El prisionero de guerra que encontró un futuro en Tucumán

En “522”, Renzo Cirnigliaro narra la historia de Don Ciccio, su padre, sobreviviente de la Primera Guerra Mundial y protagonista de una historia novelesca.

UNA HISTORIA PERSONAL. En “522-Prisionero de guerra”, Renzo Cirnigliaro evoca lo vivido por su padre. UNA HISTORIA PERSONAL. En “522-Prisionero de guerra”, Renzo Cirnigliaro evoca lo vivido por su padre.

“A partir de ahora sos 522”, le dijo el guardia alemán al jovencísimo soldado italiano arribado al campo de concentración de Langensalza. Despojado de su identidad, reducido apenas a tres dígitos, “522” siguió librando su batalla personal. Tanto en el frente de Caporetto, donde los austríacos terminaron barriendo la resistencia italiana, como en el campo de prisioneros, “522” se mantuvo aferrado a la vida. Y fue allí donde encontró su mayor victoria. “522” era Francesco Cirnigliaro y el poderoso valor simbólico de ese número fue el que llevó a su hijo Renzo a elegirlo como título para su libro. “522-Prisionero de guerra” es un poco historia, un poco ficción, mucho de homenaje pero, sobre todo, una demostración de amor.

Renzo y sus hermanos compartieron infinidad de madrugadas con su padre, escuchando aquellas vivencias de la Primera Guerra Mundial mientras Don Ciccio despejaba el mesón de la sastrería para servir sus fideos, regados con una salsa exquisita. Cuenta Renzo que, apasionado por el relato y con la misma tiza con la que marcaba los trajes, Ciccio dibujaba las posiciones de batalla, la ubicación de las baterías, los movimientos de las tropas. Y que una sombra de inquietud le cruzaba el gesto cuando el tamborileo de los dedos sobre el mesón le recordaba el tableteo de las ametralladoras.

La historia estaba ahí, en estado germinal, y floreció -como sucede en estos casos- con una generosa contribución del azar. Tomado prisionero en Caporetto (hoy se llama Kovarid y se ubica en Eslovenia), a Ciccio lo trasladaron a Langensalza. Muy cerca se encuentra Erfurt, ciudad alemana que durante la gestión de Rafael Bulacio al frente de la Municipalidad capitalina se hermanó con San Miguel de Tucumán. Cirnigliaro formó parte de la delegación que viajó para participar de los actos oficiales y descubrió que estaba a un puñado de kilómetros de ese campo en el que “522” había ido a parar en 1917. Fue todo un descubrimiento.

Renzo fue reconstruyendo los pasos de su padre. Desde la infancia siciliana en Ragusa, donde nació en 1901, y su incorporación como voluntario al ejército italiano siendo un imberbe de 16 años hasta los sufrimientos y las andanzas en Alemania, cuando “522” logró salir del campo para encontrar un trabajo y vivir una historia de amor. Y hasta encontró una foto, la que ilustra la tapa del libro: allí aparece Ciccio, con el uniforme de prisionero y el número en el pecho. Mirando adusto a la cámara, pero imposibilitado de disimular su adolescencia. La imagen había sido publicada por una revista alemana y Ciccio era el protagonista de una propaganda política: “estos son los niños que Italia manda a la guerra”.

“El libro es 60% realidad y 40% ficción”, explica Renzo. Mucho de ese sustrato histórico lo fue entramando durante sus viajes a Europa. Allí conoció a Sebastiano D’Ángelo, un referente cultural de la sociedad ragusana que escribió el prólogo de “522”. Allí destaca: “la novela es un verdadero y auténtico romance de la vida, en la que quizás muchos identificarán las hazañas de sus propios abuelos y familiares... Y también es una canción de amor para todos aquellos emigrantes que, aunque obligados a abandonar su tierra natal, han demostrado en todo el mundo las habilidades y el orgullo del pueblo italiano y que jamás cortaron los lazos con su tierra natal”.

Fue el caso de Don Ciccio Cirnigliaro, quien llegó a la Argentina en la década del 20 y eligió Tucumán para desarrollar su proyecto de vida. Pasó un siglo y la historia emerge con la forma de este libro, escrito por uno de sus hijos y corregido/editado por uno de sus nietos -Bruno-. Es una saga familiar, sí, pero como dice Renzo: “a la vez un mensaje humanista. Sólo el amor, que nos hace seres humanos, puede asegurar el orden y la paz necesarios para garantizar nuestro destino trascendente”.

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