La caída del "Malevo": el ocaso del ex comisario

SU LUGAR. Una de las últimas fotos del ”Malevo” tomada en su casa de San Andrés. SU LUGAR. Una de las últimas fotos del ”Malevo” tomada en su casa de San Andrés.

A Mario “El Malevo” Ferreyra siempre le gustó que lo entrevisten. Amante de las palabras rimbombantes, se preparaba para atender a la prensa. Tenía una obsesión: recortar todas las notas que se publicaban en LA GACETA para guardarlas en algún cuaderno o carpeta. En la policía les dicen “luz verde” a los que tienen este tipo de conducta, pero al ex jefe de la Brigada de Investigaciones poco le importaba. Él fijaba postura en cada uno de los reportajes que concedió. Y el que publicó nuestro diario en 1997 fue definitivo. “No me considero marginal, ni he asumido la condición de reo. Me considero cautivo de avatares políticos”, señaló. También recalcó que en lo único que pensaba era en trabajar para poder construir su “rancho” en San Andrés, crear su propia agencia de seguridad -el sueño de la mayoría de los comisarios que se retiran- y si era posible, aventurarse en el mundo de la política del lado de Fuerza Republicana, cuyo líder, Antonio Domingo Bussi, lo ayudó para que estuviera menos tiempo en el penal de Villa Urquiza.

Los condenados que recuperan la libertad cuentan que lo más difícil es volver a ocupar un lugar en una sociedad que crece y cambia cuando están en ese infierno llamado cárcel, rodeado de fríos muros y ruidosas puertas que generan un sonido muy particular cada vez que se abren y cierran. Y el “Malevo” no fue la excepción. También le costó encontrar un espacio. Sabía que ya no podía colgarse una chapa de la fuerza, pero estaba dispuesto a pelearla. Al poco tiempo, se dio de bruces con tres realidades: nunca podría abrir una agencia de seguridad por las dos condenas (el triple crimen de Laguna de Robles y la fuga de tribunales) que había recibido; jamás recibiría la habilitación para postularse a cualquier candidatura; y no tuvo que esperar mucho para confirmar que ya no asustaba a nadie. El único objetivo que pudo concretar fue construir su “rancho” en San Andrés.

“Creo que lo más duro para él fue darse cuenta de que ya no era el ‘Malevo’ de antes. No le caía la ficha de que muchos tucumanos que lo idolatraban se habían dado cuenta de que había cometido delitos muy graves y terminaron dándole la espalda. Y los delincuentes, como sabían que ya no integraba ninguna patota policial y que no tenía protección de poderosos para hacer lo que quisiera en la calle, dejaron de temerle”, explicó Juan Cruz Ramírez, que estuvo a su lado después de que recuperara la libertad. “Tuvo que salir a rebuscarse para llevar el pan a su casa”, añadió.

Pero ese rebusque, como lo hizo a lo largo de toda su carrera policial, siempre estuvo cruzando la línea que divide lo legal de lo ilegal. Todo condenado que está por iniciar el cumplimiento condicional de la pena debe presentar un documento que certifique dónde trabajará. Y los defensores de Ferreyra anunciaron que lo haría en la empresa “Prioridad Uno”, definida como “consultora de investigaciones y seguridad”. El propietario o director sería (al menos él firmó el certificado) Luis Humberto “El Niño” Gómez, sospechado de ser integrante del tristemente célebre grupo parapolicial Comando Atila. El mismo que después fue sentenciado por haber participado en el crimen del comunero Javier Chocobar cuando intentó detener una usurpación de tierra por parte de un empresario que decía ser su propietario. Ese dato generó un escándalo, ya que como penado no podía formar parte de ninguna firma de esas características.

Cambio de hábitos

Al quedar al descubierto semejante irregularidad, Ferreyra cambió de empleo. Pasó a ser contratado por productores rurales, de diferentes sectores de la provincia, aunque fundamentalmente fueron del noreste de la provincia, los mismos que se encargaron de cubrir los honorarios de los abogados que lo defendieron el proceso por el triple crimen de Laguna de Robles. “Él hacía de todo. Iba a los campos a recomendarles a los dueños qué medidas podrían aplicar para proteger sus tierras. Personalmente recurrí a él porque había unos pícaros que intentaron levantar su casa en mi campo. Le di una suma de dinero, unos $100.000 y él vino con su gente a la noche y los sacó. No volvieron más”, explicó Hugo M., que se consideró como un cliente habitual de los servicios del “Malevo”. “Otra no me quedaba. Llegaba la época de cosecha y de la ciudad venían en camionetas a robar choclos. Con él dando vueltas no entraba ni uno”, agregó el productor en una entrevista con LA GACETA.

El campo desde hace ya más de dos décadas es tierra de nadie. Las usurpaciones, el robo y el cuatrerismo ya forman parte de la vida de los productores. Los más desesperados hacen cualquier cosa para protegerlos. Mientras que la mayoría de ellos sigue esperando una respuesta por parte del Estado que tarda en llegar. Ferreyra se aprovechó de esa situación. Nacido en Los Pereyra e hijo de un pequeño productor cañero que tuvo que vender todo para irse a vivir a Buenos Aires en medio de la crisis azucarera, entendía perfectamente esa situación. Era un conocedor de la zona y los habitantes también sabían que con él no se jugaba. Lo increíble es que un camarista jubilado era quien lo llevaba en su camioneta a la zona de Leales para que pusiera orden. Cuentan que se lo veía transitar por los polvorientos caminos con su atuendo particular: botas, jean, camisa negra, sombrero blanco, látigo en la mano, y en su cintura un cuchillo de un lado, y del otro, una pistola.

