Entre muchas otras cosas, odia a los perros. Llegó a proponer que se los prohibiera en Nueva York. Alguien replicó que era una locura, planteó qué pasaría con los solitarios que viven con ellos o los ciegos que son guiados por ellos. La solución, contestó Fran Lebowitz, sería que los solitarios guíen a los ciegos. Así es ella. Acida, irónica, políticamente incorrecta.
Muchos argentinos tienen sus primeras noticias sobre ella por el estreno en Netflix, y en plena pandemia, de Supongamos que Nueva York es una ciudad, serie documental dirigida por su amigo Martin Scorsese, en la que básicamente contesta preguntas sobre la ciudad, el tránsito, la tecnología, la salud, los deportes, la música y los libros. También por la reciente publicación por Tusquets de su obra reunida, que consta solo de dos libros aparecidos originalmente en 1978 y 1981.
Lo primero que llama la atención del público que la descubre es que debajo de sus afirmaciones provocadoras, ingeniosas, hilarantes y muchas veces arbitrarias suele haber apreciaciones extraordinariamente agudas sobre algunas de las cuestiones que nos interpelan como sociedad. Lebowitz nos hace reír y nos deja reflexionando. Curiosamente esta neoyorquina por adopción que no tiene celular, computadora ni conexión a internet, una escritora que no publica un libro nuevo desde hace cuatro décadas, es una de las personas que mejor expone las inconsistencias de nuestro tiempo. Quizás el hecho de vivir en una de las grandes ciudades del planeta, con una inteligencia poco común y descontaminada de muchos de los hábitos que todos tenemos, le permita diagnosticar nuestras patologías como un observador aséptico que se sorprende con las contradicciones que registra.
Nacida en 1950, se instaló en Manhattan a fines de los 60. Pronto conoció a Andy Warhol y empezó a publicar notas en su revista Interview. Luego fue columnista de Vanity Fair y terminó convirtiéndose en una protagonista de la vida cultural neoyorquina. Transgresora por naturaleza y progresista hasta la médula, resulta interesante atender sus denuncias contra los excesos derivados del feminismo o tendencias como la de la cultura de la cancelación. Muestra cómo ideales nobles son usados para desplegar la censura e injustas estigmatizaciones.
“El talento –dice Lebowitz- es la cosa con la distribución más aleatoria en la población. No se puede comprar, heredar ni aprender. No hay nada de malo en hacer algo de manera horripilante pero no lo compartas. Solo debemos compartir aquello que hacemos mejor que la media. Hoy la gente comparte todo.”
Vale la pena escuchar y leer a Lebowitz. Pueden hacerlo con Un día cualquiera en Nueva York, con la serie de Netflix o poniendo su nombre en YouTube para acceder a infinidad de entrevistas en las que irremediablemente sobresale su humor irreverente y su agudo análisis de nuestra conducta.
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