La inteligencia artificial desafía a la clase política

La inteligencia artificial desafía a la clase política

La evolución de la tecnología suele acelerarse al ritmo de las paradojas que despiertan sus aplicaciones. Las ideas de libertad, movilidad o expansión que aparecieron, por ejemplo, con la explosión de la telefonía móvil no pueden ser pensadas sin la asociación al concepto de control. Una red hace justamente eso, puede desplegarse por un nuevo territorio, pero siempre a partir de los nodos con la que se estructura. Pero las paradojas no son intrínsecas de las tecnologías en sí o del conocimiento que impulsa su desarrollo. Suelen estar ligadas más bien a la aplicación humana, ya sea en la utilización comercial en la que finalmente se materializa un avance científico y también en los ámbitos sociales en los que repercuten.

El Estado es justamente uno de los escenarios de mayores paradojas vinculadas a las tecnologías, pues la interpretación de sus avances y su legislación suelen despertar al mismo tiempo ilusiones y temores entre los responsables de sus distintos estratos. Existe además un fuerte imaginario que se extendió globalmente en la década de los noventa que asociaba a la tecnología con el fin de la burocracia de los aparatos estatales. Este fenómeno, estudiado con detalle por Armand Mattelart en la genealogía de la “sociedad de la información”, impulsó la liberación de las políticas públicas vinculadas a las telecomunicaciones pero al mismo tiempo comenzó a entrampar a la política en debates cruzados entre la ignorancia sobre los avances técnicos y la omisión sobre sus consecuencias. Lejos de derribar los muros burocráticos, en los últimos años las tecnologías estuvieron aletargadas en debates aún no resueltos por los dirigentes.

Con la idea de sacudir justamente estos letargos, el artista belga Dries Depoorter creó un proyecto que utiliza inteligencia artificial y reconocimiento facial para alertar cuando un parlamentario de su país está utilizando el celular durante las sesiones públicas. El proyecto se llama The Flemish Scrollers (los flamencos que hacen scroll), se puso en marcha la semana pasada y consiste en publicar videos en una cuenta de Twitter en el momento en el que un legislador o una legisladora “se distrae”. De hecho, el mensaje que se publica tiene esta leyenda: “Estimado distraído (nombre de parlamentario), por favor concéntrese!”

Depoorter es también experto en informática y desarrolló este programa a partir de la transmisión de los debates que se realizan por Youtube. El software detecta automáticamente el instante en el que un legislador toma su teléfono, reconoce su rostro, recorta ese fragmento y lo publica en las redes sociales con una mención al político para que también sepa que ha sido etiquetado en este “escrache digital”. En declaraciones al diario El País, el creador de The Flemish Scrollers dijo que está trabajando para poder detectar qué tipo de aplicaciones están utilizando los políticos en el momento en que los captura a partir del movimiento de los dedos. El sistema también podría reconocer qué político está jugando a videojuegos y podría ser exportado a otros países, ya que su creador evalúa liberar el código fuente de su programa.

Es difícil asociar la cantidad de veces que un político revisa su celular con su compromiso como representante, por eso Depoorter sostiene que su propósito no es el de poner en evidencia cuál funcionario está más o menos concentrado. Su intención fue la de mostrar los alcances del reconocimiento facial y cómo reaccionamos ante ella, y si bien por ahora los únicos en reaccionar fueron los usuarios de Twitter, los interpelados en este experimento son los miembros de la clase política.

¿Se imaginan cómo impactaría un sistema similar en nuestro Congreso? ¿Cuál sería el grado de aceptación de los legisladores y de la ciudadanía? Seguramente el escrache ocuparía la mayor parte de la atención de la discusión y la grieta política encontraría otro ámbito para la expresión de los indignados. Sin embargo, el control sobre los funcionarios belgas puede ser el primer paso para un debate serio sobre los sistemas de vigilancia masiva y la necesidad de que los estados sean verdaderamente ágiles ante las paradojas que despiertan las tecnologías. Reconocer estos desafíos es urgente y para ello no hace falta la más avanzada inteligencia, sino más bien el compromiso de quienes nos representan, siempre y cuando claro, estén concentrados.

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