Nació un 5 de octubre en la ciudad de Buenos Aires. En 1912 o 1914. Su partida de nacimiento afirma lo primero, pero él aseguraba lo segundo y que la diferencia había sido producto de un error. Murió también en Buenos Aires, el 22 de julio de 2005.
Fue un verdadero enamorado de su ciudad, a la que conocía -por haberla recorrido desde niño- hasta en los detalles de los menos frecuentados barrios.
¿Cómo evocar a ese eterno vanguardista y porteño confeso que fue Juan-Jacobo Bajarlía?
“De niño vendí medias en los bares. El secundario lo cursé durante la noche. Trabajaba durante el día. Quise ser médico y fui abogado. Me incliné hacia la criminología. Dejé pasar turnos de exámenes por leer la Divina Comedia. Odié los títulos universitarios. Polemicé. Perdí posiciones por decir lo que pienso. Lo seguiré haciendo. Escribí varios libros de poesía: Canto a la destrucción lo dediqué a los poetas que descendieron del futuro. Nací un 5 de octubre, el Día del Camino. Aún busco la puerta de ese camino que conduce a la poesía”.
Bajarlía fue uno de los introductores del vanguardismo en la Argentina. Entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea. Formó parte (1944) del Movimiento de Arte Concreto-Invención junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado.
Sus primeros libros fueron Prohombres de la Argentinidad y Romances de la guerra, escritos en los años 40. Su libro La Gorgona (1953) fue traducido al alemán por Ilse Lustig; con esa base Esteban Eitler compuso Música Dodecafónica, estrenada en Bruselas (1954).
Leopoldo Marechal lo llamó “zoólogo de la monstruosidad.”
“… El género de lo fantástico se convierte -afirmó Bajarlía- en una dimensión de lo ineludible ya que prepara al hombre para su impostergable transformación.”
Antonio de Undurraga –muchos años presidente del Pen Club chileno– consideró que su dimensión metafísica introducía en el cuento fantástico una línea más allá de “lo metafísico, lo fantástico y la ciencia-ficción”. No vaciló en sentenciar: “El cuento fantástico está hoy en manos de Bajarlía.”
En teatro escribió y estrenó La Esfinge (1955), Pierrot (1956), Las troyanas (1956), inspirado en el clásico texto de Eurípides; La billetera del Diablo (1969).
Su drama Monteagudo (1962) obtuvo cuatro distinciones: Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, Premio Municipal a la mejor obra no representada, el del Fondo Nacional de las Artes, y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
La polémica “Reverdy-Huidobro, El origen del ultraísmo” (1964) fue publicada previamente en francés por el Centre International d’ Etudes Poétiques (Bruselas, 1962) con prólogo de Fernanad Verhesen; y Existencialismo y abstracción de César Vallejo (1967), se publicó en Córdoba.
Años oscuros
Corrían los años difíciles años 70. Varias veces amenazado (por teléfono, por anónimos escritos pasados bajo la puerta de su estudio de abogado que mantuvo hasta el día de su muerte en un viejo y majestuoso edificio de la calle Cerrito, frente al Obelisco), nada consiguió que “Jean-Jacques” (como los amigos lo llamábamos cariñosamente, y a él tanto le gustaba escucharlo) se exiliara como le fue aconsejado.
Recuerdo que más de una vez le escuché afirmar mientras lo acompañábamos en su habitual café frente al edificio de Tribunales: “Si yo me voy, los compañeros que confiaron en mí para defenderlos, ¿qué van a hacer?” Permanecía, luego, en silencio con la mirada fija en el movimiento de los autos por la calle Lavalle para, escuetamente, afirmar con nítido dejo lastimero: “Alguno se tiene que quedar”, y nos miraba rato largo en silencio como esperando consentimiento.
