No es solo una mesa con sillas, aperitivos caseros y comida copiosa. Durante las fiestas, reunirse con nuestra familia y pareja -todos juntos y en el mismo espacio- puede pasar de ser una experiencia agradable a transformarse en un campo de batalla.
Entre las “minas” usuales están los insalvables monólogos sobre economía, los comentarios con doble sentido por parte de miembros nada empáticos, los chistes agrios y el estrés de atender a los comensales. Sin embargo, a razón de la covid-19 muchos rituales cambiaron y con ellos también aparecieron nuevas peleas.
“Debido a las medidas de bioseguridad y distanciamiento, este año la Navidad fue un foco de estrés importante para las parejas. Hubo muchos desacuerdos por la logística de las reuniones. Como tendencia se vio que los matrimonios con hijos pequeños se dividían y uno de sus miembros viajaba solo a otra provincia para ver a sus familiares directos. La crítica es que quien debió quedarse para atender a los niños, tuvo el doble de trabajo y el equilibrio de quehaceres domésticos pre y posfestivo se rompió”, comenta el terapeuta de parejas Gonzalo Rivadeneira.
Para el profesional, el otro asunto que disparó (y disparará en Año Nuevo) chispazos es la lista de invitados. “Las familias numerosas debieron tomar la decisión de achicar los encuentros y en ese ‘¿con los tuyos o con los míos?’ o ‘¿a dónde vamos?’, aparecen las asperezas. Hay mucho malestar por la soledad autopercibida y la frustración de no poder ver a quienes amamos. Además, para algunos enamorados que estaban acostumbrados a celebrar en cenas show, viajar al extranjero o salir a boliches, el tedio de los encuentros reducidos es alto”, agrega Rivadeneira.
Mejor no hablemos...
Hasta el budín y los turrones más dulces pueden volverse agrios cuando ciertos debates hacen su aparición durante la cena.
“Antes estos temas peliagudos tenían que ver con las diferencias políticas, pero ahora se sumaron las cuestiones de género, el uso de pirotecnia y la concepción de la salud pública. Los pleitos pasan por las diferentes percepciones y la voluntad que pone cada miembro de la pareja ante las recomendaciones sanitarias por el coronavirus. La sensación de desinterés o el evidenciar que los descuidos del otro atentan contra nuestro bienestar producen mucho enojo e incomodidad”, argumenta la psicóloga Patricia Castro Ferro.
Entre los ejemplos, la profesional enumera la aparición de familiares políticos sin barbijo, el rechazo a aplicarse alcohol en gel de forma recurrente y la negativa a desinfectar los pisos y los objetos de uso compartido para preparar el salón o el espacio que se compartirá durante la velada.
“De por sí, diciembre es un mes de desacuerdos económicos entre convivientes y de gran estrés al pensar en los regalos y la comida para fin de año. Si a eso le sumamos las recomendaciones adicionales de cuidado sanitario y la presión de ser buenos anfitriones dificulta que muchos enamorados puedan enfocarse en pasar un buen momento juntos”, acota.
En estas ocasiones, Castro Ferro enfatiza también la desigualdad de obligaciones como un motivo de luchas verbales. “¿Cuántas veces escuchamos la frase ‘al final la que siempre se encarga de todo soy yo’? Las fiestas podrán ser una temporada para compartir, pero a la mayoría de las relaciones les falta aceitar el concepto de los roles colaborativos y empleo no remunerado. Debemos recordar que Navidad y Año Nuevo están cargados de magia para los pequeños y que muchas veces estas fechas traen recuerdos fuertes para nuestro compañero/a de vida”, reflexiona.
De igual manera, entre las flechas de quejas cruzadas se cuelan los asuntos religiosos y espirituales. “La vieja brecha se da entre el marketing de las fiestas y las ceremonias con fundamentos religiosos. En muchos casos, hay gente que obliga a su pareja a asistir a misas o cumplir con eventos en los que no creen. Por un lado, está bien hacer ciertos sacrificios o ceder en nombre del amor y respeto, pero cuando el cronograma se convierte en una exigencia rígida estamos encarando mal el asunto”, destaca Rivadeneira.
Al no conjugar dos sistemas de costumbres opuestos, una consecuencia similar ocurre entre la magia de Papá Noel y las tradiciones del pesebre y el respeto por el nacimiento del Niño Dios.
Juegos y obsequios
En años anteriores, la diversión de nuestros hijos, sus primos y amigos podía garantizarse con algunos juegos en el jardín o el uso compartido de juguetes. En 2020 a esa imagen se le suman los barbijos.
“Distinto a lo que se acostumbra, los más pequeños de la familia pueden estar nerviosos o sentirse frustrados por no poder estar con otros niños. Eso desencadena a la vez que sea complejo entretenerlos y debamos invertir mucha energía en atender a sus necesidades o estar encima de ellos para que se acomoden en la silla que les corresponde y eviten romper con los protocolos”, sintetiza el terapeuta Gonzalo Ayala, quien le atribuye a este estado de “suma atención” otra pica entre vínculos.
“Por último, un enojo reincidente es al hablar sobre regalos. En primera instancia, hacia nuestra pareja (al haber comprado algo que no le gustaba o era muy diferente a lo que imaginaba). Después por aquello que obsequiamos a nuestros suegros y, en último lugar, al pensar en los hijos. La percepción de la violencia que tienen algunos juguetes y los límites de edad para utilizarlos son un tema de pleito aparte”, sostiene Ayala.