La mejor manera de honrar la memoria de Amenábar

 la gaceta / foto de alvaro medina la gaceta / foto de alvaro medina

El amanecer de 2020 parece tan lejano que se desdibuja, como si correspondiera a otra época. ¿Quién recuerda el último verano, ese que precedió al pandémico invierno de nuestro descontento? Refresquemos lo sucedido la calurosa noche del 8 de enero en la plaza Independencia. “¡La lucha va a ser valerosa y corajuda, porque no todos los sindicalistas andamos colgados del saco del gobernador!”, bramó Adriana Bueno, secretaria general del Sindicato de Trabajadores Autoconvocados de la Salud (Sitas). “La marcha de la bronca” era la banda sonora del acto, disparado por el reclamo salarial y desarrollado en pleno cumpleaños de Juan Manzur.

Desde esa barricada, Bueno jugó fuerte en la interna gremial y apuntó contra los sindicalistas que se han entregado en bandeja y se han convertido en voceros del Gobierno. “Quienes tienen puestos de conducción sindical y se prestan al chantaje van a ser tirados a la basura como una jeringa usada”, remató entre ovaciones. Ni hacía falta que nombrara a René Ramírez, incondicional de Manzur por partida doble: desde la Legislatura y desde la conducción tucumana de la Asociación de Trabajadores de la Salud Argentina (Atsa).

El verano fue un hervidero y allá por marzo Sitas seguía en pie de guerra. “Lo que pedimos es que se nos devuelva lo que el Gobierno, o sea el patrón, nos ha quitado, que es la vigencia total y absoluta del acta acuerdo de abril de 2019”, remarcaba Bueno. Y, por supuesto, anunciaba un paro. La cancha se embarró con una campaña sucia, que le adjudicaba a Bueno una supuesta pertenencia al radicalismo. “Todo Concepción y todo Sitas sabe de mi sentir peronista. Temen porque en el Siprosa hay mucha, mucha plata. Será que algunos temen perder sus negociados”, disparó.

Entonces llegó la pandemia.

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Repasemos la historia moderna de los reclamos enarbolados por Sitas, una piedra en los zapatos de Manzur y de José Alperovich. Pescando ejemplos, vale la pena este de julio 2011: los autoconvocados acumulaban meses protestando por los salarios y por las condiciones de trabajo, hasta que la cuerda se tensó al máximo en el Centro de Salud.

“El hospital fue tomado por la Policía. Esto ha generado una indignación de parte de todos los trabajadores de la salud, que hemos repudiado esta actitud del Gobierno de enviar la Policía acá. Por eso hemos decidido cerrar las puertas del hospital. Esto ha sido una reacción de repudio y de indignación ante la toma del hospital por parte de la Policía, lo cual nos parece un acto de cobardía. Los que estamos acá somos trabajadores de la salud, enfermeras, camilleros, farmacéuticos, bioquímicos, médicos, empleados administrativos, arquitectos y no somos delincuentes. La Policía normalmente debería estar para custodiar a la sociedad de los delincuentes, de los criminales, de los violadores”.

El que hablaba era el delegado gremial de Sitas, Jesús Amenábar.

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En la comunidad médica todos se conocen, saben quién es quién, cuáles son las jerarquías, las trayectorias, los sentires. Quiénes privilegian el negocio y quiénes abordan su trabajo con un enfoque humanista. Que Jesús Amenábar pertenecía al segundo grupo lo reconocen todos, un consenso difícil de alcanzar en esta clase de corporaciones, en la que siempre alguien hace correr la bolilla negra. Como profesional querido, respetado y admirado que era, pertenecía además a una familia de médicos con muchísimos años de arraigo -lo que se traduce en la experiencia de centenares de pacientes- y de prestigio en Tucumán.

Pero el lugar que le toca ocupar por estos días no fue una elección de Amenábar. No se inmoló ni optó por alguna clase de martirio. Al contrario, era un hombre que, por sobre todo, amaba la vida. El perfil de un protagonista se escribe charlando con quienes lo rodearon y a esta apreciación todos la subrayan con fuerza. Su muerte es una tragedia enmarcada en un tiempo histórico trágico. Buena parte de la sociedad tucumana busca la manera de honrar la memoria de un hombre de convicciones sólidas y que nunca estaba dispuesto a silenciarlas. Es un debate importante. Demasiada gente valiosa se marchó de este mundo injustamente acompañada por la indiferencia.

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Para esto urge sacar a Amenábar de la grieta. Arrastraron su nombre hacia allí a caballo de memes, cadenas de Whatsapp y posteos en Facebook que no tienen nada que ver con las batallas que Amenábar eligió librar contra el sistema y desde el interior del sistema. Le adjudican hechos, discursos y actitudes incomprobables, lo que es un clásico de la grieta, cuya naturaleza es vaciar todo de contenido, poner la verdad en duda y agitar la división social. La figura de Amenábar merece distinguirse como prenda de unidad, no como otra excusa para alimentar el fuego de una discordia que cada día nos consume un poco más.

