Una curva al final del camino

La campaña entra en la última recta y deja tras de sí un proselitismo signado por discursos que no hablan de los ciudadanos ni de sus urgencias. Se intenta vender un “producto” que la mitad de la población no puede visibilizar.

Una curva al final del camino

Nos habíamos acostumbrado a que las elecciones son el día de fiesta de la democracia. Es la jornada en la que se busca el mejor pantalón, la camisa más linda y, en otras épocas, la corbata que haga juego con todo. Los zapatos debían estar lustrados y, de ser posible, pasar un “trapo” antes de salir a votar. Los vestidos debían estar listos y bien planchados la noche anterior. Es domingo y por la noche habrá baile. No importa quién gane. O, mejor dicho, no importa tanto quién gane, porque la fiesta trasciende el resultado. El baile es para todos y la alegría que no es compartida tiene menos risas.

Faltan sólo siete días para dar el gran PASO. ¿A quién no le gustan los finales felices? Después de tantas angustias, de tantas tensiones, de tantas peleas y discusiones, ¿por qué no esperar un final feliz que, al fin y al cabo, es lo que todos soñamos para el minuto último de nuestra existencia?

A principios de la década del 80 se vio la remake de “El cartero llama dos veces”. El filme carga de tensión al espectador hasta la escena final, en la que llega el alivio. Se asoma el final feliz hasta que el auto entra en la última curva. Los comicios tucumanos parecen haber entrado en esa última curva y nada hace presagiar un final feliz. Indefectiblemente, uno que otro festejará; pero el final feliz quedará guardado para otras historias.

El laberinto

Esta semana que ya se fue para siempre dejó precedentes que presagian un desenlace no tan agradable. Las campañas electorales son un trabajo arduo que exige al máximo a los candidatos (pre-candidatos en este caso). Los protagonistas tratan de conquistar votantes y de darles tranquilidad a los que ya tienen. La pregunta es: ¿qué les venden o qué les proponen para asegurar la fidelidad? Futuro. Unos con más claridad que otros, ofrecen un mañana mejor si los votan a ellos. El problema es que por lo menos el 50% de los tucumanos no tienen posibilidades de visibilizar el mañana porque se encuentran encerrados en el laberinto del presente. Se trata de los que no tienen casi qué comer o, por lo menos, ni siquiera saben si podrán educar, alimentarse o trabajar pasado mañana. No se trata de una simple frase: es un dato incontrastable del Indec.

En ese dilema anda encerrada la mayoría de los candidatos y sus ocasionales votantes. Y a muchos de estos últimos verdaderamente no les preocupa ni entienden por qué ocurren muchas de las cosas que pasan. La conclusión más fácil es que muchos están discutiendo cuestiones muy propias y que tienen que ver con 2023 y no con el presente que atraviesa cada ciudadano.

Ahí se explica el porqué uno de los pre-candidatos, Osvaldo Jaldo, insiste en advertir que el mal es Juan Manzur y que hay que pararlo para que no sea reelecto. Lo machaca como si eso estuviera verdaderamente en juego en la votación del próximo domingo. Y, si lo estuviera -como sostiene el vicegobernador- no parece ser la preocupación central del elector medio.

La jugada

En ese mismo marco no se entiende -o cuesta hallar justificativos generales- la jugada de esta semana contra el intendente Germán Alfaro. Los dirigentes se han trenzado en las más disímiles discusiones. ¿Es lícito que el Concejo intervenga en la vida electoral que es regida por una ley nacional? ¿Se puede plantear el tema de la licencia del intendente cuando Juan Manzur, Jaldo y Rossana Chahla -por citar algunos- no lo hacen; y cuando en la última reforma de la Constitución provincial, que protagonizaron Fernando Juri, Manzur, el alfarismo y Jaldo entre otros, escribieron que a ningún funcionario se puede obligar a pedir licencia si es candidato? ¿Cuánto tiempo real hay para promulgar la licencia?

Las preguntas podrían llenar está página o completar cientos de pantallas de tu celular. Ninguna de las respuestas tendrán que ver con los comicios de la semana que viene.

