Las trincheras ucranianas disparan la inflación en el mundo

Las dos semanas de guerra desbarataron las previsiones de recuperación del poder adquisitivo para 2022. Los incrementos de precios de combustibles y de alimentos ponen en aprietos a las administraciones políticas, que reciben indiscriminadamente las esquirlas económicas del conflicto.

EFECTO CASCADA. Por un lado, ciudades ucranianas destruidas. Por el otro, una economía desestabilizada. EFECTO CASCADA. Por un lado, ciudades ucranianas destruidas. Por el otro, una economía desestabilizada. REUTERS

México registró una inflación del 7,4% en 2021: fue la más alta en las últimas dos décadas. Es el mismo incremento del índice de precios del consumidor calculado en España, el mayor desde 1989. Estados Unidos cerró el año pasado con una subida del 7%, algo que no sucedía desde 1982. También hubo picos en Reino Unido (5,4%), Alemania (3,1%), Canadá (4,8%) y Uruguay (8%). En Turquía, la tasa de 2021 llegó al 36%, quince puntos porcentuales menos que en la Argentina (50,9%). Con matices, el poder adquisitivo perdió capacidad de compra en casi todas partes, con la excepción de Japón, cuya cultura económica se caracteriza por la tendencia deflacionaria. La covid-19 aparentemente en retirada auguraba la perspectiva de precios estabilizados en 2022, pero esa proyección ya fue archivada y la expectativa es más inflación, incubada por la guerra en Ucrania.

El discurso económico pospandemia se quedó sin la palabra que pretendía resumirlo: “recuperación”. Los analistas barajan la posibilidad de que los efectos globales de las sanciones económicas impuestas a Rusia, el país invasor, generen incluso una ola de “estanflación”, esa mezcla de estancamiento del crecimiento con inflación que apareció en los años 70 y que resulta tan familiar a los argentinos.

Algo de eso ya se veía venir hacia el 25 de enero pasado, un mes antes del inicio de la conflagración. En ese momento, la economista Gita Gopinath, subdirectora gerenta del Fondo Monetario Internacional, publicó un artículo en el que advirtió que los trastornos del suministro aún lastraban la actividad y estaban empujando al alza la inflación debido al aumento de las presiones generadas por una vigorosa demanda, y los precios elevados de los alimentos y de la energía.

“Se presume -sobre la base de las expectativas de mejora de la oferta que manifiesta la industria- que los desequilibrios entre oferta y demanda se corregirán a lo largo de 2022, a medida de que la demanda se aleje poco a poco de los bienes y se reoriente hacia los servicios, y que se vayan retirando las extraordinarias políticas de apoyo (impulsadas por los gobiernos)”, vaticinó Gopinath.

La invasión de las fuerzas militares al mando del autócrata Vladimir Putin pone esas previsiones patas para arriba: en el mercado internacional la energía tocó valores récord y las materias primas alimentarias (“commodities”) cotizan por encima de lo esperado. Energías y materias primas son los productos exportables de Rusia y de Ucrania.

El propio Fondo tomó nota del nuevo escenario el 5 de marzo. En un comunicado, el personal técnico trazó un panorama inquietante. Sí, rusos y ucranianos pelean en el campo de batalla, pero las consecuencias de este enfrentamiento se sentirán por doquier. En un entorno globalizado ya no existen las guerras ajenas.

“Los precios de la energía y las materias primas -incluido el trigo y otros cereales- aumentaron, situación que ha agudizado las presiones inflacionarias derivadas de los trastornos en la cadena de suministro producidos por la covid-19. Los shocks de precios tendrán un impacto en todo el mundo, en particular en los hogares pobres para los que los alimentos y los combustibles representan una proporción mayor de sus gastos. Si el conflicto se agrava, los daños económicos serán aún más devastadores. Las sanciones a Rusia también tendrán un impacto sustancial en la economía mundial y los mercados financieros, y efectos de contagio significativos en otros países”, advirtieron los técnicos del Fondo.

Pero habrá ganadores

Un artículo de Bloomberg, la agencia estadounidense de noticias especializada en economía y empresas, sostiene que la crisis derivada de la guerra en Ucrania puede durar años o, quizás, décadas. El informe observa que, como suele suceder, la sacarán peor los más débiles porque los más fuertes quizá hayan aprendido las lecciones de la estanflación de hace medio siglo y, por ejemplo, sus gremios no se embarquen en reclamos agresivos de subas salariales. Los países que acarreaban problemas inflacionarios, como la Argentina, se exponen al escenario más complejo porque tendrán que lidiar con las derivaciones negativas del “cisne negro” impuesto por Putin, además de las dificultades propias acumuladas, como el sobreendeudamiento y la falta de acceso al crédito internacional.

