, lo seguían otros móviles de la policía y del Ejército (sí, leyó bien, soldados por el temor que generaban los detenidos). La caravana, como publicó LA GACETA, dijo: “dejó una densa polvareda”.

Pero minutos después, sucedió algo insospechado. A la cárcel de Villa Urquiza, donde serían alojados “La Flor de la Mafia” y su amante, sólo llegaron los autos que cumplían la tarea de custodia. Los que trasladaban a los sospechosos, habían desaparecido. “Los automóviles de escolta llegaron en minutos a la cárcel dándose sus ocupantes con la terrible sorpresa de que aquellos, a pesar de haber salido en los primeros vehículos, no aparecían por ninguna parte. Tampoco habían sido vistos por nadie”, publicó LA GACETA.

En cuestión de segundos comenzaron a surgir todo tipo de versiones. Sin redes sociales, se pensó que los habían rescatado en el trayecto o que falsos policías eran los que manejaban los móviles en los que trasladaban. Cuando todos se estaban poniendo nerviosos, aparecieron los acusados a bordo de los móviles. Nuestro diario informó que los vehículos que debían custodiar a los detenidos habían tomado un camino equivocado. “Las extraordinarias medidas de seguridad tomadas por la Policía habían sido innecesarias en última instancia”, se pudo leer en la nota del diario. Una vez más, “La Flor de la Mafia” había sido noticia.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios