“Al Mercado lo hicimos nosotros, no los políticos”

Los trabajadores afirman que se trata de un “desalojo planificado” y aseguran que más de 500 familias podrían quedar sin ingresos.

A LA ESPERA. Sentados en el piso o en cajones de madera, decenas de empleados aguardan por alguna respuesta oficial que los ampare del desalojo. la gaceta / fotos de ines quinteros orio A LA ESPERA. Sentados en el piso o en cajones de madera, decenas de empleados aguardan por alguna respuesta oficial que los ampare del desalojo. la gaceta / fotos de ines quinteros orio

Los mueve la bronca del “¿qué va a pasar ahora?”, que también les provoca angustia. Y además está la impotencia que despierta ver las filas y filas de locales del Mercado del Norte sin clientes.

Luego de seis días de cierre, ayer más de una treintena de puesteros decidieron ingresar a las instalaciones del octogenario edificio para evitar su clausura definitiva. Su pedido se sintetiza en los afiches que cuelgan de las rejas: “queremos trabajar”.

“La línea de fuentes de empleos no se acaba en los negocios que vemos a simple vista. Hay muchísimas bocas en juego porque también somos un pulmón de distribución y de compra de insumos. Sumado a que los pequeños productores del interior traen acá sus quesos, fiambres o conservas”, recalcó Elga Rosario Apino, comerciante que maneja desde hace 60 años una pollería. Debido al cierre de este epicentro comercial, la última semana ella debió bajar los precios para liquidar un poco de mercadería.

ANGUSTIA. Los rumores e idas y vueltas legales complicaron el panorama. ANGUSTIA. Los rumores e idas y vueltas legales complicaron el panorama.

“Tengo una nieta de 12 a la que la situación le duele porque de acá logramos pagarle el colegio. Este lugar no es solo mi futuro, sino el de ella y el del resto de gente de barrios humildes que se ganan el día a día haciendo encargos”, agregó. De fondo, varios de sus compañeros amontonan cajones de verduras, garrafas de gas y sillas en la entrada de calle Junín como si fuera una trinchera improvisada.

En grupos, los vendedores y los empleados discuten sobre la posibilidad de pasar la noche dentro de la infraestructura. Aunque hay fricciones internas, todos concuerdan en una cosa: el Mercado del Norte le pertenece a quienes invirtieron sus esfuerzos en él. “El punto de comercio que es hoy se logró gracias inversiones personales en cada puesto y a algunos arreglos que los hicimos por mano propia. Que ahora el Estado venga a declarar que es el dueño de este espacio es injusto. Al Mercado lo hicimos nosotros, no los políticos”, declaró Hugo Navarro, responsable de un puesto apícola.

Los comentarios también pusieron énfasis acerca del efecto negativo que causará la clausura en las cuadras aledañas y en la provincia en general. “El Mercado del Norte es un regulador de precios que repercute en las verdulerías, las carnicerías, los mercados de barrio y en cada hogar. Los tucumanos no podemos darnos el lujo de perder, en plena crisis económica por el coronavirus, un centro de comercio”, acotó Navarro.

Culpas extras

En la repartida de culpas, víctimas y victimarios, varios puesteros declararon que los arreglos de las peatonales y el megaproyecto municipal de renovación del casco céntrico y su expansión) también jugaron en contra.

“Cada vez que las peatonales se inundan nosotros quedamos sin luz y los movimientos de construcción y las perforaciones que hacen alrededor se sienten. Ahora con las nuevas semipeatonales y las modificaciones de la plaza Independencia la circulación de autos y de colectivos por la zona es mayor y estos desvíos tienen que tenerse en cuenta al sacar un informe final de las condiciones del Mercado del Norte”, advirtió un trabajador de un local de licores y chacinados.

“Al Mercado lo hicimos nosotros, no los políticos”

Para otros puesteros, la trama del cierre fue vista como un “desalojo programado” para limpiar la imagen del microcentro y construir nuevos proyectos de inversión privada.

“El valor que tiene esta ubicación en el mercado inmobiliario es fuerte. La mayoría pensamos que este hecho (el cierre del edificio) responde a entramados económicos y no el temor de que la estructura colapse. Dentro tenemos locales vacíos para desplazar a la gente que fue damnificada por la caída de las columnas. Las alternativas para seguir funcionando existen”, aseveró Carlos Romano, a cargo de un local de comidas con 38 años de antigüedad.

“Lo que nos molesta es que jamás hablaron con nosotros cara a cara y nadie sabe decirnos qué pasará una vez que el letrero de clausura aparezca. Hay remodelaciones que tardan años, ¿qué hacemos hasta tanto?”, espetó.

El fervor de la defensa también presta a confusiones. La que levanta mayor polémica es el cese del pago de canon a la Municipalidad. Sumado a la falta de alquileres y los pagos que se destinan a los servicios compartidos entre los 100 puestos.

Peticiones

En la búsqueda de un reflote del patrimonio intangible, las historias de vida y anécdotas de viejas épocas no pasan de largo.

Hace más de 60 años que Ángel Parra Gines es pizzero, y desde los siete su vida trascurrió dentro del colosal mercado. “En aquel entonces, era un edificio imponente, con una fábrica de hielo, cámara frigorífica y cerraduras eléctricas que bajaban las puertas por si solas. El desgaste que vino con el tiempo es evidente, pero muchos tenemos dudas sobre qué tan verídico es un posible derrumbe”, afirmó.

Entre las peticiones intermedias, algunos trabajadores insistieron en que antes de desalojarlos se debería hacer un estudio profundo de la infraestructura. “Necesitamos arquitectos capacitados que nos brinden datos auténticos sobre la situación, los requisitos del lugar y los tiempos que tardarían cualquier tipo de reformas. Somos más de 500 familias que deben contemplar en sus planes”, agregó Navarros.

Pasadas las 18, la agitación persiste a medida que anochece. La mayoría de los puesteros están dispuestos a pernoctar en las instalaciones del Mercado del Norte. “Defender esto y no movernos de acá hasta obtener respuestas oficiales es la única manera que tenemos de reclamar. En mi casa, nos mantenemos 12 personas con este trabajo. Estamos desconcertados, sentimos que fuimos abandonados. En estas paredes hay vidas y proyectos que costaron concretarse, pero ahora eso se convirtió en temor. ¿Quién va a alimentar por nosotros las bocas de nuestras familias?”, cuestionó Parra Gines.

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