La emoción se siente en el aire; se traduce en risas nerviosas y cómplices, mientras la espera parece eterna y sólo han pasado unos pocos minutos luego de la hora anunciada. Entra al escenario, y los aplausos parecen romper las paredes del teatro Mercedes Sosa. Abel Pintos se reencontró con su “familia abelera” tras más de un año de ausencia, pero el amor es el mismo de siempre.
En la noche del lunes fue el primer de sus cinco recitales a sala llena (con aforo limitado, eso sí), que dará en Tucumán. Ya se sabe que volverá, cuando lance su nuevo disco y en gira de presentación. Pero los fans no podían aguardar más tiempo para retomar su romance musical con el cantor.
El ritual comienza, como mínimo, media hora antes de la hora de inicio anunciada del recital. Nada de estar esperando en la puerta o haciendo cola en la calle, como antes de la pandemia. De manera ordenada y con control de temperatura e higiene de manos individual, los espectadores van ingresando. Atrás han quedado los ruidos del microcentro: algunos autos que todavía circulan sobre la 25 de Mayo, una máquina que trabaja en las reparaciones de la San Martín y los típicos “vendo, vendo” que, por supuesto, completan cada concierto. Sortear la puerta y obtener el esperado (y actualmente señal de que se está saludable) “pase”, indica que ya no hay vuelta atrás: el show va a comenzar y las butacas se llenan (espacios de por medio, insistimos, la capacidad del lugar está acotada).
El respeto por las medidas de bioseguridad cumplirá ahora un rol primordial para el buen desarrollo del espectáculo. Las disposiciones son pocas, concretas y conocidas: usar siempre el tapaboca; no ponerse de pie en ningún momento; no interactuar con personas fuera de cada burbuja; respetar el distanciamiento y no apurarse en salir al finalizar el concierto. El ambiente no es el de un recital normal, todos se sienten raros: barbijo, distancia, burbuja. Nada es como antes. Salvo las ganas...
Las luces se apagan por primera vez. Son las 21 y una voz presenta a una de las estrellas de la noche. No, Abel no estará solo. El telón se abre. Algunos aplausos tímidos empiezan a sonar desde diferentes rincones del teatro mientras los primeros acordes suenan y las luces se acomodan. “¡Dale, flaco!”, se escucha gritar y finalmente se rompe el clima de silencio que reinaba. Y ahí está él: “quiero abrazarte y sentir/ volver a ser un niño/ y que me alejes del miedo, cariño/ y no sentir los años/ dormir desnudo y a salvo/ de todo lo que hace daño”.
La euforia está en ambas partes: del artista por cantar y del público por escucharlo. Al finalizar la canción, surgen los primeros gritos de alegría y los aplausos fuertes. Abel dice que es un privilegio poder estar arriba del escenario y sentir que toda esa incertidumbre que vivimos, aunque sea por un par de horas, se podrá olvidar en el concierto. Y no se equivoca.
Superado el primer encuentro con sus fans tucumanos, continúa con sus temas: “Ya estuve aquí”, “Cactus”, “Cien años”, “Oncemil”... A pesar de ser un concierto acústico, está acompañado por cinco músicos y con una gran puesta de luces que maximizan aún más la presencia escénica y el caudal vocal del intérprete. Todavía hay una cierta calma que, para los que saben de conciertos, no es normal. Posiblemente tenga que ver con la nueva realidad, que nos coarta de muchas cosas: algunos inquietos mueven las manos y bailan en el asiento pero respetando la directiva de no pararse; otros pocos se animan a gritar aunque saben que, con barbijo de por medio, es casi imperceptible lo que dicen.
Pero nada importa, porque al sonar “El hechizo”, llega el “bailongo” (sentados, por supuesto) y una sensación que hace mucho tiempo no se vivía. Olvidarse de la pandemia. ¿Qué lindo, no? Abel tenía razón, por algunos momentos, la incertidumbre y la sensación constante de peligro con la que se lidia día a día, desaparece. En este punto, a la mitad del concierto, comienza a presentar temas nuevos y adelanta que en mayo habrá nuevo material discográfico. “Y, si Dios quiere, el año que viene venimos y cantamos el disco entero”, afirma y enloquece a los “abeleros”.
Sigue con “Piedra libre”, dedicada a su hijo, “el amor de mi vida”, y la canción que le da nombre al concierto, “Quiero cantar”. Luego vienen sus primeras canciones y el Pintos tradicional: la chacarera “La flor azul” y “Una flor y una cruz” terminan de traer retazos de la vieja normalidad al show. Es un espejismo, pero tan grato que, más que nunca, se quiere que el recital no termine jamás.
Más de una hora y 45 minutos pasaron cuando el artista invita a correr la voz, “díganle a sus amigos que vengan, después ven”, afirma entre risas, sabedor de que las localidades están agotadas. Agradece a todos, pide un aplauso para sus músicos y extiende las manos. Sus seguidores, los creyentes, también lo hacen. “Que la virgen los proteja”, desea el cantante. El final es inexorable.
Volver al hall significa recordar que fuera de esa sala hay un virus latente. La sensación es rara, casi de vacío: la alegría de haber podido vivir el recital, pero la certeza de saber que ese momento, ese espacio en el que el mundo se detuvo y no había nada más que el músico y su público, se había terminado.
Trazos de un recital prepandémico
Por momentos, si no se pensase en el distanciamiento y el tapaboca obligatorios, Abel Pintos despliega en un show prepandémico. Pero la conciencia de estar acechados por el coronavirus puede más, y pese a las ganas de bailar en los pasillos, el público es respetuoso de las indicaciones y se mantiene en sus lugares. Aprovecha el repertorio elegido para saborear el eclecticismo del artista, que pasa de una chacarera a una melódica rockera o a una cumbia para erizar la piel de los presentes. Se despide con “A-Dios” y, al terminar, Abel sigue casi susurrando: “te pensare, te sentiré, te extrañaré cada día”, repitió por casi tres minutos sin ningún apoyo musical y con un silencio sepulcral. Subiendo y bajando los tonos en su voz, yendo de agudos a más graves, sigue con la misma frase. “Grande, Abel”, dice un niño o niña y enternece a todos. “Gracias por esa paz, flaco”, reza una mujer desde la platea, esa paz que transmite y apacigua a quienes quieren disfrutar de su voz.
Más que el nombre del show
Curiosamente, “Quiero cantar”, el tema que le da nombre a los shows que Abel Pintos hace en el tucumano teatro Mercedes Sosa, fue estrenado el 23 de diciembre de 2019, muy poco antes de que el mundo cambiara para siempre. “Quiero cantar, solo cantar/ quiero apuntar al cielo y despegar/ quiero cantar, solo cantar/ despedazarme un poco, ser de todos/ quiero cantar”, recita. Suena como un grito desesperado; luego de casi un año con el telón cerrado, finalmente, el cantante pudo subirse al escenario y cantar. Entre el público, en ese momento del recital, la emoción llega hasta las lágrimas, como en la joven que porta remera con una frase y el barbijo con el logo de la gira o a su acompañante, desconocedor de la historia y las canciones de Abel. Después de todo, volver a los shows en directo es conmovedor; amar la música y no poder disfrutarla en vivo, con lo que eso conlleva, es doloroso. Pero en cada presentación, ese pesar se esfuma.