Otras veces, cuando el clima no permitía aprovechar las mesas de la vereda, y entrábamos al bar, Jean-Jacques se colocaba en una silla que le permitiera mirar todo el tiempo la puerta de ingreso al bar. Bajarlía no fue un suicida, ni un alocado. Claro que tenía miedo. Tanto miedo como claridad de cuál es la actitud que corresponde a un intelectual frente al compromiso asumido.
Bajarlía fue el abogado de Antonio di Benedetto durante todo el tiempo que el escritor y periodista mendocino pasó detenido. Y fue él mismo quien lo acompañó hasta el avión para asegurarse que hubiera dejado -sin ningún impedimento- la Argentina.
Uno de los poemas más recordados de nuestro vanguardista es el que dedicó al escritor Haroldo Conti, secuestrado y desaparecido durante la última dictadura:
Un día entraron / eran cinco aparecidos llegados del infierno / con el olvido a cuestas y la voz en los puños. / Las paredes se humedecían de llanto / de finas garras de sangre / de flores negras que brotaban impregnadas de fuego. / Las tinieblas jugaban al destino en la cabeza / de los cinco aparecidos. / ¿Por qué me llevan?
Defender colegas perseguidos no era nuevo para Bajarlía. Ya lo había hecho hasta las últimas consecuencias legales posibles cuando en 1967 el novelista Renato Pellegrini fuera denunciado por su obra Asfalto, que abordaba el tema de la homosexualidad, calificada de obscena.
Con la democracia y el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín, Bajarlía usó la tribuna que le fuera ofrecida en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires para exponer su idea del “exilio interior”; aquel que fuera sufrido por quienes no salieron del país pudiendo hacerlo a pesar de haber sufrido persecuciones y censuras, como fue su situación. En ese primer momento el criterio de “exilio interior” no fue bien recibido por sus colegas.
Imagen y poesía
Dentro de su obra poética merecen recordarse los Robotpoemas -hoy inhallable- escritos en aquellos años. Un feroz grito profético denunciando que se avecinaba -en un futuro cercano- la banalización humana tan vigente en estos tiempos del siglo XXI. Telésfora (1972) y Nuevos límites del Infierno se publica en Madrid (1973) por ediciones Master Fer. “Sigo sosteniendo -afirma allí Bajarlía- que no hay poesía sin imagen. Y que no hay imagen sin invención. Sigo pensando que la analogía está desterrada de un mundo en que el principio de indeterminación y no el de causalidad es el que rige la física atómica y las relaciones mortales del hombre. No amo al hombre sabio: me conmueve la investigación que es otra forma de la poesía.”
Bajarlía fue designado socio honorario y más tarde electo vicepresidente (1998 y 2000) de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962); el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Instituto del Nuevo Mundo de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Córdoba (1963) dirigido por Juan Larrea; el Mystery Magazine Ellery Queen’s (1964); el Premio Municipal de Narrativa (1969); el Premio Leopoldo Alas -Clarín- (1971); el Konex de Platino (1984) y el Premio Boris Vian (1996).
El Destripador, argentino
Nada de esto alcanza para abarcar todo cuanto interesó a Bajarlía. Como abogado se especializó en Derecho Penal y ejerció. Criminología. Sadismo y masoquismo en la conducta criminal (1959) es un libro producto de sus investigaciones en dicha especialidad que, por entonces, no estaba demasiado difundida en Buenos Aires. Su hipótesis (discernida tras una prolongada estadía en Londres y publicada, entre otros medios, en la doble página central del diario Clarín y en tapa de la revista Todo es Historia) de que Jack el Destripador fue un argentino, corredor de bolsa, llamado Alfonso Maturo, quien tras regresar a Buenos Aires vivió hasta su muerte en el barrio de Barracas. Además de causar asombro, fue recogida por medios periodísticos de todo Occidente, habida cuenta de sus sólidos fundamentos.
Realizó numerosas traducciones del francés, italiano e inglés, incluyendo autores como el Aretino, el marqués de Sade, Kandinsky y Jean Tardieu, entre otros.