No obstante, hay una pregunta que desespera: ¿para qué Manzur hizo que los ediles de su cuño armaran la jugada de sacarlo de la intendencia a Alfaro mientras dure la campaña? ¿A cuántos del 1,2 millón de votantes del próximo domingo les preocupará esta movida institucional? Es el momento para los especuladores. Esto es para favorecer y darle protagonismo a Alfaro, interpretan unos. En realidad, Alfaro está tan bien que hay que bajarle el copete, diagnostican otros. Es una ayudita peronista para la discusión que tiene el intendente en otros espacios, razona un tercero. Cualquiera de las respuestas tiene que ver con el presente y no con el futuro; y ninguna con las preocupaciones reales del ciudadano.

Y, para peor, Alfaro se mueve como un zorro en el desierto. Tiene más años en las lides políticas que muchos de los jugadores actuales. Y les sacó ventaja. Toda una jugada armada desde el Poder Ejecutivo que puso en funcionamiento el andamiaje del Concejo Deliberante de la Capital quedó fuera de juego con el escueto pedido de licencia del propio Alfaro. Así dejó sin el número mágico (12 ediles) para que lo desplacen del sillón del lord mayor por un tiempo. El jefe municipal, durante esta campaña, se ha mostrado tranquilo hasta que lo atacaron y allí fue muy agresivo y actuó de contragolpe, como esos felinos que siempre están agazapados para dar el zarpazo.

El mensaje

La gota que derramó el vaso fue el traslado del pequeño León. Necesitaba volver de Buenos Aires. El miércoles entró al Poder Ejecutivo el pedido para traerlo. Y, al día siguiente terminó aterrizando en la provincia. No vino en el avión sanitario, sino en una nave que se contrató desde el espacio del vicegobernador Osvaldo Jaldo. No hubo declaraciones ni desde el manzurismo ni desde el jaldismo. Pero desde ambos sectores se hizo saber cuál había sido la posición de cada lado.

Al mismo tiempo, hubo una clara preocupación por dejar sentado lo triste que era que detrás de la salud de León hubiese dos fieras peleándose. ¿Cuántos electores se ganaron con esta maniobra? ¿Cuántos se perdieron? Y si se perdieron, ¿Se justificaba poner en el medio de la disputa a un niño con dificultades en su salud?

La política parece no ser de la democracia sino de los políticos.

La desconfianza

Los malos ejemplos no son privilegio de los tucumanos. En estos días nos enteramos cómo algunas candidatas nacionales se desesperaron por hablarles a los jóvenes. Anduvieron preocupadas por saber si los chicos tienen ganas de “garchar” o de fumarse un porro. Y, eso lo harán los chicos sin que los políticos les digan dónde, cómo o cuándo. De la política, en realidad, los jóvenes deben estar esperando saber si pueden seguir viviendo en el país, si el futuro está fuera de él o cuáles son las oportunidades que tienen. Ellos, más que nadie, tienen el futuro en la mira, ¿por qué les hablan de lo inmediato?

Y, la respuesta a esta pregunta se vuelve sencilla. Muchos dirigentes han construido futuro con mentiras. “Si les decía lo que iba a hacer no me votaban”, fue una de las tantas frases célebres que dejó Carlos Menem. Y, no debe haber ningún dirigente que llegara sin que haya seguido su ejemplo. Con el tiempo van sembrando mentiras y cosechando desconfianza.

Durante todos estos días que ya se despidieron para siempre, la preocupación se ha centrado en conseguir fiscales para que cuiden los votos, en el mejor de los casos y para que los redirijan, en el peor. Millones de pesos “invertidos” en la deslealtad o en la falta de confianza de los propios. Los partidos más chicos vienen escuchando ofertas para que ayuden a fiscalizar a quienes fiscalizan a los más grandes.

La semana pasada dejó papelones y vergonzantes acciones. La que viene será la de los arreglos bajo la mesa y la de un infernal despliegue de dinero. Ninguna de esas cosas desvela al elector que sigue el día a día con la ilusión de un final feliz y de una fiesta democrática. Lo que no sabe es que, mientras no se cambien algunas reglas del juego y mientras no se sinceren -en serio- los actores, puede haber una curva fatal a la vuelta del camino.

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