Negocio político que no baja la persiana

Aludir implícitamente a la grieta de por sí constituye una afrenta a la memoria de los próceres de 1816. ¡Cómo rendir un homenaje al coraje de aquellos patriotas que hicieron causa común y a la vez exponer que hoy hay argentinos se desconocen como si fueran enemigos, que ni se toleran! Pero fue inevitable mencionar a los que reniegan del diálogo o del consenso porque miran la realidad desde el extremismo agrietador. Era políticamente correcto atacar a estos resentidos, como lo hizo el Presidente: “vine a terminar con los odiadores seriales y a abrir los brazos para que todos nos unamos”. Pero no basta, porque los agrietadores no sólo se esconden en el anonimato de las redes sociales; también ocupan espacios en representación del pueblo. Son políticos profesionales que viven de dividir y que apuestan a exacerbar el fanatismo, no les preocupa el quiebre o los odios que intencionadamente generan; es su negocio político; así sobreviven. Y tienen clientes. Clientelismo exitoso. Pululan en el oficialismo y en la oposición y en todos los ámbitos de la sociedad, militan en esa causa. No les interesa el efecto negativo para la convivencia social, convencidos de que tienen razón. Son inflexibles y dogmáticos. El otro no sirve. Es positivo que Alberto Fernández apunte a los odiadores seriales como factores que impiden crecer al país; pero para minimizar sus daños los ejemplos patrióticos deben venir de arriba, de él y de todos los que tienen responsabilidades de gestión, porque no basta con decir que se va a transitar por un nuevo país: hay que actuar en consecuencia. Los discursos pueden ser convincentes, pero más importan las conductas de uno y otro lado. Porque por la fecha patria, en homenaje a los que se unieron por la Independencia, todos coinciden en repudiar a los provocadores de la grieta. Pero, por ejemplo, por esa división no pueden compartir una celebración patria Cristina con Macri. Ni sus seguidores. La vicepresidenta ni siquiera estuvo y el líder del PRO ratificó que se identifica con los combativos de Juntos por el Cambio; no con los moderados. La apuesta es clara: destruir al otro. Y tienen adeptos.

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