Primeros a nivel nacional en muertos en accidentes de tránsito. Segundos en homicidios en contextos de inseguridad. Primeros en femicidios per cápita. Últimos en percepción de calidad de vida de toda la Argentina. Últimos en infraestructura básica. Últimos en mantenimiento y estado de la red vial. Últimos en las condiciones de la red cloacal y en provisión de agua potable. Primeros en inmundicia y en basurales clandestinos por metro cuadrado. Tenemos la segunda cuenca hídrica más contaminada de la nación. Primeros en contaminación atmosférica del país.

Tucumán, además, forma parte del “top five” -el pelotón de los cinco peores distritos- en pobreza, en indigencia, en desempleo y en déficit habitacional.

La provincia es un desastre. No cabe otro adjetivo. No hay lugar para eufemismos edulcorados. Sería prácticamente un acto de complicidad.

Lideramos casi todos los rankings negativos dentro de un país en decadencia.

Que no nos engañe la sonrisa perpetua de nuestros políticos y ese falso optimismo que intentan irradiar.

Últimos entre los últimos

Somos los peores dentro de una nación en bancarrota, con la tercera inflación más alta del mundo, con la mitad de sus habitantes viviendo por debajo de la línea de pobreza, con una empleomanía estatal y un maremoto incontrolable de planes sociales, cada vez más insostenible, pero que a su vez evitan que esta bomba explote. Y no hay salida.

La anunciada sustitución del asistencialismo por empleos genuinos que hagan mover la rueda productiva es un relato que se repite hace casi 50 años, mientras los planes sociales y el empleo público no paran de crecer.

Somos una sociedad de inútiles administrada por inútiles. De un colectivo de incompetentes no puede surgir más que gobernantes incompetentes. No hay magia en esto. Es regla de tres simple.

Hace un siglo que Argentina está en crisis y las últimas cinco décadas - según las estadísticas oficiales, desde el año 1974- fueron los más dramáticos.

Ese hartazgo se evidencia en el masivo y continuo éxodo de compatriotas a otros países. Y el 60% de los argentinos expresa que se iría del país si pudiera hacerlo.

En Tucumán, esa cifra supera el 80%.

Salvo algunos microclimas excepcionales, como ciertos sectores de la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe o Mendoza, el resto del país viene empatando o perdiendo en cuanto a su poder adquisitivo, a su calidad de vida, a su acceso a los servicios básicos.

Y Tucumán es la más fea en el baile de las feas.

El espejo donde nos vemos

No importa si lo dice públicamente el ex jugador de Los Pumas, Juan Soler, o la modelo Lara Bernasconi, quien dijo hace unos años que la entrada a Tucumán “es un asco”.

Algo parecido había expresado en 2016 Gabriel “Toto” Patronelli, uno de los integrantes del team Patronelli en el Rally Dakar.

Criticó duramente a Tucumán luego del paso de la caravana por las provincias. En cambio, elogió a Salta y a Santiago del Estero.

“Que alguien se ocupe de limpiar Tucumán... En mi vida vi semejante mugre, basura por donde mires y asfalto destruido... qué lástima”, publicó Patronelli en Twitter.

Luego agregó que todo va mejorando a medida que vas saliendo de la provincia, en el estado de las rutas y en limpieza, tanto para Salta como para Santiago.

Esta semana estalló la polémica porque Soler, el actor tucumano radicado en México, dijo que “está todo feo en Tucumán”.

“Chocolate por la noticia”, como dicen los chicos. Una obviedad pasmosa que cobra notoriedad en boca de un famoso.

El 93% de los lectores de LA GACETA, según un sondeo digital, coincidió con el ex Puma.

No alcanzó el ejército de trolls rentados por el gobierno provincial para emparejar la balanza. Apenas para evitar que ese porcentaje llegara al 99%.

Sin premios ni castigos

Al gobierno tampoco le importa la opinión pública, distinta de la opinión publicada, la que se publicita.

Las elecciones en Tucumán se ganan antes de que se vote, con acoples, con clientelismo, con nepotismo, con voluntades esclavizadas. Consecuencias directas de la ignorancia y de la falta de apego al trabajo.

