Por Fabián Soberón
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
La historia del cine ha sido pródiga en su relación con la música. Cine mudo es un falso oxímoron y un equívoco: en los orígenes, el cine trabajó con músicos y orquestas que tocaban para modificar el sentido de las imágenes. Y en los períodos posteriores, no podemos ni siquiera imaginar un “invento sin futuro” y sin música.
En la etapa industrial, los actores, los directores y los músicos fueron piezas que entraban y salían en las producciones según la autoridad del “poderoso señor Don dinero”. Son pocos los compositores que pueden ser recordados por un sello personal. Ennio Morricone es uno de ellos y sus melodías e instrumentaciones son inolvidables no solo por el poder evocador e infranqueable sino también por la ubicación oportuna que supieron darle algunos directores con los que trabajó.
Me detendré en tres películas que no serían las mismas sin ese sutil e insoslayable orbe musical. La elección es intempestiva y arbitraria: El bueno, el malo y el feo (1966) es una cinta dirigida por Sergio Leone. Los primerísimos primeros planos, los paneos que trazan un mapa milimétrico y obsesivo de los personajes y las pistolas lentas de los vaqueros tienen otro color y otra forma por la melodía de Morricone: el leit motiv transforma los gestos bruscos en oro visual (y sonoro). Prueben con ver la película de nuevo sin el sonido. Notarán que falla no solo la atmósfera sino que falta el pasado, el presente y el futuro condensado en un instante mientras las imágenes ruedan como los cúmulos secos de pasto. Eso tiene la música de Morricone: es un aleph sonoro, un centro invisible que concentra y acumula el tiempo en unos instantes hechos de memoria: imágenes y sonidos. Como escribió Michel Chion, Morricone era un “actor de música”, alguien que podía interpretar el orden y el poderío de un relato. Utilizaba el rumiar evocativo y rítmico de las notas con un objetivo simple y no fácil de lograr con maestría: la emoción.
En Cinema paradiso (dirigida por Giuseppe Tornatore en 1988), un adulto director recupera, de alguna forma, su niñez ligada a la sala de cine. La película es doblemente cinematográfica: el vehículo del recuerdo, la máquina invisible y humana, es el propio cine y la música de Morricone. Aquí, música, claroscuro y memoria forman una cinta de Moebius infinita y virtuosa. Nadie que haya visto esta película podrá olvidar la melodía íntima y felizmente melancólica con la que Morricone endulza las imágenes.
Una de las virtudes de este compositor fue su cualidad proteica. De acuerdo con el contexto y a la dirección podía cambiar de tono y de géneros. En La misión (dirigida por Roland Joffé en 1986) el marco es muy diferente al del spaghetti western: en la selva misionera los jesuitas tratan con los guaraníes. Morricone se vale de los instrumentos de viento, especialmente el oboe del padre Gabriel, para producir una melodía que evoca el barroco. Con las formas musicales asociadas a la conquista combina cuerdas y vientos que suenan en el cielo de las imágenes.
Como han dicho musicólogos como Enrico Fubini, frente a la música las palabras son injustas e imprecisas; la música nos empuja a usar metáforas y adjetivos para designar lo imposible. Recurrimos a términos que nada dicen sobre el soporte inasible o, acaso, rozan, lejanamente, su materia huidiza.
Morricone ha logrado, como otros músicos contemporáneos, convertirse en la banda de sonido de nuestra vida. En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer escribió que el arte es “la cámara oscura que muestra los objetos con mayor pureza y que nos permite abarcarlos de una ojeada; el teatro en el teatro, la escena en la escena, como en Hamlet”. Y, entre las artes, Schopenhauer consideró que la música es la forma privilegiada de asir la esencia de la vida. Por eso entendió que aunque el mundo dejara de existir, la música sobreviviría. Las composiciones de Morricone son parte de las músicas que quedarán.
© LA GACETA
Fabián Soberón - Profesor en Teoría y Estética del Cine (Escuela Universitaria de Cine) y de Comunicación Audiovisual y Comunicación Visual Gráfica (UNT).