Las importaciones de gas y de petróleo aparecen como el desafío mayor en el corto plazo, y hasta que el mercado se acomode a las nuevas reglas. Se trata de una cuestión crítica por su capacidad para influir en la conformación del resto de los precios. El aislamiento de Rusia y la prohibición de adquirir sus hidrocarburos promovida por Estados Unidos explica que, en dos semanas de guerra, el barril haya superado los U$S 130. El gas natural licuado aumentó aún más. En cuestión de días, se multiplicaron por cinco los valores pagados por la Argentina en 2021.

Es una estampida que, paradójicamente, beneficiaría a otro país acosado por la inflación como Venezuela, que había sido colocado en el ostracismo por decisión del ex presidente estadounidense Donald Trump. Pragmático en su lucha contra Putin, Joe Biden envió una delegación para reiniciar las conversaciones con el denostado mandatario Nicolás Maduro, quien retribuyó el gesto con la liberación de presos con pasaporte de EEUU. Otro tanto sucedería con un régimen petrolero vituperado por Occidente como el de Irán. ¿Una muestra de que en la guerra “todo vale”? Algunos sacarán partidos inesperados de la destrucción de Ucrania y de los ucranianos.

Tiemblan los emergentes

Si la coyuntura se agrava, la duda es cómo reaccionarán los consumidores a variaciones de precios con potencial para afectar actividades consideradas de rutina o a la alternativa de escasez. Dicho de otra manera, cuán tolerantes serán los ciudadanos que hoy exigen a sus gobiernos que se inmiscuyan de alguna manera en la guerra cuando vean que sus costos se van al cielo o que hay desabastecimiento de ciertos productos básicos.

Todo presiona sobre poblaciones ya castigadas por las restricciones de la pandemia. Esto es particularmente delicado en sociedades que se desacostumbraron a la inflación, y que naturalizaron que los bienes y servicios que consumen cuesten lo mismo durante años. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde existe una sensibilidad extrema a las variaciones de las pizarras de las estaciones de servicio, la impotencia ante la suba de precios erosiona el capital político de Biden, cuyo Partido Demócrata se expone a perder la mayoría en el Congreso en las elecciones de medio término de noviembre.

La Reserva Federal (equivalente al Banco Central estadounidense) se propone combatir el mal con una suba en la tasa de interés que incentive el ahorro, medida que, con sus coletazos de tormentas cambiarias, hace temblar a las economías frágiles de los países emergentes. La Argentina atravesó ese temporal en 2018 y todavía no salió de él, como denotan las actuales negociaciones con el FMI.

La incertidumbre se resiste a perder el protagonismo que ganó en los tiempos del coronavirus. A comienzos de este mes, un análisis publicado en The New York Times llamó la atención sobre cómo había habido cierta subestimación acerca de los alcances y ramificaciones de la invasión de Rusia a Ucrania. Hoy se sabe que ese conflicto bélico más o menos lejano transcurre también en un plano material que afecta al conjunto de los países sin excepciones, aunque los soldados extranjeros no hayan entrado en la batalla. Queda por dilucidar en qué se traducirán desde el punto de vista político las tensiones sociales fogoneadas por la inflación. En la década de 1930, en Alemania, el incremento desatado de los precios destrozó el orden establecido, con la moneda a la cabeza. ¿Qué pasó después? Un dirigente llamado Adolf Hitler interpretó la frustración de las masas y, sobre ese enojo, colocó las piezas maestras del nazismo que derivaría en la Segunda Guerra Mundial.

“Corralito” ruso: medidas extremas de Putin

Mientras la guerra genera todo tipo de consecuencias económicas en el mundo, ¿qué sucede fronteras adentro de Rusia? La bolsa de valores de Moscú permanece cerrada desde hace días para impedir una venta masiva de acciones y el rublo se encuentra en mínimos históricos. En esta situación, el gobierno de Vladimir Putin comenzó a tomar medidas desconocidas para las generaciones que no vivieron la época de la Unión Soviética, según explica BBC Mundo. Una de ellas recuerda al “corralito” establecido en 2001 en Argentina, cuando se restringió el retiro de efectivo de los bancos. En Rusia se decretó que nadie podrá cambiar legalmente sus rublos por dólares, euros, libras o yuanes; mientras que se limitó el retiro en moneda extranjera de depósitos o cuentas a 10.000 dólares, medida que -en principio- se mantendrá hasta el 9 de septiembre. Expertos advierten sobre el inevitable nacimiento de un mercado negro de divisas.

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