El campo siempre guarda secretos, sobre todo los de aquellos que generan temor. “Mucha gente le tenía miedo. No lo puedo negar, hizo cosas buenas, pero también se mandó macanas porque los contrataban los fuleros de la capital para que corriera a los verdaderos propietarios de las tierras o los molestaba hasta que se fueran. Por eso la gente lo empezó a ver como un matón y comenzaron a denunciarlo”, resumió Juan Carlos Pastrana, referente de minifundistas de Santa Rosa de Leales. Y los problemas legales no tardaron en aparecer.

En marzo de 2003, Rolando Campos, secretario de una cooperativa de Villa Quinteros, lo identificó como uno de los hombres que intentaron apoderarse a la fuerza y bajo amenazas, de la camioneta del grupo de productores. Después de que se conociera este caso, quedaron al descubierto al menos otras dos denuncias por amenazas y aprietes en las que el ex jefe de Investigaciones siempre aparecía como protagonista. Nunca se supo el desarrollo de esas causas. Pareciera que quedaron cajoneadas, ya que si hubieran continuado su trámite, la condicionalidad de la pena del “Malevo” tendría que haberse cortado. En otras palabras, debería haber vuelto a cumplir la condena en el penal de Villa Urquiza.

Un escándalo

En abril de 2006, en la localidad de San Andrés, se registró un grave incidente vecinal. Hombres, mujeres y niños resultaron heridos. “El Malevo” y su pareja María de los Ángeles Núñez fueron acusados de lesiones y amenazas con arma de fuego al atacar a sus vecinos, que se habían quejado porque estaban apoderándose de sus tierras. El ya jubilado fiscal Guillermo Herrera, después de haber probado los dichos de los denunciantes, ordenó la detención de ambos. Pero la pareja terminó escapando, no por mucho tiempo. Al no tener la banca de años anteriores, Ferreyra se presentó cinco días después y terminó tras las rejas. No por el delito en sí, sino por haber evadido el accionar de la justicia y porque en uno de los allanamientos que se realizaron en el marco de esta causa se secuestraron látigos, armas blancas y de fuego. ¿Cómo un hombre con condena condicional podía contar con esos elementos? Esa fue una pregunta que nunca tuvo una respuesta. Otra vez el ex jefe de la Brigada contó con un manto de protección.

“Sí hubo un favoritismo con el ‘Malevo’. Las pruebas que pedía que se produjeran en su contra siempre se demoraban”, comentó Mariana Capilla, que había asumido la querella a favor de María del Valle Acosta de Pascual. “El caso fue muy mediático más que nada. Pero lo que parecía increíble es que la libertad de Ferreyra había quedado atada al resultado de una causa insignificante. Después de muchas idas y vueltas, el caso terminó elevándose a juicio. Pero el debate nunca se desarrolló por su muerte”, añadió la abogada, que actualmente es funcionaria judicial.

Con este hecho, el ex hombre duro de la provincia sólo cosechó rechazos. “Ambos estaban acusados de golpear a una mujer y a sus hijos. Fue como un límite y la gente no se lo perdonó. Pude hacer mi trabajo con total normalidad, no recibí amenazas ni presión alguna. Ferreyra ya no era el mismo hombre de años atrás”, destacó Capilla. Y, por primera vez, en esos días un importante grupo de habitantes de San Andrés se movilizó por el “Malevo”. Pero esta oportunidad fue para pedirle que se fuera de la localidad.

Ferreyra recurrió a la vieja estrategia que normalmente eligen los delincuentes más experimentados para defenderse. “Estoy harto de que me fabriquen causas. Si las cosas están tan difíciles en la Policía, no me pueden venir a armar cosas de mujeres. Jamás estuve en esa cuestión porque estaba buscando una camioneta a un amigo que se la robaron en Leales”, declaró. “No entiendo por qué se le dio tanta trascendencia a este caso. No tengo armas de grueso calibre, sólo una escopeta”, agregó sin explicar por qué se secuestraron balas 11.25 y 9 milímetros en su casa. “Si tuviera armas, la gente lo sabría porque yo las luzco”, aseguró desafiante. La justicia lo procesó y volvió a quedar libre después de pagar una caución personal de $5.000 (unos U$S1.700 en esa época).

Pero había más. Ferreyra, cuando fue enjuiciado por haberse fugado de Tribunales, se enojó cuando lo acusaron de apoderarse ilegalmente de las armas de la guardia de tribunales. Sin embargo, en noviembre de 2007, el productor Bartolomé Juárez lo acusó de haber ingresado a su campo de Mista (Leales) y cosechado unas 20 hectáreas de trigo. Según la denuncia, el “Malevo” lideró un equipo que ingresó con maquinarias pesadas y cosechó 25 toneladas del cereal que tenían una cotización de $12.500 (unos U$S 4.000) aproximadamente. De ser considerado como un justiciero, pasó a ser un hombre que era contratado por personas para solucionar problemas de manera ilegal en las zonas rurales, donde sus habitantes aún le tenían un poco de temor. Era el ocaso de su vida.

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