Geopolítica de la covid-19

EN BEIJING, CHINA. En una estación del Metro, todos usan barbijos. Reuters EN BEIJING, CHINA. En una estación del Metro, todos usan barbijos. Reuters

Benito Carlos Garzón
Abogado y Constitucionalista

El problema de la pandemia que azota a la humanidad tiene como trasfondo la lucha por el poder mundial: Estados Unidos, China y Rusia. Varias naciones desarrollaron el poder nuclear para ingresar al club de los poderosos. Pero los únicos que poseen capacidad para un ataque mundial son los integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU: los tres países mencionados más Inglaterra y Francia.

Se vive desde mediados del siglo pasado en “el equilibrio del terror”, fundado sobre la base de que ningún país podría atacar con armas nucleares porque la réplica podría destruir al atacante. Ese es el presupuesto a partir del cual trabajar.

Ninguna de las grandes potencias ha dejado de producir armas nuevas, no menos destructivas que las nucleares, a pesar de que existen a pesar de que existen tratados internacionales de prohibición de armas químicas y biológicas. Justamente, estos acuerdos no ha impedido el desarrollo de arsenales de estas nuevas armas y el consecuente peligro de su experimentación. Las armas químicas utilizan agentes venenosos para matar o incapacitar al enemigo, como quedó probado durante la Primera Guerra Mundial. Las armas biológicas emplean agentes patógenos (virus o bacterias) con la misma finalidad. Y si bien se suscribieron tratados internacionales que prohíben este tipo de armas (ONU – París en 1983; y Londres, Moscú, Washington, ONU en 1972 ), no existen mecanismos para el control y la vigilancia del cumplimiento efectivo de éstos pactos. La experimentación de estas armas tienen peligros para todo el planeta. Riesgos de la envergadura de la actual pandemia.

Por caso, ha habido denuncias de que virus como el ébola o el VIH-SIDA no han surgido de la naturaleza sino que han sido creados en laboratorios. Leonard Horowitz es uno de los que ha sostenido esta tesis, que sin embargo no han sido objeto de investigación. Otro tanto se dice respecto del actual coronavirus, al que no pocos ubican entre los “virus emergentes”.

Así como las sospechas de Horowitz se dirigieron a laboratorios de los Estados Unidos, no menos cierto es que en Rusia se desconoce la situación del actual régimen, a pesar de que es indudable que sus centros de investigación se encuentran al más alto nivel mundial. En 2018, precisamente, un conflicto diplomático estalló entre Londres y Moscú por el envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal, quien se encontraba asilado en el Reino Unido. Su hija Yula también se vio afectada por el uso de un desconocido gas nervioso que emplea un desconocido agente químico que no deja rastro alguno. Los ingleses responsabilizaron al Gobierno del Kremlim por este ataque.

China, con su desarrollo económico, militar y científico es el último en sentarse a la mesa de las grandes potencias. La actual pandemia, que produjo 40.000 muertos en ese país según la información que brinda su Gobierno, ha disparado toda clase de alarmas. En primer lugar, porque según información publicada en los medios de todo el mundo, habría tenido conocimiento de la trasmisión del virus desde noviembre del 2019, pero recién comunicó su letalidad a la OMS a fines de diciembre, En segundo término, porque habrían decodificado al genoma que era de trasmisión humana y sin embargo no cuentan con remedios ni vacunas. En tercera instancia, porque investiga desde hace varios años sobre el virus en murciélagos, aunque los descubrimientos sólo ahora salen a la luz, mientras se hace recaer toda la culpa sobre los mercados de animales salvajes.

Hay sobradas dudas respecto de si esta pandemia, al igual que otras epidemias y brotes, es el resultado de un “accidente natural” o corresponde a la intencionalidad humana. Urge entonces que la ONU y la OMS tengan algún control sobre las investigaciones virales y químicas y el uso que puede hacerse de ellas.

A partir de esto, una propuesta que me parece oportuna y viable es la crear un organismo similar a la OITA (Organización Internacional de Energía Atómica), que es una agencia de expertos encargada de vigilar los experimentos nucleares en todo el mundo. Su últimos trabajos más sobresalientes han estado vinculados con el monitoreo del desarrollo nuclear de Irán con fines de producir energía y, nada menos, el descubrimiento del lugar exacto donde implosionó trágicamente el submarino ARA San Juan. En el caso que nos ocupa, mi idea es la de una entidad que funcione como un instrumento de ejecución de los tratados de prohibición de las armas químicas y biológicas, para evitar que las investigaciones científicas sobre virus deriven en pandemias.

Me parece un proyecto realista, que no tiene las características de una utopía como la de proponer una Constitución mundial o un nuevo orden jurídico internacional. Por el contrario, crear un organismo de las características que consignamos permitiría lograr un nuevo “equilibrio del terror”, pero esta vez en tutela de la salud mundial. Su creación dependería de la Asamblea General de la ONU. La incógnita sería si prosperaría en el Consejo de Seguridad y si superaría el veto de algunos de sus integrantes.

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