La gala de los Oscar: una fiesta sobria, que reivindicó el estar vivos

La ceremonia de la Academia de Hollywood tuvo un marcado tono formal, pero se realizó con precisión y elegancia y no decepcionó a quienes la vieron.

NUEVO ESCENARIO. Regina King “inauguró” el Union Station de Los Ángeles; se prevé volver con la gala al tradicional Dolby Theatre en 2022. FOTOS DE REUTERS NUEVO ESCENARIO. Regina King “inauguró” el Union Station de Los Ángeles; se prevé volver con la gala al tradicional Dolby Theatre en 2022. FOTOS DE REUTERS

Los Oscar son mucho más que una entrega de premios; exceden incluso la definición de la gala cinematográfica más importante de cada año o el punto más alto de la consagración de un artista dentro de la industria (reiteramos: dentro de la industria), reconocimiento que bien puede estar a años luz de los méritos artísticos, como se ha podido confirmar muchas veces en las 93 ediciones realizadas.

La ceremonia es un espectáculo en sí mismo y como tal debe recurrir a todas las herramientas posibles para su éxito. En los días previos, generar expectativa, ansiedad, apuestas y audiencia asegurada (si fuésemos a lo comercial, se hablaría de construir una demanda contenida); durante el show, emocionar hasta las lágrimas (para eso está reservado el tiempo de los homenajes a los fallecidos el último año y las referencias al covid-19 en este año especial), hacer reír a carcajadas (con bromas o gags a lo largo de las más de dos horas de transmisión), sorprender (algún premio inesperado, la presencia inusual, el discurso distinto) e invitar al baile con sus números musicales. Y tras su finalización, que se hable de él el máximo tiempo posible.

Una sola cosa está prohibida: que aburra. La previsibilidad en la entrega de las estatuillas conspira contra todas las máximas de la Academia de las Ciencias y Artes Cinematográgicas de Estados Unidos, aunque seguir la tendencia de galas previas como las decisiones en los Globo de Oro, los Critic’s Choice Awards, los Bafta o del sindicato de los actores haya influido de alguna manera en los últimos años. La amenaza es que a los pocos ganadores repetidos o al primer chiste que salga mal, se cambie de canal y se pase a ver otra cosa.

Este año pandémico, los Oscar arriesgaron mucho. Venían en picada en la audiencia anual, karma con el cual cargan también otras premiaciones (según la revista especializada en el espectáculo Variety los seguidores de ceremonias televisadas mermaron más del 50% en esta temporada). Por lo visto en pantalla, la apuesta superó dignamente el desafío, a partir del sobrio diseño que hicieron los productores Stacey Sher, Jesse Collins y Steven Soderbergh (el mismo que dirigió hace una década “Contagio”, sobre un virus respiratorio mortal y la carrera contra reloj para encontrar una vacuna...). La transmisión fue con estética cinematográfica, 24 cuadros por segundo y en panorámico para crear la sensación de que la sala de cine se instaló en el living.

LÁGRIMAS. El director Vinterberg se quebró al recordar a su hija Ida. LÁGRIMAS. El director Vinterberg se quebró al recordar a su hija Ida.

Otra decisión fue volver a la frescura del vivo, con lujos, alfombra roja, vestidos y trajes elegantes y agradecimientos sobre el escenario. Nada del Zoom que mostró a las estrellas de entrecasa, hasta en pijamas y lejos del imaginario glamoroso de los espectadores. Y sin barbijos ante el micrófono (ni siquiera en la entrada o en las butacas), salvo en segundo plano o en las pausas.

Para ello, se debieron montar cuatro espacios: dos en Los Ángeles (el mítico Dolby Theatre y la Union Station), en la sede de la Academia Británica homónima en Londres y en París. También hubo enlaces en otros puntos (como Sidney y Seúl), pero nada grabado. Quienes no pudiesen viajar de las ciudades que habitan o no quisiesen hacer los 10 días de cuarentena obligatoria, podían optar por estar por satélite, pero siempre formales y sonrientes. Cumplieron como si hubiese contrato de por medio.

No hubo anfitrión (y por ende, no existió el tradicional monólogo de inicio) sino presentadores de candidaturas, que abrió Regina King con un repaso que ofició de introducción: habló de estar en “vivo”, de que en este año “perdimos a muchos”, del temor que se siente por ser negro en EEUU y de las medidas de seguridad sanitaria que cumplían. En vez de butacas, los nominados que estaban en la Union Station (rotaban por rubro) se sentaron frente a mesas con lámparas con la imagen del Oscar en sus pantallas. Este nuevo esquema, impuesto por la emergencia, terminó resultando fresco y dinámico (bastante más que otras fiestas de este año), aunque de extrema seriedad, y la tecnología respondió satisfactoriamente.

El concepto de celebrar al cine y a sus responsables se reforzó anoche, con la peligrosa decisión de no limitar el tiempo de los discursos. En algunos casos, se extendieron tanto que afectaron el ritmo diseñado (y podrían haber generado la temida pérdida de audiencia), aunque expresaron simbólicamente un año de silencio forzado con palabras dedicadas a la familia y a la reivindicación política de las minorías. “Hay que celebrar, estamos vivos”, resumió Daniel Kaluuya la sensación de muchos, al recoger su previsible estatuilla a actor de reparto por “Judas y el mesías negro”. Desde el Dolby Theatre, Brian Carlson auguró el fin de la pandemia y prometió volver a ese magnífico espacio en 2022 al presentar el premio honorífico, destinado a una fundación solidaria con los trabajadores de la industria. Un signo que se sostiene en sí mismo.

Si el resto de las premisas terminaron cumplidas (diversión, emoción -cómo no compartir las lágrimas del director Thomas Vinterberg recordando a su fallecida hija Ida al ganar por mejor película internacinal por “Otra ronda”-, sorpresa, etcétera...), depende de quien estuvo del otro lado del televisor. Por lo pronto, no decepcionó. Y no es poco.

Puntos destacados

- Se recuperó el glamour y la elegancia, pero no hubo lujos.- Hubo momentos de emoción genuina, pero no de melodrama ni con golpes bajos. Un argentino fue recordado en el segmento “In memoriam”: el sonidista José Luis Díaz.

- Existió alegría en una ceremonia que careció de euforia, y que fue más corta que otros Oscar anteriores, con un ritmo tranquilo y sin estridencias que se mantuvo en todo momento. La tecnología no falló nunca, lo que no es poco.

- La elección de un cineasta como Steven Soldelberg para diseñar la fiesta fue acertada, teniendo en cuenta los resultados que permitieron diferenciarla de otras galas.

- El golpe de efecto de alterar el orden final, al anunciar la ganadora a mejor película antes que los de protagonistas, potenció la expectativa. Y la sorpresa fue total cuando los elegidos fueron Frances McDormand y Anthony Hopkins en vez de los favoritos Viola Davis y Chadwick Boseman.

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