Hay comunas donde el empleo público representa más del 90% de la fuerza laboral. No lo decimos nosotros, lo dice el Indec.

El otro 10% lo completan el almacén del pueblo, la farmacia, la panadería o el puesto de quiniela.

“Cuando estaba de campaña, me impactaba ver en los pueblos gente sentada en la vereda tomando mate todo el día. No unos cuantos, mucha gente”, contó hace un par de años, en un almuerzo, el dirigente peronista Renzo Cirnigliaro. “Me pedían de todo, menos trabajo”, agregó.

Son generaciones de familias acostumbradas a cobrar un sueldo del Estado sin trabajar.

Comunas, concejos deliberantes, intendencias, reparticiones municipales, provinciales y nacionales, tribunales, legislaturas, entre otro centenar de oficinas públicas, que fueron engrosando sus filas con el paso de los años.

Hoy ya no alcanza el presupuesto para pagar los sueldos. La provincia debe endeudarse para cumplir con sus obligaciones. Es por esto que hace 20 años no se hacen obras públicas importantes en Tucumán.

Para colmo, el Estado se endeuda para subsidiar a gente que, en su mayoría, no devuelve una contraprestación acorde a su salario.

Si en Tucumán trabajaran ocho horas diarias todos los empleados públicos que existen, en blanco y en negro, seríamos una potencia mundial. Porque además, el Estado tucumano es el principal empleador informal en la provincia.

Por un lado, el gobierno cobra una de las tasas de ingresos brutos más altas del país, mientras por otro es el principal evasor. De locos. Y nadie dice nada, estamos amortiguados, acostumbrados a vivir en esta cloaca a cielo abierto.

El huevo de la serpiente

“Hay empleados en Tribunales que en años no fueron nunca a marcar tarjeta. Incluso, tengo colegas jueces que van, cuanto mucho, una vez a la semana a su despacho”, confesó un juez penal a este columnista.

“Da bronca porque yo a veces trabajo 14 horas por día, pero tengo colegas que viven de vacaciones todo el año”, acotó el magistrado. Y así se amontonan los expedientes, es decir, se apila la injusticia.

La base de esta decadencia moral y ética es institucional. No funcionan las instituciones en esta provincia. La división de poderes es un chiste, para la foto.

El caso Pedicone-Leiva es sólo un vergonzoso ejemplo de cómo todo se arregla bajo la mesa. Y el resultado directo de la indivisión de poderes, o de los poderes asociados, es la impunidad.

Así llegamos al récord de homicidios, a las cloacas explotadas, a la contaminación vergonzante, a la inmundicia, a la falta de servicios básicos, y a que la provincia más chica del país, la que menos kilómetros de asfalto posee de toda la Argentina, tenga las rutas intransitables.

El 70% está en mal estado, según reconoció el propio director provincial de Vialidad.

Y nadie está preso. Nos matamos en las rutas, como ninguno más en la Argentina, y nadie está preso. Infectamos con materia fecal las calles, contaminamos el aire y los ríos y nadie está preso.

Un viejo policía, ya retirado, me dijo una vez: “A los ladrones estúpidos los persiguen policías estúpidos. Si uno se rodea de imbéciles termina siendo un imbécil”.

Una metáfora que aplica para la tucumanidad amortiguada, adormecida, acostumbrada a buscar el atajo, el carguito, a pagar la coima en vez de la multa.

En el buen periodismo están prohibidos los lugares comunes, pero a veces son inevitables.

Como aquella verdad de perogrullo, apodíctica, que sostiene que “todo pueblo tiene el gobierno que se merece”.

En Tucumán deberíamos hacer el razonamiento inverso: “cada gobierno tiene el pueblo que se merece”.

No exijan entonces las autoridades que la ciudadanía sea trabajadora y voluntariosa, limpia, pacífica, respetuosa de las normas, educada, empática con su medio ambiente.

Es el pueblo que fueron forjando con años de desgobierno, de Estados ausentes, de corrupción, de nepotismo, de clientelismo. Tienen el pueblo que se merecen.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios