Mi voz, tus manos

Por Victoria Chincarini para LA GACETA

05 Septiembre 2021

Aquí, en este sillón donde a morir me he sentado, tan lejos y tan cerca de mi patria, mientras la memoria me devuelve los sonidos del agua que hasta acá me condujera tomo tu mano, amor. Amor con timideces de niña y pasiones de mujer, amor de desvelos y oscuridades, temblorosa siempre desde tu valentía.

Solo tú, Aurelia, me has imaginado en el exilio y me has visto en el poder y en ambos reconoces mi pasión y esta tozudez casi animal que no niego.

He escuchado voces agraviantes, he sufrido infinitas ofensas. Desde ellas he pensado siempre en la patria del después porque puedo imaginar los ciclos que reiterarán enfrentamientos y desencuentros pero la letra fue dada; los caminos, abiertos.

El hierro llegó para cruzar las pampas, para que cientos de ojos hagan suyo nuestro horizonte y para que cientos de manos se unan a la tibieza de la tierra.

¿Cien, doscientos, quinientos años deberá esperar mi alma para que alguien descifre las palabras que mi boca pronunciara entre los que piden explicaciones y no las dan, guardianes insaciables de los derechos que niegan y las virtudes que no poseen, falaces, corruptos?

He dejado allá, solos, los huesos de mi madre junto a la esperanza más honda y al clamor de las pequeñas voces que siguen demandando el alimento que yo tuve y supe compartir, repartir y crear para miles, el único que nos hace auténticamente libres.

Solo tú, Aurelia, acercas a mi vejez tu pequeño perfume, áspero como aquella higuera protectora del telar, acaramelado como sus frutos y ardiente como el polvo y las cenizas pegados a la montaña donde la infancia no sabía ni podía imaginar al tirano.

Hoy puedo adivinar los rostros que vendrán si el hombre no construye sus íntimas torres, las inexpugnables, las verdaderas, las que el viento no destruye y permanecen hasta el fin.

Desde esta ventana al Sur, el aire parece decir mi nombre... Y agrega: provinciano en Buenos Aires, argentino en Nueva York, nadie en Europa, desconocido y solo, acaparando con los ojos asombrados lo que debiera ser para todos los hombres, sin que importe el mar que nos separe o el nombre de la patria que nos signe.

© LA GACETA

Victoria Chincarini – Escritora.

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