La Violencia de género, el rechazo a lo femenino y los feminicidios

04 Abril 2021

Estamos viviendo grandes transformaciones respecto del lugar de la mujer en el entramado social. La cultura patriarcal y machista se ha visto cuestionada al mismo tiempo que se produjo una caída de la función del padre y su ley y una promoción del goce para todos. La conquista de los derechos sociales, políticos, jurídicos y laborales de las mujeres se van imponiendo en sus reivindicaciones de igualdad respecto de los hombres, con el necesario respeto por la diferencia. El “empoderamiento” de las mujeres y su discursividad ha producido una transformación en discursos y prácticas impensables hace tan solo pocos años.

Estos avances no han sido suficientes para frenar la ola de violencia de los hombres que siguen poniendo en acto la misoginia o rechazo hacia el universo de las mujeres. Aún más, es posible pensar que esto ha determinado un incremento de las manifestaciones de violencia de género. ¿Cómo explicar estructuralmente ese rechazo a lo femenino que anida en los seres humanos?

Condiciones históricas

El “femicidio” refiere a “asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o sentido de propiedad de las mujeres”. Se prefiere ampliar la denominación a “feminicidio” en tanto abarca una serie de actos violentos que comprenden desde el maltrato emocional, psicológico, hasta golpes, insultos, tortura, violación. Va mucho más allá del acto de asesinar a una mujer aunque muchas veces lo incluye.

El “feminicidio” es un neologismo que proviene del vocablo inglés “femicide”, que refiere al asesinato de mujeres por razones de género. Diana Russell lo utilizó por primera vez en 1976 ante el Tribunal Internacional sobre Crímenes contra la Mujer en Bruselas, definiendo así las formas de violencia contra la mujer. Marcela Lagarde comenzó a utilizar feminicidio en lugar de femicidio, debido a que este último seria análogo a la palabra homicidio y solo significaría asesinato de mujeres. Entonces el feminicidio refiere a las condiciones históricas que generan prácticas sociales agresivas y hostiles que atentan contra la integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. Lagarde amplia aún más la significación del término definiendo el feminicidio como un crimen de Estado que incluye un componente de impunidad y que producen maltrato, vejaciones y daños continuos contra mujeres y niñas, que conduce a la muerte de algunas de las víctimas.

La perspectiva del Psicoanálisis

Desde el Psicoanálisis podemos pensar una lógica que de cuenta del comportamiento violento de los hombres hacia las mujeres ligándolo al declive del padre en el hoy de la cultura. Esta declinación del padre va acompañado de un declive de la virilidad. La violencia se genera cuando los mecanismos del sujeto que tratan de evitar la angustia no funcionan y se siente fragmentado por lo que el otro hace. La manera de reintegrarse imaginariamente es a través de la destrucción del otro, dando lugar a las conductas violentas y hostiles. En una época donde las mujeres se han empoderado y constituido como sujetos deseantes, en que pueden decidir libremente sobre su cuerpo y sus actos, vienen a representar una alteridad que al hombre se le escapa de las manos. En tanto no pueden ser aprehendidas, al no saber cómo tratar con ellas, el intento es de eliminarlas en tanto representan para el hombre lo Otro.

Las mujeres han sido consideradas a lo largo de la historia como seres despreciables, peligrosos, solo valorables en tanto madres. Es decir que no estaban denigradas totalmente en tanto estaban idealizadas en su lugar materno. Más allá de la maternidad lo que va a aparecer es la denigración, la descalificación. Entonces rechazo a lo femenino, no a la mujer en tanto madre.

La alteridad y el odio

Este repudio o rechazo de las mujeres viene a representar un rechazo más estructural que aparece en la subjetividad. Se trata del rechazo lo femenino, entre lo cual aparece el ataque a la homosexualidad masculina, es decir a la dimensión femenina del ser humano. Este es el punto donde aparece la violencia, incluso el femicidio. El incremento de los femicidios tiene que ver con que las mujeres han comenzado a reivindicarse, estableciendo su lugar en la diferencia, dejando de ser objeto para pasar a ser sujeto.

Aún en las particularidades que se manifiestan en cada uno de los femicidios y más allá de la especificidad patológica de cada una de las situaciones podemos precisar un rasgo común, algo de lo estructural que está allí en juego. El hombre mata a la mujer como expresión de su intento de apoderarse y ser dueño exclusivo de su cuerpo y su vida. Esta furia asesina muchas veces se desencadena ante la decisión de la mujer de liberarse del dominio del hombre. Las historias de muchos de los asesinatos perpetrados por hombres ante la decisión de las mujeres de poner fin a la violencia alejándose del hombre que las maltrata, son testimonio de la dinámica intersubjetiva que precipita el episodio criminal.

Esta decisión de la mujer muestra en acto la condición de alteridad de lo femenino. La mujer manifiesta en su intento de independencia que ella es Otra, que no es propiedad exclusiva del hombre, que se sostiene en su propio deseo más allá del hombre y su goce de poseerla toda para sí. De este modo el maltrato de las mujeres e incluso los femicidios son la expresión del hombre de no poder asir esa alteridad que constituye la posición femenina, esa imposibilidad de tenerla toda para él. Desprovisto de las insignias que lo disfrazan de súper macho, el hombre queda sometido a su impotencia e intenta en el acto asesino restituir el dominio del objeto.

Es esta alteridad femenina lo que provoca el despliegue del odio del hombre. Es así como la mujer es puesta muchas veces en el lugar de la loca, la prostituta o la impura, y sometida en muchas culturas a la degradación. El rechazo a lo femenino expresa que la mujer no-toda es del hombre. En esa condición de autonomía y diferencia se vuelve amenazante por lo que a este se le hace necesario abolir esa diferencia radical en el golpe del maltrato o en el acto asesino. El hombre no está dispuesto a aceptar esa singularidad que lo cuestiona y lo vuelve inseguro.

El avance de la mujer en la apropiación de su radical diferencia, la asunción de su propio deseo, como lo muestra el lugar que ocupa en lo social, en lo jurídico, en el mundo del trabajo o la política, y fundamentalmente su oposición a estar sometida como objeto del hombre, la sitúa como sujeto y le posibilita establecer su singularidad en sus intercambios en la vida y entre los sexos.

© LA GACETA

Alfredo Ygel – Profesor de la Facultad de Psicología de la UNT, presidente del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán.

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