El sistema de salud es en extremo complejo a partir de una convivencia tripartita: el sector público, las obras sociales y la medicina prepaga (o privada). También son distintas, en consecuencia. las realidades de los trabajadores. Amenábar le dedicó enorme parte de sus esfuerzos al hospital y desde allí fue un defensor de la excelencia de la salud pública. Por eso tanta pasión aplicada en sus denuncias, siempre apuntadas a mejorar las condiciones salariales y laborales del personal y a advertir la ocasional falta de insumos. Son, queda claro, las banderas que viene levantando Sitas.

Nada de esto, afortunadamente, tiene que ver con las oscuras y perversas motivaciones de la grieta. Repasemos la opinión de Alfredo Amenábar, hermano de Jesús, en “Panorama Tucumano”:

“A mi hermano no pudo importarle menos que le pongan su nombre al Kirchner, al Centro de Salud o al caps de Villa Carmela, al que fuera. Nosotros aprendimos de nuestro padre que no nos interesaba sobresalir con una placa o con una distinción. Pero esto -lo de pedir el cambio de nombre del Hospital Kirchner- comenzó como un deseo de la comunidad hospitalaria. Luego se tergiversa como suele suceder en nuestro país y quisieron sacar provecho y en eso no me meto, me importa poco la cuestión, no son decisiones que las puede tomar la comunidad hospitalaria, como debería. Me molesta tanto todo el desmanejo que se generó después de una voluntad genuina de los profesionales de la salud, que fueron los que originaron la propuesta”.

Lo que hizo la grieta es correr el eje de la cuestión hasta habilitar la dicotomía Kirchner vs Amenábar, o Zenón Santillán vs Amenábar, lo que es absurdo y sólo provocó que el hermano de Amenábar -también médico- termine afirmando “me importa poco la cuestión”.

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La alusión al conflicto salarial que enfrentó a los autoconvocados con el Gobierno no es caprichosa. Habla de un estado de cosas, de un malhumor muy anterior a la pandemia.

El sistema de salud -su crecimiento y su eficacia- fue un estandarte en tiempos de Alperovich. Cómo será el peso alcanzado por el área en la gestión que, a la vuelta de los años, terminamos gobernados por un médico. Todo un dato de alcance internacional: ¿a cuántos Estados les tocó la casualidad de ser conducidos por un sanitarista justo cuando estalla una pandemia? Y no cualquier sanitarista, teniendo en cuenta que Manzur fue ministro de Salud de la Nación. En otras palabras, nadie debería conocer el sistema mejor que él. Y hay más. Tres integrantes del gabinete son médicos, ya que la ministra Rossana Chahla bien puede contar en el consejo con la expertise de los hermanos Yedlin. Así que, si es por nombres, Tucumán debería ser una fortaleza sanitaria.

Pero en la cultura de ese sistema, que por cierto puede exhibir numerosos éxitos, hay a la vez un malestar. No fueron ni son muchas las voces que expresan esa disconformidad, por eso la de Amenábar se escuchó tan fuerte y nunca dejó de ser respetada. La franqueza no le salió barata a Amenábar, pero el capital simbólico proporcionado por sus denuncias terminó siendo ganancia neta a los ojos de la sociedad. Es un mensaje valioso contra el cortoplacismo y contra el oportunismo, el político y el de los otros.

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Hay muchos Amenábar en el devenir tucumano, muchos ciudadanos que pusieron lo mejor de sí mismos para hacer de la provincia un lugar mejor. Pero a muy pocos les tocó convertirse en símbolos y emergentes de un momento histórico. Por lo que hizo y por lo que dijo, Amenábar ya era un protagonista de este 2020 espantoso e interminable. Para el último acto decidió pelearle al coronavirus en el Centro de Salud. A fin de cuentas, ¿dónde más?

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Entonces, ¿cómo honrar la memoria de Jesús Amenábar? Podríamos empezar por respaldar sus convicciones, adherir a su pensamiento, compartir sus luchas. De nada va a servir que uno o 10 hospitales tucumanos lleven el nombre de Jesús Amenábar si la sociedad se desentiende de los reclamos y advertencias que efectúe el personal de la salud pública. Apoyar con la presencia -real, no virtual- cualquier movimiento, marcha, petición o acto que apunte en ese sentido va a ser una caricia al médico que, como tantos de sus colegas, dio un ejemplo de entrega y de sentido del deber.

Que nadie lo dude: si los tucumanos expresan su compromiso, en la calle o donde toque la convocatoria, en defensa de la salud pública, marchando, peticionando, haciéndose escuchar, acompañando a los profesionales del área cada vez que lo necesiten, por cientos y por miles, el legado de Amenábar estará a salvo y bien custodiado.

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