Bajarlía incursionó en la Parapsicología, disciplina científica de la que llegó a ser profesor en varias instituciones, presidir congresos y jornadas y alcanzar la vicepresidencia del Grupo de Estudios e Investigaciones en Parapsicología (GUEIP) fundado en 1981. “El que busca la eternidad -escribió- sólo halla el estallido del tiempo. El mito puede crear la realidad. La humanidad es un puñal en la apertura del futuro. El mundo no existe y sólo eres un poco de tiempo en una eternidad desconocida. Un signo que gira en los espacios orbitales”.
Escribió novelas policiales con el seudónimo de John J. Batherly, entre las que se encuentran Los números de la muerte (1972) y El endemoniado Sr. Rosetti.
Fijman: poeta entre dos vidas (1992) y Alejandra Pizarnik. Anatomía de un recuerdo (1998) son dos ensayos producto de sus experiencias personales.
Sobre Jacobo Fijman, internado en un hospicio, escribió Bajarlía: “…quizás era el más grande poeta de la generación del 22; mucho más que todos los que en aquella época estaban promocionados por todos los medios. El más grande, pero estaba en el manicomio, donde padeció durante 29 años el olvido y el desprecio de los que alguna vez lo habían glorificado”.
En el ensayo sobre Alejandra, reitera lo que sus amigos le habíamos escuchado cada vez que alguien preguntaba. Que Pizarnik no se suicidó y que jamás tuvo deseos de semejante cosa. “Ocurrió -afirmaba enfáticamente- que Alejandra tomaba píldoras por los dolores corporales que sentía. Pero era olvidadiza. Estoy seguro que la sobredosis fue producto de haber ingerido el medicamento varias veces pensando que no lo había hecho.”
La novela de Borges
En 1997 volvió a ser eje de otra polémica literaria. Desde las columnas del suplemento dominical de cultura de La Nación, publicó una serie de artículos buscando demostrar que Jorge Luís Borges sí había escrito una novela. Se trataba de la obra titulada El enigma de la calle Arcos firmada por el seudónimo Sauli Lostal; que fuera publicada –por capítulos– en el diario Crítica (1932) y, como libro, un año después. El escándalo generado se mantuvo encendido por tiempo prolongado.
Fue colaborador del diario Clarín ejerciendo, inclusive, como director interino de su suplemento literario. Columnista habitual en los diarios La Nación (Buenos Aires), LA GACETA, La Prensa (Buenos Aires), Los Andes (Mendoza), La Capital (Mar del Plata) y en las revistas Umbral: Tiempo Futuro; Magazine, Apofántica, Lilith, Gaceta de Parapsicología, La Semana, Noticias y en la edición argentina de Playboy, donde en cada número aparecía una página con su firma.
Uno de los últimos artículos que envió a revista Noticias –que no fue publicado– trataba sobre la movida ciber punk. Exacta muestra de que ni aún con más de 90 años y enfermo, abandonaba la vanguardia.
Hay dos documentales sobre su vida. Bajarlía, desandando el tiempo (2003) y Bajarlía (2005), un mediometraje que refleja la otra faceta del escritor, sumergiéndose en aquellos lugares poco visitados de su extensa obra literaria. Este film dirigido por Roberto Benemio con guión de Diego Arandojo, brinda una pincelada oscura y tenue sobre el pasado, presente y futuro de la literatura.
El 25 de setiembre de 2007, con el Auditorio Jorge Luís Borges de la Biblioteca Nacional colmado de público –especialmente por muchos jóvenes– sus colegas Liliana Heer, Víctor Redondo, Noé Jitrik y Federico Andahazi presentaron El placer de matar, libro póstumo de Bajarlía. Aún muerto, el autor demostró seguir vivo.
“… la palabra se esconde en lo más profundo del corazón y para hallarla es necesario que la sangre suene en el canto de los pájaros.”
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Antonio Las Heras - Doctor en Psicología Social, filósofo y escritor.