Día 16 de los Juegos Olímpicos: el voley es mucho más que corazón

En la mente y en el corazón del plantel estaba tomada la decisión de hacer historia. Y así fue.

TÉLAM TÉLAM

Si la plata de Las Leonas se disfrutó y valoró como el oro, ¿qué decir del bronce del voley? Porque se pueden conjeturar torneos soñados, pero uno que encadena victorias sobre Francia, Estados Unidos, Italia y Brasil parecería demasiado. Y ahí está la Selección, celebrando esa descomunal campaña que la llevó al podio olímpico, 33 años después de la medalla bautismal de Seúl. Ese triunfo contra los brasileños que se había escapado en la fase clasificatoria esta vez quedó amarrado mucho antes del bloqueo de Agustín Loser que cerró el juego. En la mente y en el corazón del plantel estaba tomada la decisión de hacer historia. Y así fue.

Hubo una movida determinante, mérito de la dirigencia nacional. Cuando Julio Velasco le puso punto final a su ciclo al frente del seleccionado surgió la inquietud: después de uno de los mejores entrenadores del mundo, ¿qué hacer? ¿Quién podía suplir a una figura de semejante prestigio? La respuesta estaba muy cerca. Hablando de voley, decir Marcelo Méndez en Brasil es como nombrar a Neymar. Asombra y enorgullece el respeto y la admiración que le tienen allí -y en el resto del mundo, por supuesto-. El tema era que Méndez aceptara la misión de volver al país. Y la aceptó.

La relación entre Velasco y algunos jugadores se había desgastado, así que el trabajo de Méndez excedió lo técnico y lo táctico. Amalgamó al grupo, le brindó nuevas herramientas y reapareció entonces un elemento sustancial en la Selección: la capacidad para jugar por encima de sus posibilidades. Para doblegar rivales superiores en talla o en potencia. Para enfrentar de igual a igual a países que marcan diferencias económicas y de infraestructura con sus ligas. Esa mística nacida en el Mundial 82 y coronada en los Juegos Olímpicos de Seúl explica, en buena medida, por qué Argentina se mantiene desde hace décadas en el top 15 del voley internacional.

Y están los jugadores, claro. Ahí tenemos un mensaje poderoso: el de los clubes como semillero de figuras, aún a costa de los déficits que padecen desde hace un largo tiempo a esta parte. De nuestros clubes sigue surgiendo materia prima de calidad: los De Cecco, Conte, Lima, Danani, Loser, Palacios, Solé y compañía. Jugadores de elite, apuntalados por todo lo que crecen cuando se marchan al exterior. Ese es el hilo conductor entre el seleccionado de voley, Las Leonas y Los Pumas; todos y todas surgieron y son tributarios de un sistema de clubes que necesitamos cuidar, mejorar y desarrollar.

Ganarle a Brasil es un bonus track que le aporta más dulzura al postre. De vez en cuando el voley argentino se da ese gusto y hoy fue el factor que consiguió lo imposible: despedir a los brasileños de un Juego Olímpico sin medallas en el pecho. El deporte brasileño no encaja en el contexto latinoamericano; ya está al nivel de Europa y trabaja en pos de un objetivo envidiable, fijado en los Juegos de 2032, y es ubicarse entre los cinco primeros del medallero. Para nosotros esas aspiraciones son de ciencia ficción y por eso esta victoria tiene tanto valor, se celebra con semejante euforia. No todos los días se tumba un gigante.

El podio del voley decora un poquito más la cosecha nacional en Tokio. Tres medallas -ninguna de oro- dicen mucho, pero lo más significativo es la falta de protagonismo. México ganó hasta aquí cuatro medallas, todas de bronce, pero es un número engañoso en el análisis profundo, porque sus representantes se llevaron muchos más diplomas y figuran entre los 10 primeros de numerosas disciplinas. Esa es la clase de balance que corresponderá hacer cuando mañana se apague el pebetero en Tokio. Antes nos quedará emocionarnos con la maratón masculina, como marca la tradición del último día, y presenciar la ceremonia de despedida que nos depositará en París 2024.

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