Tucumán y Formosa, el eje del mal

“Fuimos la quinta potencia argentina. Incluso peleamos el cuarto lugar durante algunas décadas, hasta que de a poco Mendoza nos fue superando. Hoy Mendoza es Alemania al lado nuestro y Tucumán es, sin dudas, el peor distrito del país, liderando casi todos los índices negativos, y a la vez ocupando el último lugar en casi todos los rankings positivos”, advertimos en diciembre pasado, durante una reunión realizada en un restorán de plaza Urquiza, entre periodistas de varias provincias, a modo de balance de este nefasto 2020.

“Te equivocás -interrumpió un colega-, Formosa está peor, y te lo puedo demostrar con estadísticas confiables”.

Aún faltaban tres meses para que en esta provincia litoraleña se desataran los escándalos que son de público conocimiento y que incluyen detenciones ilegales a políticos opositores, represiones violentas contra la ciudadanía y denuncias de secuestros de mujeres embarazadas y cesáreas forzadas, entre otras aberraciones.

Terrorismo de Estado en un régimen dictatorial que mantiene a Gildo Insfrán hace un cuarto de siglo en el poder, detrás de un ficticio manto democrático.

Un gobierno hegemónico hasta el hueso argumenta que los escándalos fueron incitados por medios hegemónicos. Casi como cuando Fidel Castro denunciaba ante la ONU a las dictaduras latinoamericanas y hacía reir/llorar a toda la asamblea.

Insfrán lleva más años en el poder sin alternancia que sanguinarios como Pol Pot (Camboya), Yakubu Gowon (Nigeria), Mengistu Haile Mariam (Etiopía), Adolf Hitler (Alemania), o más cerca nuestro, que Augusto Pinochet (Chile), Hugo Chávez o Nicolás Maduro (Venezuela), y está a un mandato de igualar a Josef Stalin y a Mao Zedong.

Para Franco o Fidel aún le falta bastante a Insfrán.

Un gobernador que controla los tres poderes del Estado en una provincia sin libertad de prensa ni de expresión, según consta en varias denuncias formuladas por el Foro de Periodismo Argentino (Fopea.

Texas o Florida

Sobre la mesa de ese restorán de Barrio Norte seguíamos desparramando estadísticas, datos históricos, índices comerciales, debilidades y fortalezas institucionales, entre otras estimaciones menos cuantificables, como calidad de vida, división de poderes o legislaciones vigentes.

Recordamos esa histórica carrera a principios del Siglo XX entre Chicago y Los Ángeles por ver quién secundaba a Nueva York como segunda metrópolis en importancia de los Estados Unidos.

En la segunda mitad del siglo la ciudad más poblada de California desplazó al tercer lugar a la urbe más populosa y desarrollada de Illinois. Y ninguna de estas grandes ciudades es capital administrativa de sus respectivos estados; muestra contundente del federalismo norteamericano. Malos o buenos, es un país con varios ombligos.

Un correlato con lo que ocurrió en Argentina en el mismo período, cuando Córdoba desbancó a Rosario como segunda ciudad más importante de nuestro país.

Existen tantas similitudes entre Argentina y Estados Unidos desde sus fundaciones, constituciones y posteriores desarrollos económicos, políticos y demográficos, como tantas y pasmosas diferencias que acusamos en las últimas décadas.

Naciones que surgieron casi como un espejo y hoy están separadas por un abismo infranqueable, en todo sentido.

En el mismo correlato entre el Hemisferio Norte y el Hemisferio Sur, acaso también hubo similitudes entre lo que fueron las pugnas silenciosas entre Texas y Florida por el cuarto lugar, como lo que pasó entre Mendoza y Tucumán durante la primera mitad del siglo pasado.

Semejanzas no sólo industriales y demográficas, sino incluso geográficas y climáticas, entre el desértico Texas y la subtropical Florida, cañera y citrícola.

La decadencia

A mil años pareciera que quedaron estas comparaciones simbólicas, sanas competencias por un puesto en el ranking del desarrollo de una nación.

Cifras más, cifras menos, la conclusión en esa mesa calurosa de diciembre fue contundente: Tucumán y Formosa hoy son los distritos más atrasados, devastados, corruptos, vergonzantes y decadentes de la República.

Provincias gobernadas por el mismo régimen por más de dos décadas. En Formosa, Insfrán durante 25 años, y en Tucumán la trilogía Julio Miranda-José Alperovich-Juan Manzur durante 22 años.

Sólo una piedrita constitucional impidió que Alperovich, primero, y Manzur, luego, pudieran modificar la Constitución para repetir el modelo formoseño.

Alperovich en parte lo consiguió y así metió por la ventana su tercer mandato. A Manzur, el califato se le desvaneció como arena entre los dedos de una mano, aunque nada indica que el régimen no vaya a continuar, quién sabe por cuántos años más.

Regímenes sujetados sobre sistemas electorales fraudulentos (allá lejos quedó esa pantomima llamada “Tucumán dialoga”, que prometía una reforma).

Clientelismo denigrante, nepotismo obsceno, indivisión impúdica en los tres poderes y escasa o nula transparencia en el manejo de los fondos públicos.

La única división republicana de poderes que funciona en Tucumán surge de las internas sangrientas del peronismo en su lucha ambiciosa por espacios, cargos y fondos. Así pasó entre Miranda y Alperovich, Alperovich y Manzur y ahora entre el gobernador y el vice, Osvaldo Jaldo.

De las 24 jurisdicciones argentinas, 19 cuentan con leyes de acceso a la información pública, es decir, donde el vecino puede saber cuánto y en qué se gasta el dinero de los impuestos agobiantes, esclavizantes.

Están desprovistas de este marco legal La Pampa, La Rioja, San Juan y, otra vez, Formosa y Tucumán.

Es un derecho que el Estado tucumano se niega sistemáticamente a concederle a sus ciudadanos.

Y es una de las bases de todo régimen oscurantista. Cabe recordar que hasta la Corte Suprema provincial avaló a la Legislatura en su recurrente negativa a exhibir sus gastos, así como a informar quiénes son y cuántos empleados tiene.

Tucumán, como Formosa, han sufrido un golpe de Estado sin armas al sistema republicano, cada vez más difícil de esconder.

Porque la impunidad nos viene estallando en la cara, con realidades inocultables que baten récords nacionales en inseguridad y homicidios, muertes en accidentes de tránsito, rutas destruidas, pésima calidad de vida, falta de alternancia en el poder, ausencia de obras públicas, desempleo, pobreza, asfixia impositiva al sector productivo, inversiones que no llegan, edificios públicos que se caen a pedazos o ya se cayeron, y un déficit escalofriante, producto del despilfarro de una política rapaz.

El régimen atraviesa ahora su propia guerra civil interna. No es la primera y seguramente no será la última.

La provincia se cae a pedazos pero cada vez resulta más difícil esconder los escombros.

Como en todo régimen, el padecimiento de la gente y el desarrollo de la sociedad no figura entre las prioridades de la agenda política.

Manzur y Jaldo están muy ocupados jugando al truco, a ver quién miente más y quién canta el envido más alto. La única diferencia con Insfrán es que el formoseño juega al solitario.

Muy abajo y lejos de sus fortalezas construidas con fondos públicos, la gente dirime sus frustraciones a los tiros, por un celular, por una cartera, por un empleo, por un poco de droga o por un plato de comida.

La historia nos ha enseñado que ningún régimen dura para siempre. Como en la Francia del Siglo XVIII, el ruido de los disparos no llegaban a escucharse en los castillos. Hasta que un día se escucharon.

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